Este texto que Amelia Tiganus presentó en las Jornadas Internacionales de Prostitución y Trata celebradas en Pamplona el 26 y 27 de octubre, nos propone leer y escuchar el relato de las víctimas de trata y de prostitución, un relato silenciado por la industria del sexo y el Estado proxeneta. Un relato en el que cuenta sus vivencias dentro del prostíbulo, al que la autora describe como un auténtico campo de concentración del siglo XXI.
¡Buenas tardes a todas!
Pamplona es y será siempre un sitio muy especial para mí. Hace un año y medio que rompí el silencio y fue en esta ciudad. Ese día estaba acompañada y arropada por grandes mujeres. Y así es como me he sentido durante este tiempo transcurrido. ¡Gracias! Todo es mucho más fácil con vosotras de la mano.
1. A mis hermanas
Queridas hermanas putas, me dirijo a vosotras y les hablo porque no quiero y no debo hablar por todas vosotras. Ninguna puta debería hablar por todas. Hay mucha gente que proclama a los cuatro vientos que habléis y decidáis cosas. Demasiada injusta carga para algo que nos afecta no sólo a las putas sino a todas las mujeres. Lo que debéis saber es que vuestra historia personal es parte de un gran entramado que arroja a la prostitución a miles, millones de mujeres y niñas. Y entonces se trata de un problema social de difícil solución y que se ha profundizado con el neoliberalismo.
Me gustaría decirles que algo de mí se ha quedado con vosotras para siempre y ese lazo que nos une, espero que pueda fortalecerse.
Este relato no sería posible si no me sintiera unida a vosotras. Y si puedo hablar y ponerle palabras al horror, a la violencia y la deshumanización, es porque vosotras me acompañáis en la memoria.
La memoria puede ser una herida abierta que se cicatriza con el amor de la reparación.
Este relato es reparador para mí y un puente que tiendo para –ojalá- encontrar y ayudar a otras mujeres como yo y que juntas podamos construir un relato coral, el de la liberación y la reparación colectiva de nosotras, porque como bien sostiene la querida Sonia Sánchez:
Ninguna mujer nace para puta.
Me pregunto muchas veces si me alejaba de vosotras haber podido salir de la prostitución y liberarme de esa esclavitud. Sólo se que simplemente tuve mucha suerte. La suerte me la dio la posibilidad de pensar y analizar mi vida en un contexto diferente. Tuve suerte de poder adquirir herramientas para poner palabras a lo vivido y reflexionar sobre ello. Tuve suerte de tener un entorno favorable que con mucha paciencia y tacto, me ha dejado el espacio para reencontrarme conmigo misma. Pero esto no debería ser una cuestión de suerte. Los derechos humanos no deberían ser como la lotería.
Estamos luchando para que esta vulneración constante de derechos de las mujeres deje de existir.
Soy una privilegiada por muchas razones pero principalmente por poder pensar. Pensar me parece un acto de rebeldía. Algo tan humano como ello me fue arrebatado -como a muchas mujeres- a través de la violencia simbólica, la violencia psicológica, la violencia física, la violencia económica, la violencia sexual, la violencia institucional, la violencia sociocultural… Las putas somos atravesadas por todas las violencias. Pude despertar de aquella sensación de estar muerta en vida el día que descubrí que mi historia no era algo personal sino la historia de muchas mujeres; al historia de mujeres que el patriarcado pone a disposición de los hombres de manera pública. Y empecé a pensar, a indagar, a encontrar respuestas, a perder el miedo y la vergüenza y a sentirme en la obligación ética de actuar. Porque yo pude salir de ese campo de concentración que es la prostitución pero millones de mujeres siguen allí, sufriendo la pérdida de identidad, la tortura física y psicológica, el miedo, el desconocimiento, el silencio, la indiferencia, el olvido y el desamparo del Estado proxeneta y de la sociedad cómplice.
Confieso que me ha resultado muy duro hoy hablarles a mis hermanas putas. Sé muy bien cómo llegan a sentirse si los recuerdos y el pensamiento crítico se activa. La desesperación puede apoderarse de ellas al verse en un callejón sin salida. ¿Qué podemos hacer para que ese callejón tenga salida? ¿Qué podemos hacer para que mis hermanas putas tomen las riendas de su vida y emprendan el viaje de vuelta a su esencia libre e indomable? ¿Qué herramientas les podemos ofrecer para que se empoderen? Cuando estamos en el campo, las únicas herramientas que encontramos para empoderarnos son las que nos dan los mismos interesados en que esto continúe siendo así. Como sostenía Audre Lorde: “Las herramientas del amo nunca desmontarán la casa del amo”.
Es hora de que empiece la revuelta de las putas, las esclavas invisibles, y que el empoderamiento feminista sea sin duda una cuestión prioritaria para ellas. Necesitamos la sabiduría de las mujeres para conseguir nuestra liberación. Necesitamos vuestra apoyo, vuestra ayuda y vuestra sororidad para desmontar la casa del amo patriarcado.
Delante de nuestros ojos hay carreteras plagadas de prostíbulos, mujeres en la calle medio desnudas, pasando frío o calor, pisos donde las mujeres “nuevas, complacientes y disponibles las 24 horas” desfilan cada vez que entra un putero y decide hacer uso de su privilegio. Anuncios en prensa, en internet, flyers, tarjetas…
¿Cómo lo podemos permitir?
Mientras estamos aquí, en este congreso, allí fuera hay unas 800 mujeres sólo en Pamplona, en más de 19 prostíbulos, en la calle y en decenas de pisos. Mujeres como nosotras que merecen vivir una vida libre de violencia proxeneta y putera.
¿Qué podemos hacer para acabar con la impunidad con la que los perpetuadores actúan y se desenvuelven ante la sociedad? Esos proxenetas que son amigos de políticos, periodistas, policías, jueces. Que son hombres vinculados al poder, que se enriquecen a costa de nuestros cuerpos, nuestras vidas y sostienen al que los sostiene, como lo que es, un sistema que se auto-reproduce en el Estado proxeneta. Esos puteros que pueden ser el panadero, el profesor, el vecino, el amigo, el esposo, el camarero, el hijo y el padre.
El patriarcado capitalista actual intenta convencernos de que la prostitución debe abordarse como un derecho. Como sostiene Sonia Sánchez, el trabajo sexual es la penetración de boca, vagina y ano. El campo de concentración te convierte en un agujero, ¿que más quiere el patriarcado más atroz que reducirnos a un hoyo? Y luego la industria del sexo convierte a ese hoyo en una mina de oro.
¿Podemos hablar de igualdad cuando hay 50.000 ó 60.000 esclavas sexuales en el Estado español? ¿O es que la igualdad es solo para las mujeres blancas y españolas? España tiene una larga tradición imperialista y colonial en su pasado y ese colonialismo continúa en la actualidad a través de la esclavitud de las mujeres pobres de otros países. Colonialismo sexual que les permite a los hombres de todas las clases sociales tener a su alcance a rumanas, paraguayas, dominicanas, brasileñas, nigerianas…
No nos engañemos, la aceptación de la esclavitud sexual de las mujeres y la prostitución tienen también que ver con el colonialismo, la raza y la clase.
El único camino que nos queda a las putas es la revuelta. Empoderarnos juntas para acabar con la esclavitud sexual y la trata. Pero solas no podemos. La revuelta necesita que los feminismos pongan esta cuestión en el centro y que se convierta en un problema social de primer orden.
Nos afecta a todas las mujeres. No nos dejen solas compañeras. Las invito a que se unan a la revuelta de las putas.
Muchas gracias. Buenas tardes.
2. El prostíbulo, mi campo de concentración
Queridas hermanas putas, recuerdo lo difícil que se me hacía pensar dentro del campo de concentración. Tener todos los sentidos puestos en sobrevivir no deja margen para pensar y cuando me recuerdo a mí misma teniendo que tomar decisiones, el miedo me invade y me paraliza igual que lo hacía entonces. Me estremece el recuerdo de nosotras en fila esperando nuestro turno para cobrar el dinero que nos tocaba después de 12 horas de lo que la industria del sexo llama “trabajo”. Nosotras en fila esperando el cambio de sábanas, nosotras en fila dirigiéndonos a la sala del bar, nosotras en fila hablándoles a los puteros, en fila esperando el turno para comer, nosotras en fila haciendo cola para entrar a un cuarto con un putero. Aún recuerdo el olor a ambientador (juraría que todos compraban la misma marca y la misma fragancia), el humo de nuestros cigarros, el alcohol, la cocaína, la música alta y esas canciones de amor que nos poníamos con monedas, las películas porno que ellos ponían con monedas, las luces rojas de neón… Recuerdo nuestras risas, llantos, peleas, nuestras pequeñas conversaciones y planes de futuro. Todas, absolutamente todas, soñábamos con salir de esa vida cuanto antes.
¿Cómo fueron los cinco años dentro de los más de 40 prostíbulos en los que viví? Lo transmito con una imagen, un reloj sin agujas. La esclavitud es una vida sin sentido del tiempo. Sin voluntad para reconocerte a ti misma como persona. Cuando el proceso de deshumanización es constante, la disociación y el olvido son necesarios, es más, son un mecanismo muy poderoso de supervivencia dentro del campo.
Imaginen estar las 24 horas del día obligadas a ver películas porno, a no dormir cuando quieres, a no comer cuando quieres, a ser y a actuar en relación a lo que los puteros exigen, a vestir como ellos lo desean, a tener otro nombre, a dormir en la misma cama en la que durante horas los puteros han hecho posible que la repetición del acto sexual se transforme en una de las formas de torturas más brutales. Imaginen que el dinero que ganamos en supuesta libertad es usurpado por los proxenetas y que ese dinero beneficia a ayuntamientos, a Hacienda, al Estado proxeneta.
En el prostíbulo pierdes tu identidad y te conviertes en una mujer en serie: intercambiable y utilizable sin medida.
El campo te aliena, te despersonaliza. El tiempo se detiene, la mente se separa, el alma se esfuma y tu cuerpo solo intenta sobrevivir.
Imaginen a todas las que no podrán hablar y contar este relato: las que morirán por enfermar gravemente a causa de las adicciones, los abusos y la tortura; las que serán asesinadas, las víctimas de feminicidio por prostitución son las grandes olvidadas de la violencia machista. Mujeres desechables, hermanas nuestras atravesadas por múltiples violencias durante su -por lo general- corta vida, son asesinadas con brutalidad y saña, sus cuerpos destrozados son encontrados con frecuencia en descampados, o en contenedores, o en bolsas de basura. A pesar de que se trata de crímenes machistas por antonomasia, no son reconocidos como tales, ni por las leyes, ni por la gente. En la base de datos de Feminicidio.net hemos documentado 37 feminicidios por prostitución, cometidos entre los años 2010 y 2016. Sin contar con las desaparecidas por trata. Si apenas importan las prostitutas asesinadas: ¿A quién le importa las putas desaparecidas?
El campo de concentración nos abduce, nos explota, nos extermina, nos desaparece o nos aniquila de a poco.
Primero descubrí con asombro que el prostíbulo estaba lleno de chicas de mi ciudad: Galati. Imaginen una ciudad entera de Rumanía de casi 300.000 habitantes en la que desde hace decenas de años se viola, se domestica y se vende a niñas y mujeres a proxenetas y puteros de España.
Las caras de algunas mujeres me resultaban conocidas pero hacía tantos años que había perdido a mis amigas de la infancia… desde entonces nunca pude volver a hacer amistad con chicas de mi edad. Supuestamente porque ninguna quería ser amiga de una puta.
Eso tampoco cambió después en el campo de concentración. En la prostitución no hay amistades. Todas queremos salir cuanto antes de allí y no tenemos tiempo que perder. Además los mismos proxenetas y puteros siembran entre nosotras rivalidades. Ser la preferida del opresor da cierto privilegio sobre las demás. La preferida era la que más ganaba. Todas queríamos ser la preferida.
Pronto descubrí que esos trajes, esas sonrisas y ese supuesto glamour que se respiraba en el ambiente se quedaban en el pasillo antes de entrar a una habitación. Dentro de la habitación había una cama con una sábana de papel y un preservativo. Todo era muy frío y violento pero siempre pensaba “uno más para estar más cerca de mi sueño”.
Aprendí a actuar según querían. Algunos iban de buenos y me hacían preguntas, me contaban cosas, yo tenía que ser muy amable con ellos y sonreírles, escucharles y aprobarlos con cariño y admiración. Para mí esa situación era una de las más enloquecedoras. Ellos me obligaban a estar allí presente, no sólo en cuerpo sino también en mente. Aquello era una tortura para mí y sé que también para la gran mayoría de mujeres prostituidas. Mientras estaba con ese tipo de putero no podía contar el dinero que había ganado ese día y cuánto me quedaría a mí. Tampoco podía contar cuánto me faltaba para comprar esa casita con jardín. Tenía que estar allí, verle la cara, sentir sus sucias caricias y su aliento. Y abrazarle y acariciarle. Eso y sonreír. ¡Muy importante! La impotencia y la rabia que me producía eso no puedo describirlo en palabras. Babosos que querían mi cuerpo, mi alma, mi mente y todo mi ser por un miserable billete. Además pareciera que debía estarles agradecida porque ellos supuestamente me trataban bien. Solía acabar desquiciada diciéndoles que follaran de una vez y se largaran. Se ofendían muchísimo y pasaban de ser los novios más amorosos a llamarme puta asquerosa, mentirosa y estafadora de la manera más violenta. Eso me traía siempre mala fama y tuve que dejar de hacerlo así y tragar en silencio esos ataques de locura que me daban cada vez que estaba con un putero “majo”.
Luego estaban los que iban al grano. Ellos pagaban, penetraban y se iban. Por lo menos así podía evadirme y estar mentalmente allí donde quería estar. Para ese tipo de puteros las putas somos solo un cuerpo con orificios para penetrar. No hay deseo y poco les importa en lo que estamos pensando. Debemos hacer una performance igual que en las películas que vemos en esos televisores las 24 horas del día. Gemir, sonreír y hacer como que estamos participando. Con eso ya les parece satisfactorio. Después se van y nos quedamos con nuestro cuerpo violentado y dolorido. ¡Pero ya falta menos para cumplir el sueño!
También están los sádicos y misóginos. Las prácticas de tortura física y psíquica que llevan a cabo para sentir satisfacción son difíciles de narrar. Ser mordida, pellizcada, golpeada, insultada, vejada y reducida a nada. En cuanto más dolor, humillación y miedo te hacen pasar, más disfrutan.
Al principio pensaba que podía identificarles antes de entrar al cuarto pero la experiencia me demostró lo contrario. Daba igual si el putero era político, juez, policía, fiscal, periodista, sindicalista, obrero, empresario, deportista, casado, soltero, joven o mayor. Nunca sabía con cuál de esos tres tipos de puteros me iba a encontrar una vez que se cerraba la puerta de la habitación.
Todos eran repulsivos.
Asumamos que los puteros son explotadores, torturadores y hasta exterminadores. La vida de las putas es muy corta gracias a ellos. Y cuando morimos o nos asesinan, seguimos siendo las invisibles. La violencia sigue ahí después de que perdemos la vida.
En cualquiera de los casos, debía “ser lista y sacar el máximo dinero posible en el menor tiempo posible”. Me lo recordaba una y otra vez mi proxeneta. Añadiendo que yo era libre de hacer lo que quisiera pero mejor ser lista y actuar de forma inteligente. Manejar a los hombres, sacarles la pasta, tener el poder sobre ellos. Es curioso cómo este mismo discurso lo tienen los y las que dicen estar en contra de la trata pero defienden la prostitución en nombre de la transgresión y la liberación de las mujeres. Los mismos argumentos que han utilizado y utilizan los proxenetas y los tratantes para explotar sexualmente a miles, millones de mujeres en todo el mundo son los que utilizan algunas activistas que defienden la prostitución como un trabajo que empodera y libera.
Me escapé del proxeneta español que me compró porque pronto descubrí que se estaba aprovechando de mí y siempre me quitaba casi todo el dinero. Mis cálculos no salían después de pagar la deuda, la habitación, la manutención, el alcohol, la cocaína, la ropa, los cosméticos, las multas… todo estaba montado para quitarnos casi todo el dinero y lo poquito que nos quedada debíamos invertirlo en seguir siendo putas y cumplir con los mandatos que los puteros exigían.
Me escapé y decidí seguir persiguiendo mi sueño. Me quedé atrapada en el sistema prostitucional durante cinco años. La verdad es que en todos los sitios la situación era exactamente la misma. No tenía un proxeneta oficial pero seguía siendo explotada sexualmente por cada uno de los proxenetas dueños de prostíbulos, legalmente llamados “empresarios de ocio” y que integran una gran red mafiosa a lo largo y ancho del Estado español.
En ningún momento llegué a identificarme como víctima de trata. Primero, porque no sabía qué era la trata. Y segundo, porque tenía una idea equivocada de la trata que no iba conmigo. Hasta a mí me daban pena las mujeres engañadas, obligadas, encadenadas.
Cada año que pasaba me era más difícil salir de allí. Me producía mucho dolor salir sin nada después de todo aquel sufrimiento así que me prometía a mí misma que iba a estar solo un año más. Y luego otro y otro. Fui capaz de decir “¡Basta!” y de no alargar más la agonía cuando asumí que me habían engañado y que jamás iba a conseguir mi sueño. Que iba a ser pobre y que no me llevaría nada material de esos cinco años de experiencia concentracionaria.
Salí (y muchas otras salen) cuando ya no son lo bastante “nuevas” o lo bastante “disponibles las 24 horas”. La gente se suele extrañar cuando digo que nos dejan marchar en el momento en el que ya no aguantamos esa vida y cuando ya dejamos de creer que algo bueno va a pasar allí dentro. No debería extrañar que por una mujer que se retira en silencio absoluto y sin el menor apoyo y reparación, en su lugar hay tres nuevas disponibles. Las putas se fabrican a escala industrial porque la industria del sexo las necesita y esta invierte muchísimo dinero en hacer ver a las jóvenes mujeres que su mejor destino es ser putas. La historia se repite una y otra vez, sin parar.
3. Memorias de cómo se fabrica una puta
Desde mi lugar he utilizado el olvido como estrategia de resiliencia. Sin embargo, cada día estoy recordando más cosas y cada vez estoy más convencida de que si he llegado hasta aquí es porque mi mente privilegiada y muy sabía ha borrado u ocultado muchos episodios traumáticos de mi vida como estrategia para poder resistir y persistir.
Os cuento mi historia que algunas que están hoy aquí ya conocen.
Nacer en Rumanía en el año 1984 sin duda ha influido y mucho en mi experiencia vital.
Ser hija de la transición y parte de una generación perdida entre lucha de poderes e intereses políticos no ha jugado a mi favor. Hija de obreros que bajo la dictadura han trabajado mucho para tener poco y en nombre de la democracia han trabajado más para tener menos aún. Nunca pasé hambre, ni frío, ni nada material me faltó. Pero emocionalmente sí pasé hambre, sed y frío. No era la única, ya que veía a mi alrededor que eso ocurría como norma. Había muy pocas excepciones. Las normas jerárquicas, patriarcales, los valores de la iglesia, de la familia tradicional, la ley del más fuerte, la violencia como método de educación, el silencio absoluto sobre cosas consideradas inmorales… La doble moral y la ignorancia de un pueblo que había sido domado y adiestrado para obedecer y muy pocas veces pensar.
Las putas no tenemos paz. Lo pude descubrir en mis carnes después de sufrir esa violación múltiple a los 13 años. Me convirtieron en puta sin importarles que yo en realidad quisiera ser médica o profesora. Abandoné los estudios por no soportar toda aquella situación y aquel dolor. Las violaciones y la persecución se volvieron sistemáticas y yo, en la soledad y el abandono más absoluto, encontré la (falsa) solución el día que dejé de resistirme y me resigné. Ellos me convirtieron en una puta y cuando lo consiguieron, los acosadores, los violadores y los que manejaban el lado oscuro de la ciudad cambiaron totalmente su actitud hacía mi: ¿por qué? Porque luego vendría mi entrada en el sistema prostitucional y lo que conocemos como “trata de mujeres con fines de explotación sexual”. Ya me habían doblegado con sus torturas y sus violaciones repetidas… después se dedicaron a repetirme las bondades que tenía la prostitución. Me convencieron de que mi mejor destino era empezar a ejercer la prostitución en España, me convencieron de que si era lista, en un par de años tendría la vida solucionada, poniéndome como ejemplo algunas pocas mujeres que había en la ciudad, que tenían casas, conducían coches lujosos, vestían ropa de marca y usaban perfumes caros.
Eso no ocurría de manera desinteresada ya que esas pocas “privilegiadas” les servían a los proxenetas como gancho para captar y convencer sin mucho esfuerzo a las demás. El privilegio de unas pocas era y es el yugo de todas las demás. Esa es una jugada maestra de los proxenetas. De esta forma se convierten también en salvadores y supremos protectores.
Me vendieron por 300€ a un proxeneta español a los 17 años. Seis meses después cruzaba la frontera de España. Viajé durante tres días y tres noches en autobús. Fue un viaje muy duro y era la primera vez que viajaba. Recuerdo sentirme feliz y afortunada. Mis pensamientos, mis deseos, mis sueños, mi esperanza… dibujaban en mi rostro una sonrisa. Hacía mucho tiempo que no sentía algo parecido. Quizás nunca antes había vivido ese sentimiento de felicidad. En un par de años iba a ser libre y tendría el reconocimiento y la atención que tanto anhelaba.
Me habían dicho que en España los hombres son muy educados, visten trajes elegantes e invitan a copas a las chicas, las cuales tendría que beber y ganaría una comisión; tenía que aprovechar cualquier oportunidad, ser lista, ganar mucha pasta y retirarme cuanto antes. De lo que pasa en la habitación nunca me hablaron. Se entendía que era mantener relaciones sexuales. Y punto.
4. La revuelta de las putas
Confieso que me ha resultado muy duro hoy hablarles a mis hermanas putas. Sé muy bien cómo llegan a sentirse si los recuerdos y el pensamiento crítico se activa. La desesperación puede apoderarse de ellas al verse en un callejón sin salida. ¿Qué podemos hacer para que ese callejón tenga salida? ¿Qué podemos hacer para que mis hermanas putas tomen las riendas de su vida y emprendan el viaje de vuelta a su esencia libre e indomable? ¿Qué herramientas les podemos ofrecer para que se empoderen? Cuando estamos en el campo, las únicas herramientas que encontramos para empoderarnos son las que nos dan los mismos interesados en que esto continúe siendo así. Como sostenía Audre Lorde: “Las herramientas del amo nunca desmontarán la casa del amo”.
Es hora de que empiece la revuelta de las putas, las esclavas invisibles, y que el empoderamiento feminista sea sin duda una cuestión prioritaria para ellas. Necesitamos la sabiduría de las mujeres para conseguir nuestra liberación. Necesitamos vuestra apoyo, vuestra ayuda y vuestra sororidad para desmontar la casa del amo patriarcado.
Delante de nuestros ojos hay carreteras plagadas de prostíbulos, mujeres en la calle medio desnudas, pasando frío o calor, pisos donde las mujeres “nuevas, complacientes y disponibles las 24 horas” desfilan cada vez que entra un putero y decide hacer uso de su privilegio. Anuncios en prensa, en internet, flyers, tarjetas…
¿Cómo lo podemos permitir?
Mientras estamos aquí, en este congreso, allí fuera hay unas 800 mujeres sólo en Pamplona, en más de 19 prostíbulos, en la calle y en decenas de pisos. Mujeres como nosotras que merecen vivir una vida libre de violencia proxeneta y putera.
¿Qué podemos hacer para acabar con la impunidad con la que los perpetuadores actúan y se desenvuelven ante la sociedad? Esos proxenetas que son amigos de políticos, periodistas, policías, jueces. Que son hombres vinculados al poder, que se enriquecen a costa de nuestros cuerpos, nuestras vidas y sostienen al que los sostiene, como lo que es, un sistema que se auto-reproduce en el Estado proxeneta. Esos puteros que pueden ser el panadero, el profesor, el vecino, el amigo, el esposo, el camarero, el hijo y el padre.
El patriarcado capitalista actual intenta convencernos de que la prostitución debe abordarse como un derecho. Como sostiene Sonia Sánchez, el trabajo sexual es la penetración de boca, vagina y ano. El campo de concentración te convierte en un agujero, ¿que más quiere el patriarcado más atroz que reducirnos a un hoyo? Y luego la industria del sexo convierte a ese hoyo en una mina de oro.
¿Podemos hablar de igualdad cuando hay 50.000 ó 60.000 esclavas sexuales en el Estado español? ¿O es que la igualdad es solo para las mujeres blancas y españolas? España tiene una larga tradición imperialista y colonial en su pasado y ese colonialismo continúa en la actualidad a través de la esclavitud de las mujeres pobres de otros países. Colonialismo sexual que les permite a los hombres de todas las clases sociales tener a su alcance a rumanas, paraguayas, dominicanas, brasileñas, nigerianas…
No nos engañemos, la aceptación de la esclavitud sexual de las mujeres y la prostitución tienen también que ver con el colonialismo, la raza y la clase.
El único camino que nos queda a las putas es la revuelta. Empoderarnos juntas para acabar con la esclavitud sexual y la trata. Pero solas no podemos. La revuelta necesita que los feminismos pongan esta cuestión en el centro y que se convierta en un problema social de primer orden.
Nos afecta a todas las mujeres. No nos dejen solas compañeras. Las invito a que se unan a la revuelta de las putas.
Muchas gracias. Buenas tardes.