Caso Carioca: la mayor trama de explotación sexual en España reabre sobre los escenarios

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El teatro hecho con alma y compromiso social transforma el silencio en una voz brutal de la que no se puede escapar. Es el caso de Aquí nunca pasa nada, una obra de la compañía madrileña Teatro sin papeles que está recorriendo nuestro país para “reabrir sobre los escenarios el Caso Carioca, que nunca debió cerrarse de la forma en que se hizo”, afirma una de sus dos actrices, Olga Compte. Este montaje teatral hace justicia a las mujeres prostituidas “que se han enfrentado al miedo, a la ley del silencio, a las estructuras legales y a la cobardía de la sociedad” y muestra que la prostitución “no es ningún trabajo, sino pura violencia machista y sexual”, tal y como explica Moisés Mato, su director.
Por Nuria Coronado Sopeña

A lo largo de ochenta minutos se revelan los tentáculos del proxenetismo de Estado, judicial y social, al que la magistrada Pilar de Lara tuvo que enfrentarse por investigar y destapar la mayor causa de explotación sexual de nuestro país y acontecida en varios prostíbulos de Lugo. El macroproceso judicial llevó 14 años de investigación, 89 imputados, 46 detenidos, 367 testigos, 310 tomos y 160.000 folios. En él, además del principal proxeneta, José Manuel García Adán, estaban implicados miembros de la Guardia Civil, agentes de la Policía Local o responsables de Extranjería.

Eslabones de la cadena de prostitución y trata

Aquí nunca pasa nada no solo mete el dedo en el ojo de la explotación sexual. Como recalca la coprotagonista, Luisa Anaya, que interpreta el papel de una mujer colombiana y por ende el de todas las que fueron víctimas en este caso, también toca un tema que debe estar en boca de la ciudadanía española: la migración. Es importante crear espacios de encuentro y reconocimiento en donde nos demos cuenta de que no sólo el machismo debe ser atacado, sino también el clasismo, el racismo y el colonialismo. La obra no va sólo sobre trata de mujeres, va sobre trata de mujeres en su mayoría latinoamericanas, que son mujeres migrantes y todas en situación de pobreza”.

El método que se ha seguido para construir esta brutal obra de arte, tal y como describe Olga Compte, quien interpreta a la jueza, es el teatro de la escucha. “Básicamente tiene tres partes: en primer lugar, el equipo de trabajo está implicado de forma activista o en el análisis en diversos temas. En relación con la prostitución habíamos dado talleres, preparado acciones reivindicativas, organizado conferencias, esculturas corporales. En una segunda fase, empezamos la construcción de la obra con una implicación importante por parte de todo el equipo, que nos conduce a transformar nuestra forma de actuar respecto al tema que estamos trabajando. Y como tercera fase, la propia obra quiere provocar cambios en la sociedad y tiene vocación de continuidad y prolongación mediante la puesta en marcha de diversas iniciativas: talleres, plataformas, foros de diálogo o acciones reivindicativas”.

“La obra no va sólo sobre trata de mujeres, va sobre trata de mujeres en su mayoría latinoamericanas, que son mujeres migrantes y todas en situación de pobreza”

Sobre si la cobardía de la sociedad aumenta la barbarie y la “putificación” de las mujeres, Olga Compte tiene dudas.No sabría decir si todo es cobardía. Creo que hay un condicionamiento muy fuerte tanto para hombres como para mujeres. Por una parte, hay una falta de empatía muy alta –o total– por parte de los hombres que deciden ir a desfogarse con mujeres prostituidas, es como si apagaran su capacidad de ver la realidad y de razonar. Mientras tanto, los hombres que no van a los prostíbulos muchas veces tampoco ponen en cuestión a los hombres de su entorno respecto a la prostitución, es un tema tabú. Es tabú cuestionarlo, no es tabú presumir de ello entre “machos”.

Por otra parte, continúa la coprotagonista, “las mujeres estamos separadas, clasificadas, entre las que sí son prostituidas y las que no son prostituidas, de manera que solemos desconocer lo que ocurre en la vida de las “otras” mujeres según de qué lado nos haya tocado. Esa ignorancia favorece que seamos tibias a la hora de pronunciarnos sobre la realidad de la prostitución y pueda prosperar la idea de que la prostitución es algo que una elige y es una buena opción: de ser así no se entendería que la mayoría sean mujeres extranjeras y pobres antes de ser prostituidas, pero también mientras son prostituidas, ni tampoco se podría explicar su esperanza de vida, que es una media de 40 años, ¿qué profesión tiene esa media de esperanza de vida?”, se pregunta.

Por su parte, Luisa Anaya cree que “cuando se habla de que la sociedad trata de tal o cual manera a las mujeres, o de que hay algo en la sociedad que produce algo en las mujeres, la misma aseveración nos relega a un espacio en el que no formamos parte de la sociedad. Siento que niega la gerencia que tenemos en la misma, y no somos infantes que sí necesitan el apoyo de un adulto para exigir sus derechos –y por ello la diferenciación entre niños y niñas y sociedad–. Tampoco creo que la “putificación” de las mujeres sea la consecuencia de un miedo a cambiar el paradigma machista, porque “putificar” a las mujeres es parte de ese paradigma y es ese statu quo el que debemos desmontar. Desmontar el mito donde se beneficia lo masculino sobre lo femenino es lo que produce miedo y por lo que se crea una nueva estrategia –nada cobarde– que vende las mismas formas con distintas caras. Nuestra capacidad crítica es la clave para identificar esas estrategias que siguen promoviendo la hipersexualización de lo femenino y siguen manteniendo el statu quo del machismo”.

“Nuestra capacidad crítica es la clave para identificar esas estrategias que siguen promoviendo la hipersexualización de lo femenino y siguen manteniendo el statu quo del machismo”

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La alegoría que impacta

En Aquí nunca pasa nada hay una simbología que escuece y que denuncia el proxenetismo social en el que vivimos. Una de ella es la trituradora en la que Olga Compte, la jueza, destruye todas las pruebas de la trama Carioca. “Todos los elementos que aparecen tienen varias dimensiones simbólicas. Ciertamente, la trituradora es un elemento que colabora a reflejar cómo la justicia se hace añicos y pulveriza la vida de las personas que se ven envueltas en la trama, tanto de forma directa como indirecta. Respecto al título, estuvimos dándole muchas vueltas, hasta que un día Moisés cayó en la cuenta de que la obra contenía el título en su propio texto, ya que en varias ocasiones se dice “aquí nunca pasa nada” y esa frase está llena de significados. El guión se fue construyendo a medida que los ensayos avanzaban, íbamos desarrollando líneas de diálogo, nos documentábamos… Moisés, sumergido en el proceso creativo, fue componiendo el texto con todo ese material y nos iba trayendo escenas que luego se enlazaban unas con otras, formando actos y finalmente la obra completa”.

Con cada representación, las actrices se vacían y se vuelven a llenar de compromiso. “Cuando me bajo del escenario suelo pensar en mi rendimiento interpretativo y en la energía de la obra. Termino muy cansada y removida. El peso emocional de cada obra es voraz, porque no paro de analizar si realmente representé con fidelidad la verdad de las mujeres que fueron víctimas del caso. En esa fidelidad está la manera en la que siento que ayudo a hacer justicia. Creo que nunca van a pasar cosas que “cambien todo” en la escala temporal de una generación. La misma historia nos da pocos ejemplos, incluso cuando hay un punto de inflexión violento y transgresor. Las cosas van cambiando poco a poco, y eso seguirá sucediendo en la medida en la que todas y todos sigamos siendo críticas con los mitos en los que nos han hecho creer”, reflexiona Luisa Anaya.

Preguntadas sobre si interpretan desde la rabia o la justicia ambas describen que es una mezcla en la que el arte es el pegamento de todo. “Se interpreta desde el personaje. Una cosa es el guión y otra la interpretación.  Durante el proceso de creación del personaje descubres cómo puede vivir tu personaje las distintas situaciones que va viviendo. Este proceso de creación no termina nunca, en cada actuación descubres cosas, es como si cada día fueras descendiendo peldaños adentrándote en la profundidad de tu personaje. Y según el momento el personaje puede sentir rabia, deseo de justicia, impotencia, frustración, confusión …”, explica Compte. Por su parte, Anaya recalca que “con referencia a los personajes de la empleada del servicio y las mujeres prostituidas, intento siempre interpretarlo desde la verdad. La interpretación desde la verdad implica un grado de espontaneidad que puede llevarse a cualquier sensación interna, la rabia, la tristeza, la sed de justicia, la desilusión o cualquier otra”.

Sea como sea, lo que esta obra de Teatro sin papeles logra “es una forma de hacer justicia, porque desde tu vocación intentas poner al servicio de esta causa lo que sabes hacer; y, además, no es un acto aislado: tiene vocación de permanecer y llegar a todos los rincones posibles. Se trata de intentar que tu profesión esté al servicio de todas estas mujeres que tanto han sufrido”. ¡Y vaya que si lo logran!

Lo que esta obra de Teatro sin papeles logra “es una forma de hacer justicia, porque desde tu vocación intentas poner al servicio de esta causa lo que sabes hacer”

 

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