Montserrat Giménez Zapiola, superviviente de la prostitución: “He sufrido violencia por parte de hombres desde los once años”

Montserrat Giménez Zapiola, en Madrid.Montserrat Giménez Zapiola, en Madrid.
¿Qué tiene que pasar para que una niña que crece en una casa con jardín en Argentina se vea a los 19 años prostituida en en el corazón de Europa, a 11.000 kilómetros de su ciudad natal? Lo que pasó con Montserrat Giménez Zapiola (Buenos Aires, 1992) es un retrato vivo de la violencia sistémica contra las mujeres. Con raíces y nacionalidad española, Montserrat vive en Madrid y pasó cinco años en prostitución en Amberes, la segunda ciudad de Bélgica. En su historia encontramos que cuanto más joven es la chica prostituida, más dinero proporciona a sus proxenetas, demandada por puteros de rentas altas. Que en un país donde la prostitución está legalizada, es corriente que haya hombres que las capten. Que donde la prostitución de mujeres es algo normal, no tendrán consideración de víctimas y no recibirán ayuda alguna, aunque arrastren problemas psíquicos, relación con drogas o alcohol y abusos sexuales desde la infancia. “El regulacionismo ha endurecido a la sociedad”, afirma con dolor y rabia. 

 

– ¿Cómo fue su infancia en Buenos Aires, vivió alguna situación de violencia o abusos antes de venir a España?

– Tuve una buena niñez en Argentina, lo que diríamos una buena familia. Mi padre era jefe de publicidad y mi madre se quedaba en casa, mi abuelo materno trabajaba en la Casa Rosada. Yo iba a un colegio británico. Pero la economía empezó a ir muy mal, mi padre se quedó sin trabajo y adquirió un montón de deudas. Vivíamos en una quinta, una casa con jardín, y de un momento para otro nos quedamos sin nada. Como teníamos familia en España nos vinimos a Madrid –mis padres, mis tres hermanos, todos varones, y yo, que entonces tenía 10 años–. Pero no fueron mejor las cosas. Mi padre estuvo casi siete años en paro y mi madre, con cincuenta años, empezó a trabajar de dependienta. Todo eso fue un choque para mí, que había vivido en una burbuja.

Al poco de venir empecé a querer exponerme, me hipersexualizaba. No sé de dónde salió eso… de la televisión, de la calle, de querer ser como otras chicas mayores. Mis padres intentaban que no fuera así, pero yo tenía un carácter muy complicado. Si me castigaban, salía por la ventana de casa, era muy temeraria. El primer episodio sexual que puedo recalcar fue en Madrid, cuando yo tenía once años, con un socorrista que tenía veintitantos.

– ¿Fue su primera relación sexual?

– Todo menos penetración. Lo demás sí. Felaciones.

– Una niña de once años con un hombre de más de veinte, ¿era consciente de que eso es abuso sexual infantil?

– No para nada, creía que él era mi novio. Estaba convencida de que yo era “supermayor” y que lo tenía todo bajo control. Eran relaciones que no eran satisfactorias, empecé a notar lo que me pasó desde pequeña: que buscaba que me apreciaran y me utilizaban para satisfacerse ellos. No me valoraban lo más mínimo, me dejaban tirada a la primera de cambio. Lo pasaba muy mal. Si no encontraba afecto, lo buscaba en el siguiente.

– ¿Siempre fueron hombres mayores que usted?

– Sí, siempre. A los doce años perdí la virginidad con un chico de 19 años. Para nada eran relaciones igualitarias, yo no era consciente, era una niña que estaba desequilibrada. Mis padres no sabían cómo manejarlo. También a los doce años me intenté suicidar tres veces, con pastillas, me tuvieron que llevar al hospital. Tras la tercera me ingresaron en el psiquiátrico, estuve un mes. 

“El primer episodio sexual que puedo recalcar fue en Madrid, cuando yo tenía once años, con un socorrista que tenía veintitantos”

¿Cómo recuerda su estancia en el psiquiátrico?

– Allí me trataron bien, incluso hice un diario y todavía lo tengo. Me resulta impactante leer lo que se me pasaba por la cabeza a esa edad, escribía cosas como que la próxima vez lo intentaría con un cuchillo… ¿problemas mentales? No lo sé, el cambio de país y de situación fue muy grande para mí, buscaba apoyo en sitios erróneos. También me empecé a drogar, después de salir del psiquiátrico. Dejé de ir al instituto, no he ido al clase desde que tenía trece años.

– ¿Qué drogas tomaba a los trece años, quién se las vendía?

– MDMA fue lo primero, luego speed, pastillas. Empezamos todas en mi grupo de amigas de esa edad –había también un chico con nosotras, homosexual–, teníamos entre trece y quince años. Nos las vendían los mayores. En las raves era cuando me juntaba con tíos mayores que siempre me han tratado como una mierda. También he tenido el problema de no tener ningún límite con el alcohol, de vez en cuando se me va la olla cuando bebo. Recuerdo una vez con 16 años que chicos de las raves me sacaron la ropa interior mientras estaba durmiendo, cuando me desperté me estaban haciendo fotos.

– Usted ha escrito que con 19 años le ofrecieron “ser puta” y que en ese momento le pareció que no valía para otra cosa que para ser usada como un objeto sexual. Ese texto se titula “Una presa fácil”. ¿Por qué era una presa fácil?

– Cuando tenía 16 años mis padres se divorciaron, mi padre regresó a Argentina. Mi madre se quedó con nosotros en Madrid. Dos años después mi madre conoció a un belga por Facebook, se hicieron novios, se casaron y nos mudamos ella y yo a Amberes. Yo allí estaba muy sola con ganas de conocer gente y se me juntó lo peorcito que te puedas imaginar, traficantes, ladrones. En mis relaciones con hombres siempre había sido utilizada, de hecho, ha sido así hasta hace un par de años. Para esos hombres yo era una presa perfecta. El tío que me ofreció meterme en la prostitución, sabiendo que en ese momento no tenía trabajo, era un venezolano que tendría más de 30 años. Un asco de tipo que me usaba sexualmente. 

– ¿Era violento con usted?

– Era un machirulo, misógino, me folleteaba y me hacía daño aunque no me llegara a pegar. Yo creía que era para lo único que valía hasta que he empezado a ser un poco más consciente y cuidarme. He tenido novios que me han pegado palizas, me han robado, estando con problemas con el alcohol me han follado mil veces en estado completamente inconsciente. Todo esto me ha pasado desde que era menor de edad, antes y después de ir a Bélgica.

“Con 16 años los chicos de las raves me sacaron la ropa interior mientras estaba durmiendo, cuando me desperté me estaban haciendo fotos”

– Entonces podríamos decir que ha sido víctima de abusos y violaciones de forma repetida desde su adolescencia, entre los once y los 19 años, ¿podría resumirse así?

– Sí, bueno, cuando un chico de 19 años tiene relaciones sexuales con una niña de doce años… es una violación. Y a los once con ese socorrista de más de veinte, el tío es un pederasta, yo no lo sabía, todavía me cuesta mucho decirlo así. Y además tengo como una “nube”, no estoy segura de acordarme bien de las cosas, lo que pasó antes y después. Los hombres me han tratado como a una mierda, siempre. 

– ¿Su madre sabía lo que le pasaba y a lo que se dedicaba?

– Mi madre siempre ha sabido, ella me ha apoyado y ha sufrido muchísimo con esto. Lo ha pasado fatal y siempre ha estado ahí. La quiero un montón a mi madre.

– Por su experiencia, ¿cómo funcionan las redes proxenetas?

– En un país en el que está regularizada la prostitución no es raro que te ofrezcan ser puta. En esos sitios el estigma sigue para la puta, pero está normalizado que te lo ofrezcan. En España es más complicado que alguien te lo ofrezca de lo que es en Bélgica o en Holanda. Date cuenta, vas paseando por Amberes y te encuentras el barrio rojo. Yo he conocido chicas en Bélgica que estudiaban o eran de clases sociales más altas y que también eran vendidas. Hay bandas, mucha criminalidad y la tienes mucho más a mano que aquí. Con la prostitución allí hay total impunidad porque está legalizada.

La prostitución es legal en Bélgica, de modo que los puteros no son sancionados. Sí es punible el proxenetismo, la explotación sexual de terceras personas. En la ciudad de Amberes existe una zona de tolerancia o barrio rojo –Schipperskwartier– donde se permite la “prostitución de ventana”, la forma más visible de prostitución, que también se extiende por clubes y pisos. La propia policía controla quién está en esos escaparates mediante una aplicación donde las mujeres están registradas.

Montserrat fue captada por un sistema prostitucional en el corazón de Europa, el mismo entorno político en el que la Comisión Europea presentó la primavera pasada su última estrategia contra la Trata de Seres Humanos (2021-2025). En ella reconoce más de 14.000 víctimas registradas en la Unión Europea, y también que el número real debe ser significativamente mayor que los datos notificados, ya que muchas de ellas no son detectadas. “Los traficantes se aprovechan de las vulnerabilidades de las personas”, explicaba el vicepresidente de la Comisión, Margaritis Schinas. Además, según la definición de “trata de personas” del Protocolo de Palermo de Naciones Unidas (ratificado por España en 2003), ésta no se ciñe solo al uso de la fuerza, el engaño o amenazas en la captación, sino que incluye también el abuso de poder o de una situación de vulnerabilidad. Explícitamente recoge que el consentimiento dado por la víctima a toda forma de explotación no se tendrá en cuenta en esos casos. Cuando le pregunto a Monserrat si, pasado el tiempo, considera que se aprovecharon de su vulnerabilidad a los 19 años, responde firme: “sí, sin lugar a dudas”.

“En un país en el que está regularizada la prostitución no es raro que te ofrezcan ser puta. En esos sitios el estigma sigue para la puta, pero está normalizado que te lo ofrezcan”

– ¿Qué pasó después?

– Cuando el venezolano me habló de la prostitución y me dijo “conozco a alguien”, yo me decía a mí misma, si no me dan nada mis relaciones con los hombres, si me follaban uno tras otro, si no consigo su cariño, al menos voy a sacar su dinero. Cuando me lo ofreció, en mi mente de 19 años extremadamente irracional, con un montón de problemas, era súper lógico.

– ¿Y ganó dinero?

– Sí, mucho. Ese hombre –que luego quería cobrarme por ello– me metió con mis primeros proxenetas que eran un brasileño y su novia belga. Como era muy joven empecé de escort, tenía mi página web, mi nombre era Ruby. Luego lo cambié a Penny. Los chulos se llevaban el cincuenta por ciento, atendían el teléfono, me hicieron fotos. Son esas fotos con las que ahora hago collages. Cuando estás en escort son dos o tres hombres al día, depende. De escort he ganado más de 10.000 euros al mes. Luego las cosas cambian. Cuando ya no daba la edad bajé de nivel, digamos. A mí los puteros me han pegado pocas veces, porque los hombres me pagaban y conseguían todo lo que querían de mí, no necesitaban usar una violencia añadida; fuera de la prostitución sí lo han hecho.

– ¿Cómo se sentía entonces?

– En ese momento crees que el dinero te llena, pero yo llevaba mal mucho tiempo. Bebía un montón y me drogaba con los puteros. Me sentía muy frustrada, vacía, acabada. No tenía esperanza de hacer otra cosa, creía que los demás al verme leían que yo era una puta. Yo he tenido un síndrome de inferioridad desde que era muy niña.

– En su texto hablaba de un proceso de degradación, ¿qué significa eso?

– Después de estar como escort he acabado en muchas otras situaciones, he estado en la zona roja, en un montón de casas de putas. Después de estar con esta pareja (sus proxenetas), a mi chulo siguiente lo conocí como “cliente”. Ese tío era atractivo y se comportaba de forma adorable, así captaba a las mujeres. Él sí era belga y seguí un año más de escort, luego tenía chicas nuevas que le daban más dinero, no recuerdo bien cómo fue que transité a la casa de putas. Creo que fue la opción que él me dio, me dijo “esto es lo que hay para ti”. 

“Yo me decía a mí misma, si no me dan nada mis relaciones con los hombres, si me follaban uno tras otro, si no consigo su cariño, al menos voy a sacar su dinero”

– ¿Cómo era el prostíbulo?

– Una casa, como un chalé pequeño, en Amberes. He estado en más de una. Ibas, te cambiabas, te ponías toda emperifollada y había una sala con una cortina, al otro lado había un sofá donde estaban los hombres, nos íbamos presentando por turno –decías tu nombre y tu edad, yo decía que tenía 19 hasta los 25, claro, sigues mintiendo– y ellos elegían. Allí sí que eran como 10 hombres al día.

– ¿Seguía tomando drogas, alcohol?

– Alcohol, sí. Con las drogas he tenido una relación un poco extraña, al principio tomaba más.

– ¿Esos hombres veían pornografía?

– Por supuesto, un putero siempre ve pornografía, aunque allí donde estaba no ponían películas. 

– ¿Cómo dejó la prostitución?

– Eso fue hace cuatro años. Estando aún en la casa de putas, vine a Madrid a casa de un amigo de mi infancia –este chico que te dije que es homosexual–, y me dije “no vuelvo”. Poco después fue cuando conocí a Amelia.

Montserrat se refiere a Amelia Tiganus, también superviviente de prostitución. Tiganus es la autora de “La revuelta de las putas” y desde hace unos años muy conocida en España por su activismo abolicionista y contra la violencia sexual.

– Tenía algo de dinero, 8.000 euros, eso era todo después de cinco años en prostitución, porque yo me lo gastaba todo, era horrible. Al medio año de haberlo dejado mi amigo ya no me podía acoger más y yo estaba bebiendo y drogándome un montón. En Año Nuevo ya solo me quedaban 200 euros y me tenía que buscar una habitación, perdí todo el dinero que tenía y acabé en la calle. Estuve dos meses viviendo en un albergue. Mi hermano mayor –que está en Buenos Aires– conocía por referencias a Amelia Tiganus, consiguió contactar con ella y le pidió ayuda. Ella me pagó un autobús… mi historia no se entiende sin Amelia, ella me cuidó y me introdujo al abolicionismo, eso me guió muchísimo. Desde el abolicionismo empecé a entender un montón de cosas.

– En todos estos años, no ha tenido otra ayuda especializada, ninguna ONG, servicios sociales…

– Conmigo nadie ha estado ahí, estaba mi madre pero ella no sabía, nunca tuve ayuda profesional. Yo era una niña y luego una joven que necesitaba ayuda, y no la he tenido nunca. Pero es así si estás en un sitio donde la prostitución está legalizada. Sigo luchando, y a veces sigo perdiendo los trabajos, cuando me ha faltado control sobre mí misma.

Montserrat Giménez, con su historial complicado en la mochila mental, sin ayuda social, psicológica o económica, sin formación profesional, viene esta tarde de una entrevista de trabajo. En su currículo no pone nada de esto, “no, no, para conseguir trabajo es todo una performance”, dice. Mañana tiene una prueba, confía en poder encadenar trabajos precarios en hostelería, mientras que lograr un empleo estable que le de tranquilidad lo ve mucho más difícil.

“Mi historia no se entiende sin Amelia Tiganus, ella me cuidó y me introdujo al abolicionismo, eso me guió muchísimo”

– ¿Cree que le han quedado secuelas psicológicas?

– Yo tengo un bloqueo de la hostia. Para mí pensar en esto es muy difícil, después de tanta violencia. A veces me duele simplemente cuando pienso en lo normalizada que la tengo. He estado cinco años en prostitución, he sufrido violencia por parte de hombres desde los once años. Me da bastante rabia cuando solo se enfoca la vulnerabilidad desde la pobreza, cosa que es real, pero en mi caso viene por la violencia de los hombres desde niña. Igual que cuando se habla solo de si te golpean en la prostitución, cuando la prostitución es violenta de por sí. Y hay que hablar también de la violencia en la pareja. En relaciones sexuales fuera de la prostitución yo he llegado a estar llorando diciendo que no quería, sin ofrecer resistencia porque ya estaba muy cansada. He pasado por todo tipo de violaciones, de las que me han encerrado en una casa, he intentado escapar a la fuerza y no he podido, y esa es la “clásica” violación. He pasado la de borracha, he pasado la de mientras estuviera dormida, he pasado la de parejas.

–¿El abolicionismo ha supuesto algo sanador para usted?

–A mí me salvó el abolicionismo, sin lugar a dudas. El abolicionismo sana. Me ha hecho encontrar las razones, las respuestas. Si no hubiera encontrado a Amelia Tiganus quizá hubiera vuelto a la casa de putas. Aunque la lucha es complicada, porque se sufre con la violencia machista y se sufre también luchándola después.

Los discursos regulacionistas de “la puta feliz” hacen muchísimo daño: no hay empatía hacia nosotras, las prostituidas, salvo que seamos víctimas perfectas. El regulacionismo ha endurecido a la sociedad. En Bélgica, entre las mujeres que no eran víctimas de la trata por fuerza física he visto menos casos de desesperación económica que de esta “pobreza emocional” que yo tenía. La cosificación extrema desde la edad en la que te desarrollas hace que te veas como un objeto sexual, todo eso se opone al discurso falso de la libre elección.

“Los discursos regulacionistas de “la puta feliz” hacen muchísimo daño: no hay empatía hacia nosotras, las prostituidas, salvo que seamos víctimas perfectas”

– ¿Qué le diría a una chica joven que creyera en el discurso de la libre elección?

– Le diría que la única manera de estar más o menos cerca de la libre elección es siendo consciente de que no la tienes. Solo desde ahí puedes realmente reflexionar sobre todo lo que te está llevando a hacer esa elección y a esa situación.

Montserrat Giménez Zapiola, superviviente, vuelve a casa, donde ha empezado a hacer collages troceando las fotos que le hicieron los proxenetas. Allí cuida de Singer, un mastín, y de Buffy, una perra viejita a la que adoptó hace tres años. Desde hace unos meses es fundadora, junto a otras jóvenes abolicionistas, de la Asociación Nüwa Social. En sus redes sociales se encuentran fácilmente su amor por los animales y la firmeza de sus ideas feministas, asideros que parecen dar algo de estabilidad a quien lleva tatuadas en sus manos dos palabras: love, life –amor, vida–.


De la violencia en la infancia a la prostitución

La aceptación social de la demanda masculina de prostitución imposibilita la plena igualdad entre mujeres y hombres, al legitimar la cancelación de la libertad sexual y la integridad física de un contingente de mujeres, en beneficio del poder de los varones. De otro lado, los estudios abolicionistas contemporáneos dan cada vez más claves acerca del carácter traumático de la prostitución para sus víctimas directas. Según los estudios de expertas en psicología como la doctora alemana Ingeborg Kraus, prácticamente todas las mujeres que han estado en prostitución sufren graves daños psicológicos de tipo crónico-acumulativo. Algunos de los mecanismos que las dejan indefensas son la vinculación por trauma, el trastorno de estrés postraumático (TEPT), la disociación o el miedo. Así, el estudio de Farley en 2008 sitúa en un 68% el riesgo alto de TEPT para las mujeres en prostitución, el de Park, Decker y Bass de 2019, en un 61%.

La industria proxeneta aprovecha muchas de las vulnerabilidades especiales en las que encaja la historia de Montserrat Giménez Zapiola: mujeres migrantes, solas, muy jóvenes y con historial de abuso sexual temprano. A la luz de los estudios, este último factor es especialmente significativo. Hay que considerar que, como cita la doctora Kraus, según publicaciones oficiales en Alemania sobre 10.000 mujeres entre 16 y 24 años (Schröttle & Müller, 2004), el 58% sufrió acoso sexual grave, el 34% alguna clase de violencia sexual, el 13% violencia sexual grave. En el último Informe de la OMS de 2021, se dice que 1 de cada 3 niñas y mujeres jóvenes ha sufrido alguna forma de contacto sexual forzado.

Según la doctora Kraus, trabajos recientes muestran que la mayoría de las mujeres en prostitución han experimentado violencia en su niñez. “Ya están separadas de sus sentimientos antes de dedicarse a la prostitución y no han aprendido a protegerse y tampoco han desarrollado ninguna autoestima”, explicaba en noviembre y diciembre pasados durante su Seminario “Trauma y Prostitución” en la Escuela Abolicionista Internacional. De idéntica forma que relata Montserrat, la doctora explicó que “al ingresar a la prostitución, muchas dicen que era completamente “normal” para ellas porque pensaban que no merecían algo mejor. La prostitución en este caso es una continuación de la violencia en la biografía de estas mujeres. Los proxenetas y los operadores de burdeles utilizan la pretraumatización para sus propios fines”. La misma doctora citaba la prevalencia de la violencia sexual en la infancia para las mujeres en prostitución encontrada en los estudios de Farley en 2008 (entre un 65 y un 95%), o el de Roxburgh, Degenhardt y Copeland en 2006, con un 75%.

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