“En Uruguay la violencia sexual fue una práctica sistemática de la represión militar”

En 2010, 28 mujeres ex presas políticas de la dictadura cívico-militar uruguaya (1973-1985) decidieron luchar contra la impunidad de los crímenes de lesa humanidad ocurridos en dicho periodo. Juntas presentaron la primera denuncia colectiva por violencia sexual en la historia del país sudamericano. Entrevistamos a Soledad González y Mariana Risso, autoras de una compilación de artículos sobre la violencia sexual en la dictadura: “Las Laurencias” (Trilce, 2012)

España, Madrid- La dictadura cívico-militar uruguaya duró 12 años, desde 1973 a 1985. En ese periodo fueron detenidas cientos de personas de forma sistemática por parte de las Fuerzas Armadas, personas pertenecientes a movimientos de izquierdas y otras que sin pertenecer a ningún grupo político, resultaron encarceladas y acusadas de sedición. Muchas de esas personas, sobre todo las pertenecientes a grupos políticos de izquierdas, sufrieron aislamiento y largas sesiones de tortura física y psíquica. Se ha documentado que alrededor de 100 prisioneras y prisioneros políticos murieron en las cárceles durante la dictadura. Además, aún hay 140 personas desaparecidas.

La violencia sexual no se ejerció exclusivamente con las mujeres pero ellas, además, padecieron el odio de una sociedad que despreciaba a aquellas que decidían salirse de los márgenes tradicionales del cuidado de la casa y de los hijos para adentrarse en la lucha política reivindicativa.

El pasado 27 de noviembre en el local central del PIT CNT de Montevideo tuvo lugar la presentación del libro “Las Laurencias”, editado por Trilce. Está compuesto por ocho artículos de diferentes autores y autoras que reflexionan sobre la violencia sexual y de género en el terrorismo de Estado, bajo la coordinación de Soledad González Baica y Mariana Risso Fernández.

“Las Laurencias” surge a partir de unas reuniones que un grupo de mujeres expresas políticas mantienen desde 2010, con el objetivo de acabar con la impunidad de estos y otros crímenes de lesa humanidad que tuvieron lugar durante los años de dictadura. Este grupo de mujeres presentó la primera denuncia colectiva por violencia sexual en la historia de Uruguay. Sin embargo, los crímenes continúan en la impunidad. Entrevistamos desde Madrid a las autoras del libro.

– ¿Qué las motivó a compilar y escribir este ensayo?

– Si bien los temas de Derechos Humanos y las reivindicaciones de género nos eran cercanos, el impulso puntual lo generó el enterarnos de que un grupo de mujeres, expresas políticas durante la dictadura en nuestro país, se estaba reuniendo para recopilar testimonios que pudieran constituir una denuncia por delitos sexuales en las cárceles durante el terrorismo de Estado. Estas reuniones se daban desde el año 2010 en el marco de luchas y debates por romper la impunidad legislada desde 1985 sobre estos y otros crímenes de lesa humanidad. El 31 de octubre de 2011 presentaron la denuncia colectiva.

– ¿Qué las inspiró a ponerle el título “Las Laurencias” a la compilación?

– Laurencia es la protagonista de “Fuenteovejuna”, de Lope de Vega, escrita en 1619. La clásica obra refiere a la lucha de un pueblo por su emancipación del poder tiránico del Comendador, quien gozaba del derecho feudal de “pernada”, es decir de la posibilidad de abusar sexualmente de sus vasallas. Esta práctica fue consentida durante siglos y es una representación del costado más perverso del poder despótico y patriarcal. En la introducción del libro decimos que las palabras de Laurencia “resuenan tan dolorosas y necesarias en nuestro país como en la España feudal en que fueron escritas”. Pretendemos aludir con el título a cómo la lucha de las mujeres se inscribe en una larga tradición contra el despotismo político patriarcal, siendo el abuso sexual una de sus manifestaciones, tan frecuente como invisible, representando en la represión social una modalidad específica de tortura y de lesión a la dignidad humana.

– ¿Nos pueden contar brevemente la historia de estas 28 mujeres que decidieron demandar a la Justicia por haber sido víctimas de violencia de género y violencia sexual?

– Sin duda las mujeres -y también muchos hombres- que sufrieron violencia sexual en las cárceles de la dictadura uruguaya fueron un número altamente significativo. En especial porque Uruguay contó con el mayor número de presos y presas políticas de toda la región con relación a su población. Esto ha sido un secreto a voces durante décadas. Este grupo de mujeres, que fue mayor, se constituyó por quienes finalmente escribieron su testimonio y presentaron la primera denuncia colectiva por violencia sexual en la historia de nuestro país.

Como ellas mismas nos han dicho, pasaron por un largo proceso para poder hablar de esto en una sociedad que no quería escuchar. Pertenecieron a diversos grupos y partidos políticos de la izquierda uruguaya y representan a las distintas generaciones de presas, desde las primeras secuestradas en el año 1972 hasta las que fueron detenidas en 1984 a pocos meses de restaurarse la democracia, generalmente se trataba de jóvenes estudiantes.

– ¿Qué tipo de violencia sexual utilizaron en Uruguay las fuerzas represoras?

– Entendemos por los testimonios que se conocen, que la violencia sexual abarcó modalidades diversas: desde la desnudez forzada en la totalidad de presas y presos políticos, el manoseo, la agresión y tortura específica en genitales, la amenaza de violación, el forzamiento a presenciar violaciones a compañeras, familiares u otras y otros detenidos, hasta las violaciones consumadas, la penetración con objetos o las violaciones con perros entrenados, castraciones, etc. La dimensión del horror de la tortura y de la saña perversa es difícil de narrar sin violentar la imaginación. La característica principal fue la sistematización de la práctica de la violencia sexual como método de amedrentamiento, castigo y transmisión del terror.

Soledad González Baica y Mariana Risso Fernández, compiladoras de "Las Laurencias".

– ¿Los hombres fueron también víctimas de violencia sexual?

– Por supuesto, de hecho existen desde hace años testimonios públicos, sistemáticamente desoídos por jueces, políticos, comunicadores, incluyendo en estos amplios sectores a activistas de izquierda. Hay una dificultad cultural para escuchar y dar espacio a la violencia sexual dentro de los otros tormentos, sin minimizar, diluir en la generalidad de las prácticas de castigo; o se restringe la sexualidad a un ámbito privado o personal.

– ¿La violencia sexual era parte de las sesiones de tortura? ¿Se podría diferenciar la violencia sexual que se ejercía para quebrar al enemigo de la que se ejercía por misoginia y odio a las mujeres?

– La violencia sexual generalmente era parte de las sesiones de tortura pero también se incluía en formas de dominio y sometimiento para el goce de los verdugos. Independientemente de la tradicional justificación de “excesos” o “casos aislados”, fue una práctica sistemática de destrucción subjetiva.

La misoginia y el odio son constitutivos de la violencia sexual y la tortura, así como características de lo que podríamos llamar la fiesta de los verdugos, el goce perverso adscripto a todo ejercicio abusivo del poder.

–  Ustedes dicen en la introducción que la violencia sexual como la tortura y la prisión prolongada en épocas de dictadura, pasó a formar parte de la “cultura de la impunidad”. ¿Persiste hasta ahora esa cultura de la impunidad en crímenes por violencia sexual?

– Absolutamente. Una de las tesis centrales en muchos de los artículos que propone el libro es pensar en las marcas de la impunidad, del no castigo ni investigación de los crímenes cometidos por el Estado terrorista.

Los crímenes sexuales siguen portando una sombra de sospecha sobre las víctimas, que muchas veces impide la denuncia por el riesgo de victimización a la que son sujetas, por un sistema judicial sin capacitación específica, por una policía con déficit de preparación, portadora de estigmas culpabilizadores hacia la mujer, las y los pobres, los y las homosexuales…

Los militares uruguayos siguen protagonizando sucesos de abuso y violencia sexual muchas veces fuera de fronteras: ha habido recientemente denuncias contra contigentes en el Congo, en Haití y en otras zonas. La no resolución histórica del trauma social que significó el terrorismo de Estado y la inexistencia de condena a los culpables de delitos de lesa humanidad sigue siendo una pesada herencia.

Consideramos además, que es impensable divorciar esos efectos de la cultura de la impunidad en la actualidad, de las violencias contra la mujer, de las dificultades persistentes para que más mujeres se incorporen a cargos de dirección relevantes en política o en grupos cercanos a la toma efectiva de decisiones.

– ¿La peligrosidad de las presas revolucionarias o contrarias a la dictadura formaba parte también de la asociación de mujer con “bruja” y “maldad” que justificara su persecución y un castigo “sexual”?

– La peligrosidad sostenida por el discurso represivo sobre la disidencia política y social y sobre las sediciosas estaba impregnada de estigmas devaluadores: “la puta”, “la traidora”. En el caso de los hombres la alusión insultante feminizadora: “el puto”, “la marica”. Aquellas que se animaron a desafiar al poder y a renunciar a su destino doméstico y domesticado siempre son ejes de la más absoluta condena de un Estado autoritario.

– En el artículo “El nudo subjetivo y el nudo político” (de Mariana Risso) se dice que “el violador-verdugo no testimonia, silencia, y cuando relata su perspectiva produce un discurso vinculado a alguna moralidad o ley organizadora que lo rescata psíquicamente de lo siniestro de sus acciones (el cumplimiento del deber, las necesidades de la guerra, la obediencia debida, etcétera). Disociando así sus actos y sus dichos del sentido trascendente del daño causado por el abuso y la violencia”. ¿Existe algún estudio sobre el porcentaje de presas que fueron víctimas de violencia sexual? ¿Y de represores violadores?

– Hasta la fecha no existen estudios sobre población y número de víctimas de tortura con abuso sexual específico; estamos dando los primeros tardíos pasos. Hay una larga lista de denunciados como torturadores y violadores, identificados por cientos de presas y presos políticos. Muchos aún viven y gozan de una jubilación como ex funcionarios del Estado. En Uruguay la Justicia es una de las deudas más dolorosamente pendientes.

– ¿Fueron juzgados represores por violencia sexual?

– En Uruguay no hay un solo preso por torturar o por violar durante la dictadura. Los únicos presos por su accionar delictivo en el terrorismo de Estado desde hace unos cinco años, están alojados en una cárcel especialmente construida y han sido condenados en todos los casos por homicidios especialmente agravados y desapariciones forzadas que pudieron ser comprobadas judicialmente.

– ¿Ha habido “escrache” público contra represores que ejercieron la violencia sexual?

– No. Ha habido escraches ocasionales a represores, médicos y psicólogos participantes en torturas, pero no específicamente a criminales violadores. Hay un silencio que aún se mantiene y que parece mezclarse extrañamente con temor y quizá con algo de complacencia.

– ¿La violencia sexual contra las mujeres era sistemática o sólo se utilizaba con determinado tipo de encarceladas y en determinados tipos de tortura?

– Creemos -ya que no hay estudios específicos- que ha sido sistemática en algunos niveles (manoseos, desnudez forzada, exhibición y amenazas de violaciones colectivas, obligación de presenciar torturas y violaciones a otros y otras detenidas y detenidos). Las violaciones que incluyeran penetración posiblemente hayan sido selectivas en algunos casos, como parte del plan sistemático de amedrentamiento y destrucción, no solo de personas sino de grupos de detenidas.

– Ya para finalizar, ¿en qué radica la importancia de documentar y de reflexionar sobre la violencia sexual y de género en el terrorismo de Estado? ¿Produce un efecto conciliador romper el círculo del silencio?

– Romper los círculos de silencio en primer lugar es un imperativo ético, no hay sociedad que pueda sanarse en el ocultamiento, la mentira y el encubrimiento de crímenes atroces. Consideramos que reflexionar sobre la violencia sexual al menos genera posibilidades de escucha y pensamiento, lo cual es un grano de arena, pero un grano no menor en un océano de impunidad. La conciliación… en fin, es una palabra complicada y ambiciosa. Quizá algo de verdad y de Justicia ayuden a cicatrizar tantas heridas individuales y colectivas que aún nos están sangrando.

Articulistas que ha colaborado para "Las Laurencias" el día de presentación de la obra.

“Las Laurencias”, Soledad González Baica y Mariana Risso Fernández (compiladoras). Editorial Trilce, 2012.

Artículos:

– Desatar, desnudar … reanudar – Lilián Celiberti

– La emergencia de un prolongado y silenciado dolor – Lala Mangado y María Celia Robaina

– Entre el nudo subjetivo y el nudo político – Mariana Risso Fernández

– Soldaditos de plomo y muñequitas de trapo. Los silencios sobre el abuso sexual en la tortura después que la tortura fue un sistema de gobierno – Rafael Sanseviero

– El horror femenino. Las representaciones de los episodios traumáticos en testimonios de mujeres víctimas del terrorismo de Estado – Carla Larrobla

– Salvar a la patria y a la familia. Dictadura, disidencia sexual y silencio – Diego Sempol y Federico Graña

– Violencias de género en el terrorismo de Estado argentino – María Sondereguer

– Terrorismo de Estado, violencia de género e imprescriptibilidad de los delitos de lesa humanidad – Flor de María Meza Tananta y Juan Faroppa Fontana

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