La Manada en la masculinidad

Según Geoviolencia Sexual en 2016 y 2017 se registraron 27 grupos de varones que perpetraron agresiones sexuales múltiples en España. En la primera mitad del 2018 casi se ha alcanzado esa cifra: 24 casos. Dos de cada tres de estas agresiones sexuales fueron violaciones. Simultáneamente ha aumentado significativamente el consumo de prostitución en población cada vez más joven. En estas líneas trato de acercarme a la compleja multicausalidad de ambas realidades, desgranándolas paralelamente.

Pornografía pueril

Los problemas psicológicos cambian, evolucionan y varían, entre otras cosas, en función del contexto y del momento social y cultural que se esté viviendo. En 2009 llegó al centro sanitario de psicología en el que trabajo, el primer caso infantil que claramente tenía que ver con nuevas tecnologías y pornografía. Se trataba de un niño de siete años de quien inicialmente su madre (padre ausente) refería ansiedad elevada y dificultades de concentración. Evaluando al menor se evidenció un uso excesivo del móvil de su madre. Pasaba el tiempo entre juegos y navegar por la red. Nos habló de ciertos vídeos pornográficos. Comentaba que, a raíz de visualizarlos, cada vez que veía el trasero o el pecho de su madre, pensaba que era una prostituta. Desató un cuadro obsesivo a partir de este tipo de ideas, con su correspondiente preocupación y angustia.

Con este caso particular, trato de poner de manifiesto el drástico cambio que ha sufrido el imaginario colectivo de las nuevas generaciones respecto al sexo, al tener acceso a absolutamente toda la pornografía de la red en el bolsillo. Esa pornografía se ha convertido en el elemento más influyente de la educación sexual en edades muy tempranas. Es decir, la población infanto-juvenil adquiere una idea distorsionada del sexo, basada en perpetuar estereotipos de género con un modelo de relación desigual, en el que la mujer es cosificada y debe estar disponible para responder ante todos los deseos sexuales del hombre. Y lo que se desea son prácticas sexuales violentas no consentidas, y de manera permanente. Debemos tener claro que la pornografía sirve para manipular los intereses sexuales y dirigir a los consumidores hacia un contenido más extremo1.

Masculinidad rozagante

Los niños crecen y para un joven, ser capaz de replicar esta educación sexual distorsionada en la vida real, resultará un buen indicador de más y mejor masculinidad. Ya que eso es lo que se espera de él en una sociedad con esa masculinidad tradicional imperante, que además está directamente asociada a la violencia2. Mientras las mujeres deben ser atractivas, los hombres deben ser agresivos, duros, exitosos, competitivos, etc. Y es que la masculinidad otorga carta blanca para estar por encima de la mujer y la violencia está justificada para reafirmarse3. En términos emocionales, la ira es del hombre y el miedo y la tristeza de la mujer. Es decir, lo que representa la fortaleza, el dominio y la agresividad es masculina. Y las emociones socialmente asociadas a la debilidad se las queda la mujer.

Germinando manada

El ser humano es un ser social. Nuestra conducta se ve modificada cuando pasamos a formar parte de un grupo, actuamos en su nombre o lo representamos ante otras personas. Por ejemplo, cuando se toma una decisión como representante del grupo, se busca a toda costa el beneficio para el propio grupo. A este fenómeno se le conoce como “efecto de discontinuidad individual-grupo”4.

La mejor manera que va a tener el joven de reafirmar su masculinidad es en función de lo que le devuelva el grupo al que pertenece o pretende pertenecer. Así que respecto al sexo, habrá que seguir al pie de la letra lo aprendido hasta la fecha. Nada de respeto o vínculo afectivo, ya que eso sería seriamente penalizado por el “masculinidómetro” del grupo. De manera que el joven resulta ser significativamente moldeado por sus iguales. Hay que tener en cuenta que los adolescentes que buscan una reputación o una nueva identidad social con la que integrarse en el grupo para ser respetados y valorados, harán uso, con mayor probabilidad, de la violencia relacional para conseguir dicho objetivo5. En general, los chicos, respecto a las chicas, hacen un mayor uso de la violencia relacional6.

Justificando la degradación

Una creencia no es más que una idea que catalogamos como verdadera, de manera que condiciona nuestras decisiones y actos, y por tanto, termina siendo incuestionable. El joven que necesita sentirse parte del grupo va a ser influenciado por las opiniones del mismo, a pesar de que, por su cuenta, él ya ha ido construyendo una serie de creencias incuestionables a lo largo de su vida. Por tanto, es fácil que a medida que vaya pasando el tiempo, genere una construcción mental de la prostitución. Y la información que para él será valorada como interesante o válida no va a ser la recibida por parte de sus referentes paterno y/o materno, sino el discurso predominante entre sus iguales.

Y, ¿cuál es ese discurso? El clásico “pack de mitos” que justifica la prostitución eximiéndole de todo sentimiento de culpa en caso de ser demandante de lo que ellos llaman “un servicio”. “Es el oficio más viejo del mundo”, “tendré que calmar mi impulso sexual incontrolable”, “la prostituta es libre de hacer lo que quiera y yo también”, “gracias a la prostitución se evitan agresiones sexuales y violaciones”, “la postura de la abolición es moralista”. Aparte de por los mensajes propios de una sociedad heteropatriarcal en la que cuestionamos muy poco la ideología machista, el joven comprará este discurso (como avanzábamos antes) por la necesidad de pertenecer al grupo.

Responsables pero invisibles

“Vamos de putas”, la oportunidad para poder reafirmarse delante del tribunal más importante que juzgará su masculinidad, sus iguales. Es excitante. Y curioso también el homoerotismo que se genera. Parece más morboso el hecho de estar en grupo, que el acto sexual en sí con la prostituta. Mejor ir en grupo, que además se diluye la responsabilidad7, y hasta la vergüenza, si es que se pasan de frenada. De todos modos, pasarán desapercibidos socialmente, ya que en quien pensamos cuando hablamos de prostitución, es en la prostituta y no en los prostituidores. Es como si ellos no existieran, como si la prostitución pudiera existir sin que hubiera hombres que demanden pagar por instrumentalizar a la mujer. De todas formas, por alguna razón, los jóvenes demandantes de prostitución se jactan, pero sólo entre ellos. Lo ocultan a las chicas de su entorno. Parece que, en general, intuyen que ser el protagonista de la prostitución en la sombra, no está muy bien visto. Será por “alguna extraña razón” que quizás choque frontalmente con su discurso y sus creencias. Quién sabe si en un tiempo también se rompa esa barrera y se jacten delante de ellas. En ese supuesto, me pregunto cuántas mujeres verán en un putero un compañero de vida respetuoso con ellas.

Lo que parece estar claro es que tenemos un buen caldo de cultivo para que emerjan manadas de agresores sexuales.

Prevención desde los primeros referentes

Tenemos el deber de informar a nuestros vástagos de manera correcta al respecto de cómo funciona el sistema prostitucional y el consumo de prostitución. Colaborar en la construcción de un discurso más completo, anticipándonos al de sus iguales, para que decidan desde el conocimiento y desde una reflexión madura, profunda y libre de la mayor cantidad de sesgos posibles. Puede que así todas y todos los protagonistas de la prostitución pasen desapercibidos, pero porque esta sería residual.

Siempre a tiempo

La culpa es una emoción que nos predispone a reparar algo. De manera que si te has sentido culpable leyendo algo sobre pornografía, prostitución o violencia a lo largo de este artículo, es una buena señal. Significa que algo no encaja en tu conciencia. Siempre estamos a tiempo de seguir informándonos, aprendiendo y cuestionando conductas y pensamientos susceptibles de ser cambiados para favorecer una sociedad más respetuosa con todas las personas.

Autor

Marc Ruiz (Bilbao, 1982) es psicólogo y psicoterapeuta. Máster Universitario en Salud Mental y Terapias Psicológicas.
Es director y Coordinador del Máster de Psicología Infanto-Juvenil de la Asociación Española de Psicología Clínica Cognitivo Conductual en Euskadi.
@MarcRuizDeMinte
www.psicologosbilbao.es

Referencias bibliográficas

(1) Taylor, E. (2018). Pornography as a Public Health Issue: Promoting Violence and Exploitation of Children, Youth, and Adults. Dignity: A Journal on Sexual Exploitation and Violence: Vol. 3: Iss. 2, Article 8: http://digitalcommons.uri.edu/dignity/vol3/iss2/8/

(2) Flecha, R., Puigvert L., & Ríos, O. (2013). The New Alternative Masculinities and the Overcoming of Gender Violence. International and Multidisciplinary Journal onf Social Sciences en Ciencias Sociales, 2(1), 88-113: http://hipatiapress.com/hpjournals/index.php/rimcis/article/view/612

(3) Morgan D.H.J. (1987). Masculinity and Violence. In: Hanmer J., Maynard M. (eds) Women, Violence and Social Control. Macmillan, London: https://link.springer.com/chapter/10.1007/978-1-349-18592-4_13

(4) Insko, C. A., Schopler, J., Hoyle R. H., Dardis, G. J. Y Graetz, K. A. (1990) Individual-group discontinuity as a function of fear and greed. Journal of Personality and Social Psychology, 58, 68-79: http://psycnet.apa.org/record/1990-14612-001

(5) Moreno, D., Estévez, E., Murgui, S. y Musitu, G. (2009). Reputación social y violencia relacional en adolescentes: el rol de la soledad, la autoestima y la satisfacción vital. Psicothema, 21, 537-542: http://www.redalyc.org/html/727/72711895006/

(6) Goldstein, S.E., Tisak, M.S., y Boxer, P. (2002). Preschoolers’ normative and prescriptive judgments about relational and overt aggression. Early Education and Development, 13, 23-39: http://psycnet.apa.org/record/2002-00284-002

(7) J. M. Darley & B. Latane. (1968). Bystander intervention in emergencies: Diffusion of responsibility. Journal of Personality and Social Psychology 8, 377-383: http://www.ivcc.edu/uploadedFiles/_faculty/_pommier/Example%20Article(2).pdf

Creo que ya se ha hablado largo y tendido sobre la sentencia de La Manada de Sanfermines. En el interminable documento de 371 páginas tuvo un protagonismo asqueroso la descripción e interpretación del voto particular del magistrado Ricardo González, que redactó 237 páginas para justificar la absolución de los violadores.

Tenía también mis dudas de llegar a ver muchos hombres en las decenas de manifestaciones convocadas en protesta por la sentencia a lo largo del territorio español, la tarde del jueves que se dio a conocer el fallo del tribunal de Navarra.

Tenía mis dudas porque conocemos las sospechas que existen en torno a la masculinidad actual. Y no se salvan de la sospecha ni siquiera aquellos hombres que empiezan a cuestionar el modelo de masculinidad establecido, y que se van sumando a la lucha feminista con un “pequeño retraso” de tres siglos respecto a las mujeres y compañeras feministas.

Es cierto que empezamos a ver más hombres en manifestaciones como las del 8M y 25N pero tendremos que reflexionar mucho sobre nuestra escasa presencia en otros escenarios igual de determinantes y necesarios.

No quiero entrar a valorar la cantidad de hombres que se están sumando a la causa feminista. Vosotras, mejor que nadie, sabéis cuántos más harían falta.

Pero sí voy a intentar reflexionar, sobre la calidad, sinceridad y honestidad de los hombres que se están acercando, y de las dudas que, con razón, seguimos suscitando en las feministas que nos llevan tanta ventaja en recorrido, profundidad y concienciación, ante un problema de tal magnitud como es el que protagoniza el patriarcado en todas sus vertientes o variantes de violencia contra las mujeres.

Ahí es cuando después de leer a muchas feministas, uno siente que tiene que callarse (limitarse a escuchar) y empezar a ser consciente de verdad, de todo lo que nos queda por hacer (a nosotros), antes de dejarnos ver en las manifestaciones a las que antes aludía.

Siento que hacemos muy poco de lo que está a nuestro alcance. No se trata solo de ir a manifestaciones.

No se trata solo (aunque es un gran paso) de empezar a denunciar en nuestro entorno más cercano los comentarios sexistas, los chistes machistas, los piropos callejeros o cualquier otra situación de acoso y violencia sufrida por alguna mujer ante nuestros ojos.

Se trata de cambiar más cosas que no tienen que ver con las mujeres sino única y exclusivamente con los hombres.

Perdonadme si utilizo una comparación tan odiosa como esta, pero es que no se me ocurre otro mejor ejemplo. Es posible que, de puertas para afuera, en nuestra recién estrenada conciencia feminista, algunos estemos presumiendo que somos veganos y después a escondidas, cuando nadie nos ve, nos comemos una hamburguesa.

Y me explico.

¿Cuánto aporta tu vida actual y tu comportamiento como hombre al sistema patriarcal que padecen las mujeres hoy en día?

Entiendo que estás tan deconstruido que no formarás parte de ese 39% de hombres que reconocen haberse ido de putas alguna vez en su vida (hay otros muchos que también lo harán, pero no lo reconocen en esas encuestas y por lo tanto ese porcentaje de puteros es mayor que el que nos muestran las encuestas).

¿Conoces a algún hombre que nunca haya visto un vídeo porno? No, ¿verdad?

¿Conoces a muchos hombres que consuman porno de manera normal y se pregunten qué hay detrás de la pornografía hegemónica?

¿Sabes cuánto dinero mueve la industria del sexo, (no solo a través del mundo del porno) y las consecuencias que eso trae tras de sí (no hay más que mirar las cifras de prostitución y la altísima demanda de mujeres provenientes de trata para dar “servicio” a una ingente cantidad de puteros)?

¿Sabías que, por ejemplo, mientras en Hollywood se ruedan al año 400 películas, en ese mismo periodo de tiempo se filman aproximadamente, solo en Estados Unidos, unos 11.000 vídeos pornográficos que después circulan en Internet, en la mayoría de los casos de forma gratuita, y al alcance tan solo de un click?

¿Te has preguntado que si existe esa gran cantidad de producción pornográfica es simplemente porque también existe una demanda proporcional que la solicita?

¿Sabes que esa demanda cada día exige más y más estímulos y de mayor envergadura, porque la idea “anticuada y pasada de moda” que teníamos de la pornografía como representación exagerada del acto sexual -siempre desde el punto de vista y del placer androcéntrico heterosexual- ya no nos pone lo suficiente?

¿Sabes -porque lo sabes-, que precisamente por esa razón, la gran mayoría de búsquedas en internet de vídeos pornográficos gratuitos tienen que ver con violaciones grupales, agresiones, sometimientos, violencia y demás prácticas en las que prevalece por encima de todo, la degradación de la mujer?

¿Tú eres de los que argumentan que se puede disfrutar del porno sin consecuencias porque sabes distinguir la ficción de la realidad, al igual que cuando juegas a un videojuego de esos de pegar tiros, no se te ocurre salir a la calle a matar a alguien?

¿De verdad te crees tus propios razonamientos?

¿Te has molestado alguna vez en preguntar a las mujeres qué opinan del mundo del porno, o prefieres no hacerlo porque sabes lo que te responderían y eso a lo mejor te incomodaría?

¿Todavía sigues creyendo que ese consumo pornográfico -y otras muchas cosas más que, desde nuestra más temprana educación, nos van integrando debidamente en el concepto de la sexualidad masculina normativa- no tiene nada que ver con que se denuncien en España una violación cada seis horas?

¿Todavía sigues creyendo que nuestros hábitos masculinos y lo que consumimos los hombres con absoluta normalidad en nuestra intimidad no tienen su correspondiente efecto en la sociedad en la que vivimos, concretamente en nuestra relación directa con las mujeres?

Y cuando hablo de mujeres, no me refiero a nuestras parejas. No me refiero tampoco a nuestras madres, hermanas, hijas, amigas o compañeras de trabajo, que parece que es el argumento estrella cuando nos sentimos acongojados por la violación grupal como la de La Manada (como si las demás mujeres que no conocemos o que no son de nuestro entorno no tuvieran el mismo derecho a no ser violadas, o lo que es peor, como si no nos importara lo suficiente, mientras no se trate de “nuestras” mujeres).

Me refiero a TODAS las mujeres.

A como nos relacionamos con ellas. A cómo las cosificamos, las sexualizamos y las observamos. Cómo les hablamos. Cómo las escuchamos. Cómo las interpretamos. Cómo las manipulamos (o tratamos de hacerlo).

En definitiva, ¿cómo está construida la mirada masculina hacia las mujeres?

¿De verdad crees que eso no tiene ninguna repercusión en el imaginario masculino y en la sociedad en general?

¿Me vas a argumentar que tú no te vas de putas y que ni siquiera ves porno?
Aunque trate de creerte (que me costará y mucho, sobre todo por lo que respecta al porno teniendo en cuenta lo universalmente extendido que está su presencia y consumo), no me vale.

Porque te voy a decir una cosa.

Los privilegios se tienen, aunque no se utilicen.

Y el hecho de que tú aparentemente justifiques individualmente que no te vales de ellos, los privilegios para ti y para el resto de los hombres, siguen inalterables.

Mientras no hagamos todo lo posible por eliminarlos. No es suficiente con “dejar de hacer”.

Es necesario acabar con los privilegios que permiten, entre otras cosas, que cinco hombres se crean con el derecho y el “poder” de violar a una mujer de forma salvaje y salir casi indemnes de un delito de violación simplemente porque la justicia (esa justicia alimentada y sostenida también por el modelo patriarcal que tú no cuestionas, mientras sigamos votando a partidos políticos que no se lo cuestionan tanto como deberían), no ve ningún indicio de violación, ni de violencia ni de intimidación, en una secuencia de hechos, que seguro, a más de uno, le recordará a más de una película pornográfica (esa misma expresión o aberrante comparación se llegó a escuchar precisamente en el juicio, para que veamos hasta qué punto inunda el porno el imaginario colectivo).

Así que, antes de que la próxima vez te escandalices públicamente para dejar claro tu posicionamiento feminista, por una sentencia como esta, antes de que decidas ir a otra manifestación similar porque es lo que toca o porque así puedes presumir de estar lo suficientemente bien concienciado, piensa qué parte de culpa y responsabilidad tienes tú, querido hombre, en haber participado, alimentado, ayudado o simplemente apoyado con tu silencio e inacción, a normalizar el imaginario colectivo masculino, que es capaz de apreciar “placer“ en una mujer, en situaciones tan extremadamente desagradables y forzadas como la violación que sufrió esta chica de 18 años, en los Sanfermines de 2016.

Y piensa en lo que, a día de hoy, vas a hacer al respecto, no solo para cambiar tu vida, sino para ayudar a cambiar la de los hombres que tienes a tu alrededor y que todavía no han pasado por el mismo proceso, ni se han cuestionado lo suficiente sus vidas (ni sus privilegios).

Están cambiando y de que manera los límites de las relaciones entre mujeres y hombres. Si quieres vivir en una sociedad en cuyo horizonte se vislumbra o se pretende alcanzar la igualdad real entre mujeres y hombres, piensa en todas las cosas que te van a tocar hacer para cambiar..

Hasta tal punto llega ya la conciencia y autodefensa feminista, que mujeres ya no permiten ni van a permitir que los hombres sigan campando a sus anchas.

Así que vete preparando porque se acerca el momento, por poner el primer ejemplo que se me viene a la cabeza, en que tú, el día que quieras acercarte a una mujer que acabas de conocer en algún local de moda (en el hipotético supuesto que seas tú el que inicie la conversación), y le preguntes aquello tan estúpidamente socorrido de “¿estudias o trabajas?”, es probable, muy probable, que te respondan con un directo “¿y tú eres de los que te vas de putas o simplemente ves porno?”.

En ese momento, tendrás la opción de mentir como un bellaco, como hemos venido haciendo con absoluta normalidad a lo largo de nuestras vidas, o, por el contrario, tendrás la opción de empezar a decir la verdad, porque ya toca, y asumas, asumamos, lo que nuestras vidas y elecciones personales anteriores han ayudado a alimentar y a desarrollar un sistema que ahora de repente, nos hemos atrevido a empezar a derribar y cuestionar.

Solo te pido que te des prisa, porque no nos queda suficiente vida por delante para compensar todo el daño, dolor e injusticias que las mujeres llevan acumuladas a sus espaldas por culpa de un modelo de masculinidad que no hemos sabido cuestionar debidamente hasta hace bien poquito.

Tú mismo.

La pelota está en nuestro tejado.

Autor

Víctor M. Sánchez López (Barcelona, 1972) es Promotor para la Igualdad Efectiva de Mujeres y Hombres y coautor con Justo Fernández de Diálogos Masculinos – La masculinidad tarada (2017), Editoral Cuatro hojas. Escribe artículos y colabora en publicaciones feministas como Tribuna Feminista, Píkara Magazine y La Pajarera Magazine. Participa de manera activa en diferentes iniciativas y grupos de hombres que buscan la revisión crítica del modelo de masculinidad hegemónica actual, y el cuestionamiento de los privilegios de género heredados por el simple hecho de haber nacido hombres.
@vsanchez1972

Lo recuerdo como si fuese ayer. El verano estaba ya avanzado, y la primaria y la infancia tenían que dejar paso inevitablemente a la temida adolescencia y el instituto. “¿No sabes lo que significa correrse?”, me dijeron unas compañeras de clase, riéndose. Pues no, no lo sabía. De hecho, no sabía nada. Pero por poco tiempo.

Un grupo de colegas de clase pasábamos la tarde juntos, cuando uno de ellos empezó a sacar revistas y vídeos porno y comenzaron a masturbarse. Yo no entendía nada de lo que estaba viendo, me quedé asustado un rato y me fui a mi casa. Y no me atreví a hablar con nadie al respecto durante años. Viéndolo en perspectiva, me atrevo a decir que esa fue mi ceremonia de iniciación en el mundo de los hombres. Una especie de trance necesario por el que tuve que pasar para dejar de ser niño y convertirme en adulto por las malas. Aprendí, sin querer, que esa es la forma en la que se deben relacionar los hombres y las mujeres: ellas están para satisfacer los deseos “irrefrenables” de ellos. Los hombres se pueden permitir buscar cualquier orificio en el cual masturbarse, por el simple hecho de ser hombres.

Desarrollé una secreta adicción, de espaldas a todos mis amigos y familiares. Al principio eran imágenes de cantantes y actrices que tardaban una eternidad en descargarse con Internet de principios de siglo XXI. Pero conforme la tecnología y mi adicción avanzaban, las imágenes y los vídeos se volvieron cada vez más y más extremos y violentos. Lo que servía para excitarme en un principio, al cabo de dos, tres años, no me alcanzaba ni para empezar. Me encontraba preso de una dinámica que ya había aceptado como natural, mientras que no sabía relacionarme con las chicas de mi edad en la vida real. Para mí todo estaba pornificado, todo me llevaba a pensar en porno, y mientras yo decía que reservaba mi sexualidad para la mujer de mi vida, me masturbaba casi a diario con videos que erotizaban el sufrimiento femenino. Gracias a Dios fui sacado de ese agujero en el que me encontraba, y ahora intento re-aprender a ser hombre y caminar hacia la igualdad.

Mi historia ha terminado bien, pero me temo que soy una excepción. Ha pasado ya más de un lustro de mi época de adicto, y las cosas se han puesto todavía peor. Cuesta encontrar a alguien mayor de seis meses que no tenga una pantalla pegada a las narices, e Internet sigue siendo campo libre para los pornógrafos y todos los que se lucran gracias a los millones de usuarios que acuden religiosamente a conseguir su dosis diaria. La primera experiencia sexual de la mayoría de niños y niñas de hoy en día es a los 10 años y con una pantalla: ver sexo extremo y violento. Atrás han quedado las revistas como Playboy, o el cine erótico de los ochenta, con guión, preliminares y todo eso. El porno mainstream actual ha quedado reducido a vídeos de cinco minutos de vejación y penetración. Cuando un niño varón escribe la palabra tetas, en Google sólo hacen falta un par de clics inocentes para que se encuentre delante de escupitajos, eyaculaciones en la cara, insultos, tirones de pelo, azotes y violaciones en grupo. Su cerebro no está diseñado para soportar tal grado de excitación y tal dosis de dopamina. Además lee en el título del vídeo cosas como: “guarra borracha recibe lo que estaba pidiendo” o “ cuatro machos le enseñan lo que es bueno a esta inocente, y le encanta”. Si no tiene a nadie con quien hablar del tema y que le explique que el sexo no es eso, no es raro que desarrolle una adicción y que nunca consiga obtener satisfacción sexual con personas de verdad, porque nadie aceptaría tener ese tipo de sexo, salvo que sea forzado u obligado incluso por medio monetario. Porque como decía Gail Dines, “en el porno, el hombre hace el odio a la mujer”1.

Y no se trata de sólo un niño. Se trata de toda una generación que cuando mira vídeos en Youtube ve a un rapero con un fajo de billetes dando cachetes en las nalgas de cuatro mujeres en bikini que se mueren por tener sexo con él, o a la cantante de turno siguiendo paso a paso, gesto a gesto, el guión establecido por el porno. Una generación totalmente hipersexualizada, que aprende a relacionarse tomando la industria porno como educadora sexual, que cada vez empieza antes a tener relaciones sexuales de riesgo y ante la que los profesores de secundaria tiemblan cuando abordan la cuestión del sexo. Una generación que es capaz de buscar en masa el vídeo de La Manada en los buscadores de las páginas porno. Porque parece que si sucede en una pantalla, no es real. Pero sí es real. Lo que sucede en pantalla es violación en la mayoría de casos. Sólo hace falta poner un poco de interés y un buscador de Internet para descubrir qué se esconde detrás de la industria del sexo: alcoholismo, suicidios, abuso de drogas, amenazas, violencia, trata de personas…

Dejo un momento de escribir para acudir a la página porno gratis más famosa y apunto algunos títulos en primera plana (no he tenido que probar que soy mayor de 18 en ningún momento):

  • Hermanastra interrumpe una partida de Fortnite y es castigada.
  • Sucia puta f***ada por un extraño en una habitación de hotel.
  • Mel se ahoga a sí misma.
  • Niñita mala es golpeada con el cinturón -escucha sus gemidos-.
  • Conseguirás el trabajo cuando te pongas de rodillas.
  • Pequeña puta le pide a su novio que se mee en su ano y boca.
  • Ahogando a mi novia.

Si queremos una sociedad igualitaria y sin violencia sexual, no podemos permitirnos el lujo de hacer la vista gorda ni un segundo más ante el porno. El porno es la escuela donde se crea la cultura de violadores. Basta ya de salir a la calle a protestar condenas y horas más tarde bajarse la bragueta ante los mismos actos violentos que condenamos, pero con píxeles en los que detrás existen personas con nombre, apellidos, alma, deseos, identidad o dignidad.

Autor

David Pérez Aragó (Barcelona, 1989), trabaja como maestro de música y es colaborador de la asociación Lliures de Porno, dedicada a educar y concienciar sobre los efectos nocivos del consumo de pornografía y su relación con la trata de seres humanos. Dicho colectivo ofrece charlas en universidades, institutos y asociaciones de todo tipo. Entre sus objetivos figura el de la lucha por la abolición de la trata con fines de explotación sexual, apuntando a la demanda y caminando junto a aquellas personas que quieren dejar de consumir porno.
@davidparago

Referencias bibliográficas

(1) “Cómo la pornografía está deformando a una generación de hombres”, Traductoras por la abolición de la prostitución, 5 de mayo de 2017: https://traductorasparaaboliciondelaprostitucion.weebly.com/blog/como-la-pornografia-esta-deformando-a-una-generacion-de-hombres

Querido putero:

No se me ocurre ningún motivo para acompañarte al prostíbulo. Podría entrar contigo y tener una charla sobre por qué estamos en un prostíbulo y qué buscamos ahí. Pero no. No pienso entrar. Casi por casualidad me apunté a un curso sobre “Por qué los hombres consumen prostitución”. Había leído artículos sobre abolicionismo, regulacionismo y toda la leña que se ha quemado entre ambos, y no es que me despertara un interés exagerado, no era la primera preocupación de mi vida saber si convenía más promover la extinción o la legalización de algo tan cotidiano como la explotación sexual.

Mi mensaje para ti es que asistir a un curso sobre prostitución me hizo posicionarme. No porque me adoctrinaran con ideas preconcebidas, sino lisa y llanamente porque incorporé la explotación sexual en mi día a día. Leía artículos, noticias, veía videos, lo hablaba con conocidos. De repente no era un ingrediente más de las series y películas, era un tema central. ¿Por qué se representa como se representa? ¿Por qué es tan esencial en la cultura? Una palabra carente de color se volvió fluorescente. Y me bastó con pensar suficiente sobre el tema para darme cuenta de algo: No tiene justificación posible.

Porque esa es la realidad. No existe ningún motivo para consumir prostitución. No hay razones de ningún tipo que expliquen por qué alguien pagaría por mantener relaciones sexuales con una mujer, salvo la misoginia, expuesta o encubierta. Si se entiende el sexo como una relación entre iguales basada en el deseo mutuo, si es necesario el consentimiento libre de presiones para que no se considere violación, ¿por qué hay tantos hombres que deciden saltarse estos requisitos y acceder al sexo a través del pago de dinero a una mujer en situación de vulnerabilidad?

Se dice que los nuevos clientes son jóvenes que buscan divertirse. Lo entiendo como presión social e hipersexualización de los hombres. ¿Se puede disfrutar en un prostíbulo sin ser abiertamente machista? No paro de preguntármelo. No entiendo cómo alguien puede sentir placer en mantener relaciones sabiendo que la otra persona solo participa gracias a la coacción, a la necesidad social basada en el empobrecimiento femenino y el tráfico de personas. Porque sí, en tu prostíbulo habitual o casual, te guste o no, lo sepas o no, lo veas o no, hay víctimas de trata. No, no llevan un cartel que las identifique como víctimas. Y por mucho que se lo preguntes no lo van a admitir. Aunque sea difícil de creer, una mujer que está acostumbrada a ser utilizada por hombres como juguete sexual a cambio de dinero no tiende a sincerarse con esos hombres. Nadie se sinceraría con su opresor. Las putas con las que te acuestas te mienten, porque saben que para ti lo más importante no es su bienestar, es tu satisfacción. Lo saben mejor que tú.

Dicho esto, no te molestes en buscar excusas. Si realmente te importara la “sabiduría y experiencia” en el sexo consultarías a una sexóloga, no a una puta. Le preguntarías cómo se da y se recibe placer, y por qué la comunicación es tan importante durante el sexo. Claro que no podrías violarla. Y si tan desagradable te resulta follar gratis con mujeres, a lo mejor es que no sabes como relacionarte sexualmente sin las dinámicas de dominación y sumisión que nos han impuesto desde el patriarcado. También de paso podrías preguntarte si tus parejas han disfrutado contigo, o si al decir que sí te han mentido porque la frágil masculinidad no sabe gestionar el fracaso sexual.

Si buscas placer, no lo vas a encontrar pagándole a alguien para fingir simpatía y atracción. No te lo creés tú y no se le cree ella. Si buscas educación sexual hay miles de libros sobre el tema y suficientes expertos para guiarte en el proceso. Si buscas compañía para tu soledad o timidez, deberías plantearte por qué acabaste solo y qué clase de relaciones quieres construir. Recurrir al sexo de pago es un parche inútil que fomenta la misoginia. Las putas no son tus amigas, son tus víctimas. Y las explotas para reafirmar tu masculinidad en crisis en un mundo en el que los viejos valores de lo que significa ser hombre ya no están vigentes.

Querido putero que vas al prostíbulo, una noche cualquiera, quién sabe por qué motivo: no vayas. No disfraces tus carencias y tus adicciones de caridad. Si quieres ayudar a las mujeres desfavorecidas te sobran maneras. Tenemos mucho trabajo que hacer en cuanto a políticas de inmigración, de igualdad de género, de ayuda a las supervivientes de trata. Si lo que buscas es la dignidad de las mujeres y su liberación, no lo vas a conseguir pagando por sexo. Solo estás hurgando en la herida, aprovechándote de la desigualdad. Lo mejor sería que donaras ese dinero a una asociación feminista, o te lo gastaras en terapia para descubrir cómo los hombres podemos dejar de oprimir a las mujeres.

Autor

Martín Endara Coll (Montevideo, 1991). Estudiante de doctorado en biología molecular de la célula en la Universidad de Estocolmo.
@porquecantamos

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