Los hombres, la pornografía y la prostitución

La pornografía contribuye muy negativamente en la construcción de la masculinidad porque fomenta una sexualidad malsana e irresponsable y unas relaciones desiguales y basadas en la violencia. A la inversa de lo que se nos quiere hacer creer, la  pornografía no ayuda a la autorrealización de los hombres ni supone una  educación sexual saludable, sino que se trata de una forma de violencia contra las mujeres. Además, promueve la prostitución, un ámbito a través del cual los hombres pueden hacer realidad las fantasías e ideales de sexualidad que la pornografía promociona. En este artículo, el psicoterapeuta húngaro Péter Szil reflexiona sobre  la conexión directa entre pornografía y prostitución

España, Madrid – Llevo casi tres lustros de actividad profesional en España y durante la mayor parte de este tiempo he tenido la suerte y el privilegio de poder colaborar con hombres que también se preocupan por el tema de la masculinidad desde una perspectiva antisexista e igualitaria. Aún así, he visto que el tema de la pornografía y el de la prostitución, intrínsecamente ligados uno al otro, han sido tratados más que nada por mujeres, sin que haya habido mucha toma de conciencia o toma de posición por parte de los hombres que en otros temas se han declarado dispuestos a asumir el reto de la igualdad entre los dos sexos. Yo, sin embargo, parto de que la pornografía y la prostitución no sólo son asuntos esencialmente masculinos (que afectan a las mujeres), sino que tocan los aspectos más importantes de la condición masculina.

Mi propio camino hacia una toma de postura en estos temas no creo que haya sido ni más fácil ni más difícil que el de otros hombres, pero sí ha sido encuadrado en condiciones históricas peculiares.

Al haber crecido en Hungría y en los tiempos del telón de acero, detrás del cual la pornografía estaba simplemente ausente, la pornografía no tuvo prácticamente ninguna influencia en mi propio desarrollo personal y sexual. Tenía yo 17 años en 1968, un año marcado por varios sucesos trascendentales. El primero de ellos es más bien personal mío, desapercibido por el resto del mundo, ya que fue el año en que perdí mi virginidad. Los otros acontecimientos son rememorados por muchos ya que cambiaron el rumbo de la historia contemporánea de ambos bloques en los que el mundo estaba dividido en aquel entonces. Uno era el mayo de las revueltas estudiantiles de algunas metrópolis del mundo occidental; el otro, la Primavera de Praga en el bloque soviético. El aplastamiento violento de este último evento en el verano del mismo año también supuso la pérdida de mi virginidad política. Pero tengo que confesaros que los jóvenes que seguimos con simpatía aquella tentativa llorábamos con amargas lágrimas de rabia la entrada en Checoslovaquia de los tanques del bloque soviético no sólo porque hicieron volver a la clandestinidad cualquier intento de dotar al “socialismo existente” de un “rostro humano”, sino porque también condenaron al mismo destino a las postales de mujeres en topless que se vendían abiertamente en las calles de Praga, algo insólito en aquellas latitudes y en aquellos tiempos.

Seis años más tarde, con 23 años de edad, llegué a Suecia como refugiado político para descubrir lo lejos que aquellos semidesnudos tan torpes estaban del contenido de las muchas tiendas de pornografía presentes en cualquier población escandinava. Pero la segunda mitad de los años 70 no era sólo la época del pleno auge de la pornografía en Escandinavia, sino también la de un movimiento feminista que elevó su voz contra la humillación de las mujeres en ese tipo de publicaciones y de un movimiento de hombres profeministas que empáticamente se hizo eco de las reivindicaciones de ellas. Desde entonces he trabajado más de dos décadas como psicoterapeuta con individuos de ambos sexos y con parejas, he dirigido cursos de autoconocimiento corporal para hombres, he facilitado grupos de concienciación sobre el rol masculino, he impartido cursos de control natural de la fecundidad y he conocido de cerca la postura de muchos hombres en cuanto a la responsabilidad reproductiva. Todas estas experiencias me han confirmado que lo que es humillante para una parte en una relación no puede ser de provecho para la otra parte tampoco: la pornografía hace no menos daño a los hombres que a las mujeres.

Este daño se puede resumir en los siguientes puntos:

  1. La pornografía separa la sexualidad de los hombres tanto de los sentimientos propios como de las relaciones cotidianas y de esta manera contribuye a la disociación como rasgo dominante del modus vivendi masculino.
  2. La pornografía contrarresta la igualdad y el acercamiento entre los hombres y las mujeres.
  3. La pornografía fomenta la irresponsabilidad reproductiva de los hombres.
  4. La pornografía fomenta la aceptación e incluso el uso de la violencia en las relaciones entre los sexos.
    Cuando muchos años más tarde comencé a prestar atención a la problemática de la prostitución, tuve que añadir un punto más a la lista de los daños ocasionados por la pornografía:
  5. La pornografía es el marketing de la prostitución.

A lo largo de mi participación en el debate público sobre la prostitución me di cuenta de lo bien que me venía mi conocimiento de la historia reciente de Suecia. Sabemos que en ese debate la fórmula legal sueca es la alternativa de más sustento que los partidarios de la abolición pueden nombrar frente a los argumentos por la legalización/regulación. Este modelo se distingue de todos los demás en que enfoca la legislación en la figura del cliente que se aprovecha de la persona prostituida.[i]

Ahora, el tema que ya anteriormente ha sido motivo para estudiar el ejemplo sueco era precisamente el de la pornografía, tan íntimamente unido al de la prostitución. Suecia fue el país pionero en hacer de la pornografía un fenómeno socialmente aceptado. Los promotores de la introducción de la pornografía tanto en la España pos-Franco de la segunda mitad de los años 70 como en los países del bloque soviético después de la caída del muro en los años 90 usaron con predilección los falsos mitos que acompañaban el proceso de la liberalización de la pornografía en la Suecia de los años 60. Estos mitos rezaban que Escandinavia era el vivo ejemplo de que la pornografía tenía un efecto benéfico, o que por lo menos era inocuo, y que no había liberación sexual sin dar vía libre a la pornografía. Lo único que estos promotores ignoraban o ocultaban era que entretanto Suecia se adelantó una vez más a los demás países desarrollados de Occidente, esta vez al adoptar una severa legislación respecto a la pornografía, y que la mayoría de los personajes públicos e intelectuales suecos que en los años 60 impulsaban la liberalización de la pornografía, en los años 80 tomaron posturas radicalmente opuestas, asumiendo que la pornografía no llevaba a la esperada autorrealización de los hombres solitarios, sino a la manifestación de las formas más repugnantes del odio y de la violencia hacia las mujeres.

El modelo sueco de tratar la prostitución guarda una relación íntima con el camino que la sociedad sueca recorrió en la percepción de la pornografía. Sin embargo, en la España de hoy siguen prevaleciendo los mitos falsos que en su lugar de origen fueron cuestionados hace ya décadas. Esta confusión no es sólo conveniente para los intereses económicos que mueven una de las industrias más rentables de nuestra civilización, sino que está también alimentada por la aceptación ignorante e ingenua de la prensa y de personas que se consideran progresistas y partidarios tanto de la libertad sexual como de la igualdad entre los sexos. Alguien que quiere desmarcarse de la pornografía fácilmente puede todavía verse remitido al campo del oscurantismo católico o de los enemigos de la libertad de prensa.

Por eso quisiera comenzar por analizar los rasgos y los efectos principales de la pornografía, y en primer lugar definir la línea divisoria entre pornografía y arte erótico, algo que se ha hecho muy difuso.

El arte erótico surge cuando un artista se relaciona con su tema de una manera erótica, revela algo de sí mismo y nos transmite su propia vivencia. Miremos por ejemplo esta Escena erótica que de hecho es el título de este dibujo del joven Picasso. El mismo motivo en una imagen pornográfica seguramente se representaría con la mujer de cara al público, ya que la pornografía no busca la representación del vínculo entre las partes que están embarcadas en una experiencia sexual, sino el establecimiento de una relación entre la persona que está mirando (el comprador) y el objeto sexual que se le presenta. Diluir la línea divisoria entre erotismo y pornografía es un elemento básico del mito de la pornografía. Sin embargo, lo que la pornografía hace desaparecer es precisamente el elemento misterioso sin el cual el erotismo se convierte en pornografía — y el círculo está cerrado.

A pesar de que las imágenes pornográficas están fuertemente sexualizadas, o mejor dicho, genitalizadas, poco tienen que ver con la sexualidad, ya que la pornografía no es un tema (en este caso la sexualidad) sino una relación, la misma que la publicidad intenta establecer entre un comprador y el objeto a vender. Por eso utilizaré aquí dos imágenes de publicidad para ilustrar los códigos esenciales de la pornografía. De esta manera evito tener que exponernos una vez más a la denigración de las imágenes pornográficas propiamente dichas y al mismo tiempo aprovecho para tocar el asunto que subyace en el tema que nos ocupa. Este asunto es la igualdad entre hombres y mujeres, algo que en mi opinión no surge tan sólo con la salida de las mujeres al espacio público, sino que precisa la entrada de los hombres en el ámbito de lo doméstico y del cuidado.

La primera imagen es una publicidad comercial de un biberón de la marca Nuk, supuestamente transmisora de una visión progresista del “hombre nuevo”. La otra es una publicidad no comercial para promover una mayor participación de los padres en la crianza de los niños. En las dos imágenes aparece el mismo motivo: un niño y un hombre juntos, pero en la primera con los códigos de la pornografía y en la segunda con los códigos del arte erótico. ¿Cuál es la diferencia?

Observemos primero el código primordial, el de la relación de los personajes entre ellos mismos y con el espectador. En la segunda imagen los dos personajes están sumidos en una relación íntima entre ellos, de la cual nosotros sólo somos testigos, al igual que en el dibujo de Picasso. En el primer anuncio el niño mira hacia mí, futuro comprador de Nuk, sin más contacto que el meramente físico con el hombre que le sostiene en brazos. Para las finalidades de la publicidad tampoco hace falta que haya más vínculo entre ellos, ya que el personaje adulto en realidad no está en la imagen porque tenga que ver con el niño, sino para vendernos un producto.

Para ese mismo fin el hombre Nuk está provisto de otros tantos códigos adicionales, también propios de la pornografía. Por ejemplo, está desnudo, lo cual sirve dos funciones. Por una parte, vincula el producto a vender con ciertos cánones estéticos requeridos por la cultura dominante, en este caso un cuerpo musculoso, tallado en muchas horas de gimnasio. Por otra parte, la desnudez de ambos personajes junto a la ausencia de cualquier entorno alrededor de ellos priva a la imagen de referencias que pueden interferir con la idealización a través de la cual se intenta hacer la publicidad más sugerente. Todos los elementos de la imagen son reales; sin embargo, nada en ella es verdad y el texto que la acompaña (“Ellos también pueden dar el pecho” y “Porque Nuk imita la perfección del pecho de la madre”) hace todavía más patente que se trata de una mentira.

En la otra imagen, tanto el hombre como el niño son personas ordinarias, nada de modelos, ambos vestidos de una manera que sugiere cotidianidad. De la misma manera el texto del anuncio (“están creciendo en igualdad”) es simplemente una aplicación del lema que la campaña pretende divulgar (“crecemos en igualdad”) a la relación de las dos personas representadas en la imagen.

He partido del postulado de que en la pornografía, a diferencia del arte erótico, la carga sexual no se establece entre las partes que están embarcadas en una experiencia mutua, sino entre la persona que está mirando y el objeto sexual que se le presenta, la misma relación que la publicidad intenta establecer entre un comprador y el objeto a vender. Después de haber ilustrado los elementos que marcan esta diferencia con imágenes no propiamente pornográficas, pasemos ya al verdadero objeto de nuestro análisis.

Pornografía es un término de origen griego que significa “la descripción (grafia) de la prostituta (porné)”. Es decir, que la función de la pornografía y de la prostitución viene a ser la misma: con la ayuda de mujeres (o, con mucha menos frecuencia, de hombres), convertidas en objetos sexuales, servir la sexualidad de un espectador/comprador invisible que se está masturbando sobre o dentro de ese objeto. Por eso, la línea de demarcación entre arte erótico y pornografía no está entre los desnudos de Interviú o Playboy, por un lado, y las representaciones explícitas del acto sexual, por el otro. Ambas cosas son pornografía. Los gestos, las posturas y los morritos de las mujeres en las portadas de Interviú transmiten también el mensaje de que ellas están dispuestas a satisfacer gustosamente cualquier deseo imaginado por el comprador. La pornografía no es buena o mala según si es más blanda o dura. Es, al igual que la prostitución, un servicio, la elaboración de un instrumento, la oferta de un objeto a vender.

De esta manera, la pornografía es el primer elemento de un continuo a lo largo del cual, junto a las otras formas de convertir a las mujeres en objetos sexuales, como la prostitución y la violencia sexual, la dominación masculina sobre las mujeres es llevada al terreno sexual. Cada una de estas formas está envuelta en diferentes mitos para legitimarlas y para solapar su carácter violento.

En el caso de la pornografía se alude a su supuesta función educativa y terapéutica. En realidad (y la experiencia escandinava ha aportado datos respecto a eso), las parejas que compartieron “materiales de información sexualmente explícitos” en la cama y que compararon sus resultados con los del laboratorio de Master y Johnson no necesitaban menos terapia sexual o de pareja que las generaciones anteriores a la revolución sexual. A partir de la primera mitad de los años 80 se empezó a escribir cada vez más sobre cómo el fenómeno de la desgana sexual iba conquistando terreno. Las mujeres, que en la literatura pornográfica siempre querían eso, en realidad seguían deseando más cercanía y relaciones personales que sexo, y los hombres tampoco podían mantener el ritmo dictado por sus colegas, descritos en la misma literatura como atletas sexuales. Para lo que nadie encontró receta en la literatura del nuevo desorden amoroso fue para conversar sobre ello dentro de la pareja. La pornografía ofrece una imagen completamente falsa a ambos sexos sobre el otro y acerca de lo que hay detrás de la realidad corporal fotografiable. Esta imagen falsa no ha hecho desaparecer la inseguridad, sino que la ha elevado a un nivel más alto y ha aumentado con otros años de luz la distancia entre hombres y mujeres.

Como dicen Pascal Bruckner y Alain Finkielkraut en su libro El nuevo desorden amoroso: “[l]a pornografía es a la vez ilusión y reportaje, aventura para adultos y documentación de la sexualidad. Y precisamente en esta función suya, como ilustración pedante de la libido, es donde aparece el rasgo más horrendo y menos criticado de la pornografía. Las escenas atrevidas no sólo transmiten las fantasías sexuales de los hombres, sino que, gracias a su estilo constatador, las hacen aparecer como una realidad objetiva. Es así como la ficción ideada por los hombres ocupa la sexualidad, de la misma manera que un ejército vencedor ocupa un país hostil, desterrando del mundo todo aquello que sea femenino.”

La idea de la pornografía como “material informativo sexualmente explícito” y educación sexual es falsa por varias razones. Una es que, si lo fuera, entonces, una vez adquirida esta información, tendría que desaparecer. Además, la información sexual es necesaria sólo para evitar riesgos y no para la sexualidad en sí. La pornografía se hace incompatible con la educación sexual precisamente en ese punto. Asimismo, en el mundo de las fantasías masculinas enmarcadas en la pornografía, el tiempo ocurrido entre el surgimiento del deseo y la satisfacción del mismo guarda una proporción inversa a la sensación de éxito. Por eso, seguir instrucciones como “desenrollar el condón cuidadosamente sobre el pene erecto antes de cualquier contacto con la pareja” empeoraría el cronometraje y sería superfluo, ya que en la pornografía cuestiones como el sida existen –como mucho– como un elemento de morbo y las mujeres quedan siempre deleitadas, pero nunca embarazadas.

Como he mencionado antes, la pornografía, en lugar de ayudar a los hombres solitarios a encontrarse sexualmente a sí mismos, ha abierto también el camino a representaciones más y más brutales del odio y de la violencia hacia las mujeres. De las películas pornográficas clásicas a las películas stunt hay menos trecho de lo que parece, incluso en el plano concreto. Un ejemplo: la película Garganta profunda de 1972 fue la primera película porno que se convirtió en un auténtico éxito de taquilla hasta en las salas de cine serio del mundo entero, convirtiendo a una prostituta desconocida de 23 años llamada Linda Boreman en una pornodiva con el nombre artístico de Linda Lovelace. Apenas diez años más tarde Linda Boreman logró escaparse de su esposo y proxeneta Chuck Traynor y escribió su estremecedora autobiografía Ordeal (Ordalía). En ella contó cómo Chuck Traynor la forzaba a prostituirse y a protagonizar películas pornográficas a punta de pistola. La descabellada historia de “una mujer con el clítoris en la garganta que escucha campanitas de iglesia con cada orgasmo” era fingida por una mujer que vivió en un terror indescriptible y sin ninguna huella de gozo (y sin cobrar un duro) desde que conoció a Chuck Traynor hasta que logró dejarle. Desde entonces, y hasta su muerte en abril de 2002, ella actuó como una ardiente activista contra la industria pornográfica, pero esto nunca la llevó hasta la portada de la revista Time, como había ocurrido con Garganta profunda. Lo más trágico de la historia es que periódicos serios siguen refiriéndose a la película como “un hito porno” y a ella como “la actriz porno que marcó la libido de toda una generación”. De esta manera, se eterniza la humillación total de una mujer por el proxeneta más exitoso de la historia: el fruto del terror de ella resulta de reflejar los deseos interiores de muchos otros hombres y sus fantasías se convierten en realidad al ser aceptadas por otros hombres.

En definitiva, la pornografía es el suministro de un producto al servicio de lo que se supone que es la sexualidad masculina, pero no sólo eso. Es también la fuente y constante reproducción de esa noción de la sexualidad, la misma que está en la base de la prostitución y de la violencia sexual. Una manera vulgar pero elocuente de formular esta noción sería decir que cuando a un hombre se le empina, tiene que meterla… O sea, que la pornografía no es educación sexual ni refleja las ganas sexuales de los hombres, sino un material a través del cual los hombres aprenden el rol masculino. El mundo de la pornografía está habitado por hombres siempre activos que, aunque estén completamente desnudos, nunca revelan nada de sus entrañas (y aún menos alguno de sus aspectos débiles) y por mujeres que, aunque estén llevando a cabo una actividad febril física, siempre son pasivas porque no se están realizando a través de su propia sexualidad sino de la dictada por las fantasías masculinas. Por eso, en este mundo, al igual que en anuncio de Nuk, todo es real y nada es verdadero.

Las personas que han formado su identidad sexual con la ayuda de la pornografía, y por eso no han aprendido la diferencia entre fantasía y realidad, tienen que volver forzosamente a la pornografía para reafirmarse en esa identidad. Por eso, muchos hombres viven una doble vida: en el mundo de las fantasías pornográficas y en una relación personal con una mujer, poseedora de una sexualidad propia. Sin embargo, estos dos mundos nunca se tocan (algo que he podido comprobar en muchos casos dolorosos en mi trabajo como psicoterapeuta con individuos y parejas), ya que la relación personal requiere del hombre que ponga al desnudo su interior (incluso ante sí mismo), mientras que la iconografía pornográfica le sugiere que todo existe solamente fuera de él y que ser hombre no es una vivencia que nace desde dentro, sino que es una hazaña proyectada al mundo exterior.

No obstante, hay un mundo donde las fantasías dictadas por el rol aprendido siempre se cumplen, sin que el hombre tenga que enfrentarse a su propia inseguridad o a las dificultades cotidianas de entablar o mantener una relación. Éste es el mundo de la prostitución. Por eso, hay hombres que se dirigen a prostitutas o aprovechan su hegemonía para crear una cultura en la que las fantasías pornográficas masculinas se convierten en definición y medida de la sexualidad femenina. La presentación de estas fantasías como algo universal es posible entre cosas por el carácter casi totalmente anónimo e invisible de los actores principales de la pornografía y de la prostitución: los clientes. Como en el caso de cualquier violencia u opresión, un primer paso hacia la eliminación de ellas es hacer visible lo que tiene que quedar invisible para mantenerlas. Por lo tanto, la fórmula sueca de atajar la prostitución parte de que la prostitución existe porque hay una demanda, y los consumidores de los servicios sexuales son casi exclusivamente hombres, trátese de prostitución heterosexual u homosexual, y concluye: “[e]n Suecia, la prostitución está considerada como un aspecto de la violencia ejercida por el hombre contra mujeres y menores. Está reconocida oficialmente como una forma de explotación de mujeres y menores y constituye un problema social significante que no sólo daña a la mujer o menor que es prostituida sino también a la sociedad [….] la igualdad de género no se conseguirá jamás mientras los hombres compren, vendan y exploten a mujeres y niños prostituyéndolos.”[ii]

Habría que preguntarse entonces quiénes son estos hombres que compran sexo en concreto. Hay varios discursos que explican por qué los hombres buscan prostitutas. Éstos se pueden dividir en cinco grupos principales, sin que un discurso excluya cualquier otro: muchas veces varios temas se mezclan en el caso de un mismo individuo.[iii]

Fantasía de la puta guarra

Expresión de sentimientos contradictorios, de fascinación y de desprecio, atracción y asco. La imagen de la puta guarra refuerza la excitación sexual. La puta es percibida como un animal sexual, para el deseo violento, la urgencia, la apetencia sexual vinculada al secreto y al sentimiento de culpa – un aspecto de la imagen femenina escindida que los hombres albergan en una sociedad patriarcal. Esta imagen define la manera de relacionarse de los hombres con las mujeres en diferentes situaciones, no sólo en la prostitución. De hecho, ambas imágenes – madonna y puta – convierten a la mujer en objeto, sólo que mientras una es respetada, la otra es despreciada. Esta degradación de la mujer prostituida permite al hombre distinguirse de ella y liberarse de todo sentimiento de culpa. Éste es uno de los peligros de la prostitución, ya que ninguna prostituta está a salvo de la intimidación o la violencia verbal y física que él se puede permitir al considerar que, a diferencia de ella, se mantiene siempre moralmente inocente y socialmente respetable. (Por la otra cara de la misma moneda, no es por casualidad que muchos hombres que maltratan a su pareja acompañan los golpes y las patadas con sinónimos groseros de la palabra puta.)

Otra forma de sexo

La idea de que ciertas formas de relaciones sexuales no pueden ser experimentadas con mujeres que no son prostitutas. Muchos hombres compran para sí mismos el derecho de adoptar una actitud pasiva y de dejarse seducir por una puta sexualmente agresiva, utilizando su poder para construir una situación en la cual se invierten los papeles sexuales tradicionales. En realidad el poder de la mujer que estaría vinculado a su posición dominante no es más que una ilusión, al igual que la voluntad de él de ceder el control. Al fin y al cabo, el valor de la mujer se mantiene ligado al hecho de que “una prostituta siempre es una prostituta”. Ella no tiene ningún valor real como sujeto humano pleno. Por el contrario, a los ojos del cliente, su único valor reside en su cuerpo y su prestación sexual.

No hay otras mujeres

Se refiere a la timidez, al miedo, a la avanzada edad, una minusvalía física o mental. La afirmación “no hay otras mujeres para mí” no significa necesariamente que estos hombres no tengan la oportunidad de conocer a otras mujeres, más bien se refiere a la visión subjetiva de los hombres de lo que está disponible en el mercado del sexo. Esto para nada valida los discursos sobre la prostitución como terapia sexual o acto de cuidados. Presentar a la prostituta como una consoladora de gran corazón permite al cliente pretender que es la soledad y no sus ganas lo que le lleva a ir en busca de prostitutas. Detrás de estos discursos los escenarios sexuales tienen generalmente tanto que ver con la venganza y el control como en cualquier otro cliente. En efecto, el cliente piensa que es deber de la prostituta el que él se sienta potente y ayudarle a alcanzar una posición de control. Es una de las llaves de su vulnerabilidad, pero también de su potencial peligroso. Al transferir a la persona prostituida la oportunidad de sentirse potente (y sexualmente descargada) significa que también puede proyectar en ella su impotencia. Existe en estos casos un lazo tenue entre impotencia sexual y violencia.

Consumir sexo

El sexo como mercancía. Existe hoy en día un grupo de clientes, compuesto principalmente por hombres jóvenes, cuya visión de los papeles sexuales está definida por las imágenes que nuestra sociedad produce masivamente a través de la pornografía, la publicidad y los programas de entretenimiento televisivos. Para estos hombres todo es posible, incluso en el ámbito de la sexualidad, siempre que el consumidor esté dispuesto a pagar. Esta visión crea bases sólidas para la prostitución. Se percibe el sexo como una necesidad física que requiere atención con intervalos regulares, como una limpieza de tuberías regular. Este enfoque no es nada nuevo desde el punto de vista histórico. Ha sido un tema recurrente de la ideología patriarcal arcaica, que defiende la prostitución como un fenómeno natural e inevitable. La prostitución es percibida como una vieja institución o como el oficio más antiguo de las mujeres por los hombres que rechazan encuentros con las mujeres por miedo a perderse en una relación de igualdad. En la prostitución no se les pide nada de implicación emocional y ninguna atadura.

Otro tipo de mujer

Ideas sobre la verdadera naturaleza femenina. Expresiones de nociones antifeministas muy fuertes. Para muchos hombres europeos y norteamericanos el acceso a la igualdad de derechos para las mujeres es percibido como la pérdida de la supremacía masculina. Algunos reaccionan con actitudes regresivas y antifeministas agresivas. El auge en la demanda de mujeres víctimas del tráfico o importadas y los estereotipos racistas y étnicos (las asiáticas son sumisas y amorosas; las africanas, salvajes y las latinoamericanas, libres y fáciles) hay que enfocarlo a la luz de estos cambios. Las fantasías sobre otro tipo de mujer compensarían la disminución de su poder sexual masculino en sus relaciones cotidianas. Estos hombres proyectan sobre las mujeres que encuentran en el extranjero la imagen de feminidad natural, o sea, la aceptación de su papel de nacimiento como consuelo de las necesidades sexuales masculinas.

No obstante, aparte de estudiar el perfil individual de los hombres que compran sexo, tenemos que ponernos con otras cuestiones igualmente obvias e importantes. ¿Cuál es la visión que hace posible la práctica de la prostitución? ¿En qué medida es esta visión compartida por el resto de la población masculina? ¿Puede ser que la mera existencia de la prostitución (junto a la negación de que las mujeres prostituidas, al igual que las maltratadas, son víctimas trágicas de la dominación masculina) dé cierta sensación de seguridad a esa población masculina?

La prostitución institucionaliza las suposiciones más básicas de la dominación masculina como orden social o, incluso, civilizatorio. El proceso de socialización de los hombres está construido sobre la certeza de que su sexo les otorga derecho a disponer de su entorno, del espacio y del tiempo de otros y, en primer lugar, otras. Este derecho se extiende también al cuerpo y a la sexualidad de las mujeres. De allí hay sólo un paso a que, tratándose de un derecho, sea legítimo conseguirlo y preservarlo, aunque sea con violencia. En una sociedad basada en estas suposiciones es de interés de los hombres en general la subsistencia de la prostitución. Ésta es la explicación del hecho de que, aunque la mayoría de los hombres no se sirva de la prostitución, con su silencio, y a veces incluso pronunciándose, contribuye a preservarla y a justificar la idea de la misma.

La prostitución, sin embargo, no es una idea. La prostitución son boca, vagina y ano penetrados habitualmente con un pene, a veces con manos, a veces con objetos, por un hombre, después otro hombre y después otro más y otro más y otro más. Uno de los motores de la prostitución es el odio hacia las mujeres, la agresividad que motiva a un hombre a buscar y utilizar a una mujer prostituida, el profundo desdén que reduce a una vida humana a unos huecos de los que el hombre puede aprovecharse sexualmente y con la que puede hacer lo que le dé la gana. La conversión de las mujeres en objetos sexuales es un proceso de deshumanización en cuyo extremo final se encuentra la violencia sexual masculina. Es esto lo que la prostitución institucionaliza, ya que el cliente consigue de la persona prostituida (que no ha elegido hacer el amor con él) algo que de otra manera no podría conseguir sino con violencia. El cliente (y con él la sociedad) oculta ante sí mismo el hecho de la violencia interponiendo una infraestructura (manejada por los proxenetas) y el dinero.

Lo que hace posible, entre otras cosas, para un hombre encontrar una prostituta es el hecho de que antes de él ya hubo otros hombres que acudieron a ella, y detrás de él habrá otros. Hoy en día hombres se dan cita en ciertas páginas de Internet para intercambiarse y venderse informaciones y experiencias acerca de sus contactos y transacciones con personas prostituidas  en sus países o en el extranjero. Como antaño las logias fraternas movían las amistades, los negocios, la política y el ocio a la par que apoyaban y reproducían el poderoso mito de que la masculinidad se forja en exclusiva compañía de otros hombres; en las versiones modernas virtuales de las alianzas homo-sociales podemos ver una resurrección nostálgica del privilegio de género, que justifica el libre acceso a la prostitución. De esta manera se convierte el cuerpo de la mujer prostituida en ese agente transmisor a través del cual los hombres comparten entre ellos mismos, en palabras y en hechos, su sexualidad. Al igual que en el caso de las violaciones de grupo o las violaciones masivas en situaciones de guerra, en la prostitución los hombres utilizan los cuerpos de las mujeres para comunicarse entre ellos mismos y para expresar lo que les une y que, al fin y al cabo, se reduce a que ellos no son mujeres.

Ya es hora de que surjan otro tipo de comunidades masculinas. Hombres que reconsideren radicalmente su responsabilidad en la prostitución, que partan de que la prostitución es parte íntegra de la cuestión masculina, algo que concierne a la sexualidad masculina y no a la femenina, ya que sin demanda masculina de prostitución no habría mujeres prostituidas. Hombres que quieran afrontar las verdaderas consecuencias de los conceptos que han formado sobre su propio rol. Hombres que sean capaces de cuestionar colectivamente un orden social sexista donde un grupo de personas domina sobre otro, donde un grupo de mujeres debe estar accesible a las necesidades sexuales de los hombres. Hombres que redefinan su sexualidad como una construcción social y cultural, y no una determinación biológica con un deseo sexual permanentemente despierto e inamovible. Hombres que se alíen los unos con los otros para retomar esa parte en su mundo interior y en sus relaciones, que han sido ocupadas por la pornografía, desterrando de allí no sólo lo femenino sino también la posibilidad de una masculinidad que capaz de relacionarse con el otro sexo en un plano de igualdad.

 

 

 

Esta conferencia fue pronunciada y publicada en numerosas ocasiones, la primera vez fue en las Primeras Jornadas Estatales sobre la Condición Masculina: “Los hombres ante el reto de la igualdad” (Jerez de la Frontera, noviembre de 2001) con el título La trampa de la pornografía como educación sexual

Ampliada al tema de la prostitución, se pronunció por primera vez en el Congreso Internacional “Las ciudades y la prostitución” (Madrid, junio de 2004).

 

Versión revisada y ampliada.

 

 

© 2001-2006 Péter Szil

www.szil.info

* * *

 Péter Szil es psicoterapeuta, supervisor y formador de profesionales. Participa en actividades académicas y prácticas en la sociedad encaminadas tanto a la implementación de la igualdad entre mujeres y hombres, como a la erradicación de las diferentes formas de violencia patriarcal contra las mujeres, niñas y niños, y entre hombres. A partir del 21 de septiembre imparte el curso online Hombres, pornografía y prostitución en la plataforma E-learning de Feminicidio.net.

 Referencias:


[i] La solución de Suecia para la prostitución, Marie De Santis, Women’s Justice Center, http://www.justicewomen.com/

En español: http://www.sexovida.com/educacion/suecia.htm

[ii] Prostitución y tráfico de mujeres Folleto informativo del Ministerio de Industria, Empleo y Comunicaciones del Gobierno de Suecia, octubre 2004

http://www.regeringen.se/content/1/c6/03/16/17/4cd7edb1.pdf

[iii] Men’s practices in prostitution and their implications for social work (“Las prácticas de los hombres ‘clientes’ de la prostitución: influencias y orientaciones para el trabajo social”), Sven-Axel Månsson, Universidad de Göteborg, Suecia

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