Luisa Posada: “La sexualidad ha sido uno de los lugares más claros de opresión de las mujeres”

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La filósofa Luisa Posada Kubissa acaba de publicar un ensayo riguroso, de lectura fluida y con un carácter marcadamente político: Feminismo: lugares y ecos. ‘Los lugares’ son una síntesis de la agenda feminista, en la que la sexualidad y la pobreza y falta de recursos de las mujeres se convierten en los dos ejes en torno a los cuales debe estar articulada la agenda feminista. Y en los ecos mira al pasado, a nuestra genealogía, para pensar y transformar el presente.
Por Rosa Cobo Bedia

 

– Luisa, ¿puedes explicarnos a qué aludes en el título de tu libro cuando hablas de lugares y de ecos?

– He comenzado este libro afirmando que no hay lugares sin ecos. Y esta afirmación apunta a las dos primeras partes en las que lo he dividido: en la primera parte me he propuesto recorrer algunos lugares por los que transita y ha transitado el discurso feminista, un discurso que en realidad es una agenda de compromiso político y de praxis militante. O, si no es esto, no es nada. Pero esa agenda, como he querido recoger en la segunda parte de este libro, va de la mano de aquellos ecos que la pueblan. Son ecos a veces familiares y cercanos, y otras veces son ecos más lejanos y débiles. Pero siempre están ahí y reconocerlos dota al terreno que pisamos como feministas de memoria y significado.

Este libro vuelve en sus últimas páginas sobre sí mismo y queda en pie más de una pregunta. Por ejemplo: ¿es posible deconstruir el sujeto “mujeres”, cuando apenas se ha constituido en nuestro mundo? ¿A quién puede beneficiar que se disuelva un sujeto de los que con más fuerza han encarnado un proyecto emancipatorio y crítico? ¿Cómo pensar de nuevo el sujeto “mujeres” en un justo medio que no lo entiende como una esencia, pero tampoco como una mera ficción de la que prescindir? Responder a estas preguntas es también transitar por los lugares del pensamiento y la crítica feministas.

 

– ¿Podrías sintetizar lo que nos ha dejado para el presente las obras de Pizan, Goldman y Astell? ¿Por qué es importante la genealogía feminista?

– Las feministas hemos aprendido a pensar con una larga tradición de señas feministas compartidas, como son las figuras emblemáticas de Olympe de Gouges o Mary Wollstonecraft, ya desde finales del siglo XVIII; con el sufragismo y su dilatada batalla de casi cien años; o con la fuerza del discurso y la praxis del feminismo en los años 60 y 70 de nuestro siglo precedente, con nombres como Betty Friedan, Kate Millett o Shulamith Firestone, todas ellas herederas de una forma o de otra de la gran Simone de Beauvoir.

Pero hay otras voces, que apenas son ecos, que también habitan los lugares que componen la agenda feminista. Aquí, en una segunda parte del libro, me he propuesto recuperar precisamente algunos de esos ecos, que hoy resultan más lejanos y, con ello, quizá menos conocidos: es el caso de Christine de Pizan o de Mary Astell, cuyas voces parecen perderse en la distancia de los siglos, o de Emma Goldman, cuyo discurso feminista se entrelaza con una posición anarquista que colabora a difuminarlo.

Cuando Pizan se dirige a todas las mujeres en los albores del Renacimiento, concretamente en 1405, inaugura sin duda una interlocución que después nunca ha sido abandonada por el feminismo. El eco de su reclamación del acceso de las mujeres a la educación y al conocimiento resuena en las propuestas de Mary Astell en el siglo XVII en Gran Bretaña ya antes de la famosa Vindicación de los derechos de la mujer de Mary Wollstonecraft. Y no otro es el espíritu que, tres siglos después, está detrás del discurso con el que Goldman transita por las reivindicaciones feministas y las ajusta a sus particulares análisis políticos anarquistas.

“Me he propuesto recuperar precisamente algunos de esos ecos, que hoy resultan más lejanos y, con ello, quizá menos conocidos: es el caso de Christine de Pizan o de Mary Astell, cuyas voces parecen perderse en la distancia de los siglos, o de Emma Goldman”

He querido reencontrar estas tres voces que habitan en los lugares del pensamiento, la memoria y la agenda feministas, como ecos que en ocasiones puede resultar difícil escuchar, pero que están ahí. Traerlos a escena quiere revelarlos como parte también de esa trama que compone la trayectoria genealógica e histórica en la que las feministas podemos reconocernos. Porque es necesaria la genealogía feminista para no perder nuestra memoria y nuestras señas de identidad a la hora de seguir pensando un proyecto de emancipación como el feminismo es.

 

– ¿Se podría decir que esos seis lugares de los que hablas son el núcleo de la agenda feminista?

– El discurso y la agenda feministas se comprometen con aquellos lugares donde su voz se hace imprescindible. En una primera parte este libro quiere dar cuenta de esos compromisos feministas, que no solo no se desentienden de la realidad de las mujeres, sino que asumen su tarea crítica a la hora de hablar de cosas como la feminización de la pobreza, la agresión y la violencia contra las mujeres, la violencia sexual, la trata de mujeres con fines de explotación sexual, la práctica del alquiler de vientres o la reivindicación del sujeto político. Todos estos son lugares por los que hoy transitan la praxis y la teoría crítica feministas, armando su discurso a partir de sus propias señas de identidad como proyecto de emancipación.

No se trata de abordar “temas de mujeres”, sino de apelar a gran parte de esas situaciones en las que hoy todavía la humanidad sigue sin salir de su vergonzosa “minoría de edad racional”, por usar términos kantianos. Y aquí se quiere recorrer esos lugares precisamente con la mirada puesta en su revisión. Una revisión que permita aportar las claves y las propuestas para transformarlos.

“La feminización de la pobreza, la agresión y la violencia contra las mujeres, la violencia sexual, la trata de mujeres con fines de explotación sexual, la práctica del alquiler de vientres o la reivindicación del sujeto político. Todos estos son lugares por los que hoy transitan la praxis y la teoría crítica feministas”

Esos seis lugares que recorre la primera parte del libro forman parte del núcleo de la agenda feminista. Una agenda de la que también forman parte algunos lugares que este libro no transita, porque de estos ya hay una rica bibliografía especializada, como son la prostitución y la pornografía. Todos estos lugares componen una agenda de compromiso político, intelectual y militante, frente a la cual el feminismo no puede esconder la cabeza en la tierra ni nunca lo ha hecho. Antes bien siempre ha dado voz a su propio discurso crítico embarcado en una praxis política sin la cual ese discurso carecería de sentido. No se ha pretendido aquí que el feminismo pueda dar recetas o soluciones mágicas a esos problemas estructurales que se abordan en la primera parte de este libro. Pero sí se ha querido dar cuenta de cómo el feminismo los ha pensado ampliamente, ha transitado por esa agenda urgente y ha ofrecido sus propios discursos y elaboraciones para afrontarlos

 

– ¿Podrías explicar qué lugar ocupa la sexualidad en la agenda feminista?

– Ya la gran Kate Millett, en su obra Política sexual de 1970, analizaba cómo las relaciones sexuales, hasta las que se pretenden más íntimas y privadas como el coito, son en realidad relaciones políticas y, por tanto, de poder. Millett resignifica para el feminismo la dicotomía sexo-género, entendiendo que lo primero es la diferencia puramente biológica sobre la que se construye culturalmente el género: las relaciones de jerarquía de lo masculino sobre lo femenino, que implican los roles sociales, los estereotipos masculino-femenino, la división sexual del trabajo y también las posiciones asimétricas en el ámbito de la sexualidad. En este ámbito, la cultura patriarcal siempre ha asociado la sexualidad femenina a la reproducción y ha establecido las relaciones afectivo-sexuales por el patrón masculino.

La prohibición del aborto, de los métodos anticonceptivos y de la educación sexual no es aún una política poco común a escala planetaria. La falta de igualdad real, y no solo formal, entre los sexos perpetúa una sexualidad femenina que se mueve entre la represión y la hipersexualización. Y esa sexualidad se expresa en formas cada vez más crecientes de violencia sexual en nuestras sociedades. Es una violencia que se traduce como explotación sexual de las mujeres en la prostitución y la trata, como mercantilización de sus cuerpos en la pornografía, como mercado del alquiler de sus vientres para la llamada maternidad subrogada, etcétera.

Se habla hoy de la necesidad del consentimiento femenino en las relaciones sexuales. Pero ¿de qué hablamos al hablar de consentimiento femenino? La pensadora estadounidense Catharine MacKinnon cuestiona el libre consentimiento sexual femenino, ya que entiende que tal cosa es imposible en un marco de relaciones en el que la sexualidad femenina es siempre heterodesignada y no es fruto, por tanto, de la autodeterminación. La fuerza física, el poder político y la supremacía económica en nuestras sociedades siempre son de los hombres, sostiene MacKinnon, con lo que no hay posibilidad alguna para hablar de relaciones de igualdad en el campo de la sexualidad. Y sin esas relaciones en igualdad la sexualidad femenina nunca podrá considerarse una sexualidad libremente elegida y libremente ejercida. Por todo ello, la sexualidad ha sido un tema central que se ha colocado en la agenda feminista, en particular con el feminismo contemporáneo de los años 60-70 del siglo precedente. Porque la sexualidad ha sido uno de los lugares más claros de la opresión de las mujeres, ya que siempre se ha construido desde las señas de identidad patriarcales que han negado a estas el control sobre su propio cuerpo, su deseo y, en definitiva, su sexualidad.

“¿De qué hablamos al hablar de consentimiento femenino? La pensadora estadounidense Catharine MacKinnon cuestiona el libre consentimiento sexual femenino, ya que entiende que tal cosa es imposible en un marco de relaciones en el que la sexualidad femenina es siempre heterodesignada”

 

– Escribes sobre feminización de la pobreza: ¿cómo puedes traducir eso en términos de la agenda feminista?

 – Decidí de manera muy consciente dedicar el primer capítulo de este libro a la feminización de la pobreza. Y lo decidí, porque creo que es un lugar urgente que la agenda feminista tiene que recuperar como prioritario. Las mujeres que sufren pobreza en nuestro planeta son las más pobres de los pobres. Y que son las más pobres se evidencia si tomamos en cuenta su calidad de vida como un todo: las mujeres son más pobres no solo porque hablemos de una mayor escasez de recursos, sino porque en un gran número viven expuestas a condiciones materiales que incluyen la violencia, la explotación e incluso la muerte.

Frente a esto el feminismo ha dado voz a su propio discurso crítico embarcado en su propia praxis política. No se pretende aquí que el feminismo pueda dar recetas o soluciones mágicas a un problema que es estructural, como lo es la feminización de la pobreza que, como sabemos, tienen mucho o todo que ver también con el orden mundial del neocapitalismo galopante. Pero, como digo, creo que debe volverse a esa realidad como uno de los puntos prioritarios de su agenda.

“Las mujeres son más pobres no solo porque hablemos de una mayor escasez de recursos, sino porque en un gran número viven expuestas a condiciones materiales que incluyen la violencia, la explotación e incluso la muerte”

No se trata obviamente de hablar solo de que hay mujeres que son pobres, de manera absoluta o de manera relativa. De lo que se trata con esta conceptualización es de asumir una perspectiva feminista que debe incorporar tres claves analíticas: a) que las causas estructurales de la desigualdad de las mujeres en el planeta las hace más susceptibles de sufrir pobreza y que ello explica que, de las personas cuantificadas como pobres en el mundo, el 70% sean mujeres; b) que la pobreza entendida como falta de libertad para desarrollar las capacidades impacta en particular en las mujeres, precisamente por su desigualdad estructural y, por tanto, por una mayor posición de sometimiento que impide ese desarrollo de las capacidades; y c) que la noción misma de “feminización de la pobreza” no tiene solo un sentido descriptivo, sino que hay que  asumirla en su carga política fundamentalmente reivindicativa.

 

– ¿Por qué te preguntas, aunque sea retóricamente, qué son las mujeres: un emblema o una ficción?

– El libro vuelve en su tercera y última parte a una cuestión que ya estaba presente en su primera parte: cómo pensar hoy el sujeto político feminista. Porque, con el vendaval postmoderno de pensamiento el sujeto, no solo el feminista, ha sido herido de muerte. Se entiende: lo que queda herido de muerte es la idea moderna del sujeto que se abrió paso a partir del siglo XVIII, como un sujeto capaz de llevar adelante sus proyectos emancipatorios, porque era pensado como un sujeto fuerte y constituyente del poder y del discurso. El giro de la postmodernidad va a consistir, entre otras cosas, en entender que el sujeto no es constituyente del poder y el discurso, sino que está constituido por el poder y el discurso.

Esta defunción filosófica y cultural del sujeto de la modernidad afecta también al feminismo, que asiste a cómo se ha defendido desde posiciones postmodernas la deconstrucción o la defunción del sujeto “mujeres”, que es el sujeto político que ha servido de fundamento a la lucha política y al proyecto mismo de la emancipación feminista. Pero esa lucha y ese proyecto feministas resultarían impensables “sin un principio regulativo de acción, autonomía e identidad”, como ha definido la filósofa Seyla Benhabib al sujeto. Lo que esta pensadora se pregunta, frente al afán de desdibujar el sujeto “mujeres”, es ¿cómo sería posible un proyecto de emancipación, en este caso el proyecto feminista, sin un sujeto que lo asuma como propio?

Este libro vuelve, como digo, en sus últimas páginas sobre sí mismo y sobre estos debates. Porque, como ya he dicho, queda en pie más de una pregunta. Por ejemplo, queda en pie la pregunta de cómo pensar hoy el sujeto “mujeres”.

Proponer respuestas a esta cuestión ha significado pensar en este libro el sujeto “mujeres” desde una perspectiva que, sin “esencializarlo”, no lo niegue. Y que, por lo tanto, como el último apartado ha tratado de analizar, no se mueva en la dirección de volver a hacer de las mujeres algo esencial, algo así como un “emblema de la comunidad” como lo quiere por ejemplo la pensadora Rita Laura Segato. Pero que tampoco quiera borrar su significado material convirtiéndolo en un mero nombre vacío, al estilo de las propuestas de Paul B. Preciado. En esta tercera parte del libro he ido críticamente sobre estas dos propuestas actuales que se mueven en dos extremos que resultan inconciliables.

Y, más allá de esos extremos, he querido en el cierre de mi libro argumentar por qué el feminismo sigue necesitando, también estratégicamente, de ese sujeto “mujeres” para llevar a cabo su propio proyecto. Un proyecto que, utilizando aquí la expresión del filósofo Habermas cuando se refiere a la Ilustración, sería un “proyecto inacabado”. Ese proyecto tiene, como aquí se ha tratado de mostrar, sus lugares de lucha. Tiene también ecos de su propio legado. Llevar adelante ese “proyecto inacabado” no es un mero “asunto de mujeres”, sino un compromiso común de la humanidad por su propio futuro.

“He querido argumentar por qué el feminismo sigue necesitando, también estratégicamente, de ese sujeto “mujeres” para llevar a cabo su propio proyecto”

 

– ¿Podrías explicar por qué las mujeres somos el sujeto del feminismo y no lo son también algunos grupos sociales discriminados?

– Esta pregunta enlaza, en gran medida, con la anterior. Teniendo en cuenta lo que en ella he señalado sobre el sujeto “mujeres”, puedo añadir que el feminismo, en tanto que, como lo decía la filósofa Celia Amorós, es el proyecto de un mundo más justo por más igualitario, siempre ha ido e irá de la mano de todas las reclamaciones para acabar con todo tipo de discriminación injusta. Pero que el feminismo vaya de la mano de esas posiciones no significa que tenga que disolverse en ellas, o que no tenga su propio sujeto específico, las mujeres. Porque las mujeres no somos un grupo discriminado más, sino que componemos la mitad de todos los grupos, discriminados y no discriminados. Y nuestra opresión es una opresión estructural, basada en la desigualdad estructural entre los sexos, y no una discriminación que se pueda resolver sin erradicar el sistema patriarcal.

En otras palabras, ¿por qué pienso que las mujeres somos el sujeto del feminismo y tenemos que seguirlo siendo? Porque la realidad material de las condiciones de vida de muchas, de muchísimas mujeres en nuestro planeta -este planeta en proceso de globalización neoliberal galopante – exige todavía hoy pensar desde el feminismo un proyecto de emancipación sexual, económico, social, político, cultural e incluso personal. Y para ese proyecto a gran escala yo creo que todavía se necesita un sujeto fuerte, un sujeto “mujeres” que, a pesar de sus diferencias que nadie niega, tenga objetivos políticos comunes (que es lo que define a un sujeto político). Y las mujeres tenemos objetivos políticos comunes porque las mujeres padecemos dominaciones comunes por el hecho mismo de ser mujeres, aun con todas nuestras diferencias culturales, locales, de “raza”, de clase, de preferencia sexual, etc.

En definitiva, y por decirlo muy brevemente como ya lo he repetido en otras ocasiones, yo tengo muy clara una cosa: que defender que se deconstruya hoy el sujeto “mujeres”, que prescindamos de él como sujeto político del feminismo, no puede venirle bien si no es a los propios intereses del patriarcado.

“Defender que se deconstruya hoy el sujeto “mujeres”, que prescindamos de él como sujeto político del feminismo, no puede venirle bien si no es a los propios intereses del patriarcado”

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