El pederasta de Ciudad Lineal: apuntes sobre la era del #TerrorismoSexual

El terrorismo sexual observado a través del caso del pederasta de Ciudad Lineal: ¿qué papel juegan las fuerzas públicas de seguridad, la justicia y los medios de comunicación? En esta primera parte, nos acercamos a los mecanismos de funcionamiento del terrorismo sexual que, a diferencia de otras formas de terrorismo, goza de un nivel elevado de tolerancia, minimización y resistencia a ser reconocido. Lo cubre un velo de impunidad social que los poderes del Estado respaldan

¿Hay algo más eficaz que el exterminio de un grupo de mujeres para controlar a las que quedan vivas de la población? En eso consiste el terrorismo sexual llevado al extremo, el feminicidio. En el patriarcado a las mujeres nos matan por ser mujeres. Y nos matan de diversas maneras. Pueden matarnos de manera simbólica y reforzar la construcción social del cuerpo de las mujeres. Un cuerpo que no nos pertenece, un cuerpo que se degrada ante la mirada del otro que justifica tratarlo como una cosa y así consigue dejar fuera todo vestigio de humanidad. El terrorista sexual no necesariamente quiere matar aunque su deseo último sea matar. También le gusta preservar viva a su presa, disfrutar de su placer sádico a costa del sufrimiento devastador de la cosa-mujer. Acercarse a Dios y en un acto trascendente, poder disponer de una vida: pulverizarla, mancillarla o amputarla. Al terrorista sexual le interesa dejar una marca en la víctima y un mensaje para las demás mujeres: “Las idénticas víctimas estén preparadas”. Coloca una bomba que le estalla a una y pone en alerta a las otras como si después pudiera tocarle a una más y luego a otra, siempre con el detonador a punto de ser activado en el cuerpo de una mujer.

La alerta funciona también con ellos, los del grupo opresor. Algunos hombres se toman en serio la llamada a sellar una hermandad de género dominador. Algunos gozan con la hazaña del héroe y se animan a imitarlo o a superarlo, todo sea por preservar el privilegio de poseer la construcción social del cuerpo de las mujeres.En esa dialéctica del poder, los del bando opresor refuerzan la construcción social de la masculinidad y lo que ésta contiene, una violencia simbólica y axiológica que cumplen con su fin, subordinar a las mujeres a un orden, un sistema que las contenga, las aquiete, las mantenga en guardia y ocupadas en tratar de defender sus  vidas y adueñarse de sus cuerpos. Eh ahí la cuestión: desmantelamiento o deconstrucción del patriarcado y en el centro de esta disputa (porque es una disputa), las mujeres intentamos adueñarnos de nuestros cuerpos mientras ellos obstaculizan el proceso. Es más, hacen manifestaciones-rituales en las que escenifican, como el depredador de Ciudad Lineal, su festín machista: cazar niñas pequeñas con caramelos de Orfidal, mantenerlas en cautiverio, torturarlas, vejarlas y luego liberarlas. Dejarlas vivas con una marca devastadora a nivel psicológico y físico, imborrable en las víctimas y en todas las mujeres. La marca de ese terrorismo puede ser más honda que la del amor, el sustento de una política sexual y un muro en el camino hacia la igualdad entre hombres y mujeres.

El crimen sexual representa un espectáculo y toda la atención está puesta en la teatralización de su misoginia, con reparto notable de las fuerzas de seguridad del Estado, la justicia patriarcal, los medios de comunicación y el público, parte de una sociedad morbosa que da seguimiento a la noticia como si se tratara de una novela macabra o un capítulo de CSI, espectadores que se ciñen a los códigos porno-cinematográficos del relato sensacionalista. Provoca vértigo constatar que hay un lado sexual, de goce sádico colectivo en las culturas frente a hechos aberrantes de nuestra propia especie. No nos percatamos de que la misoginia es una mentalidad social y de que, la representación del sátiro que secuestra y viola niñas es parte de un permiso de la manada, una justificación de la dominación masculina que aceptamos como hechos inevitables.

Sesenta millones de niñas sufren agresiones sexuales cada año mientras van a la escuela. Más que la población total de España. Son víctimas de la violencia sexual global que en países como El Congo, Somalia y Sudáfrica han adquirido la dimensión de pandemia. En realidad la gran epidemia es representada por todas las manifestaciones de la violencia patriarcal contra las mujeres y niñas a manos de hombres y que en una de sus formas se reconoce como violencia sexual de género. 

El primer crimen sexual conocido del supuesto pederasta de Ciudad Lineal -detenido la semana pasada en Santander- se remonta a 1998. Una mañana de marzo, a las 9 horas, Antonio O. M. se acercó a una niña de seis años, cuando la pequeña iba a entrar a su escuela, en la zona de Fuencarral de Madrid. El joven -en aquel entonces tenía 26 años- la agarró de la mano con fuerza y la obligó a subirse a su coche. El secuestro duró alrededor de una hora, abusó de la niña dentro del vehículo y luego la abandonó a 500 metros del centro escolar. Fue detenido y juzgado. La Audiencia Provincial de Madrid lo encontró culpable de agresión sexual y de detención ilegal, delitos por los que fue condenado a cumplir nueve años de prisión y a indemnizar a la niña con un millón de pesetas. El pederasta cumplió condena en régimen cerrado hasta que en julio de 2006,la Audiencia de Madrid aceptó un recurso suyo contra la negativa a concederle el régimen abierto del Juzgado de Vigilancia Penitenciaria y le dejó acceder al régimen abierto de Tercer Grado restringido, que le permitía salidas los fines de semana. La Audiencia lo autorizó debido a que su conducta mostraba “una trayectoria que, en conjunto, es claramente ascendente”, con “factores de adaptación” como su “respeto a las normas e instituciones, y capacidad de asumir la normativa, hábitos laborales en prisión, participación en actividades, nula conflictividad y apoyo familiar”. Antonio O. cumpliría su condena sin haber recibido ningún tratamiento específico para agresores sexuales ni psicológico. En sus antecedentes penales figuraba un delito por secuestro ilegal pero no lo habían fichado en un registro especial de pederastas. Eso quiere decir que posteriormente no fue vigilado por la justicia y de hecho la policía no puede asegurar que el hombre no haya cometido más crímenes además de las cinco violaciones de las que se lo acusa, dos tentativas de homicidio y otros tres intentos de secuestro, todos perpetrados contra niñas en el último año.

¿Cómo es posible que una cadena de fallos con el pederasta de Ciudad Lineal en la justicia, derivara en la imposibilidad de que se lo detuviera antes de que llegara tan lejos? La policía encargada de la investigación filtró a la prensa que la agresividad y el sadismo del depredador iban en aumento y temía que en la siguiente ocasión matara a una niña. Se trataba de un reincidente, también condenado por otros delitos, entre ellos por violencia de género, crimen por el que ingresó nuevamente en la cárcel entre 2009 y 2011.

¿Cómo fue que ataron los distintos cabos de investigación que analizaban por separado? Cada una de las piezas del rompecabezas que iba completando el semblante del depredador sexual, daba pistas de su machismo y misoginia aniquiladores. ¿Cómo explica la policía que los tres pederastas que descubrieron y apresaron durante el verano en intentos de secuestro de niñas mientras daban con este violador en serie, son parte de una misma conducta que despliegan hombres (según estudios en al menos el 86% de los casos)? La pedofilia y la pederastia forman parte de un abanico abierto de la violencia masculina. ¿Hasta cuándo tenemos que seguir soportando que la criminología, el derecho y la psicología clásicas, entre otras disciplinas que dan sustento discursivo a este statu quo y su consecuente dispositivo de apoyo, el terrorismo sexual, nieguen los aportes de la teoría feminista y su crítica desde el marco de la violencia patriarcal? Las instituciones del Estado y el discurso del poder se resisten a reconocer los tentáculos de dicha violencia, prefieren fragmentarla, reducirla y encerrarla en parafilias, trastornos y síndromes vinculados a la psicopatía y sociopatía y a una extrema peligrosidad sin otra solución que la de seguir combatiendo al ejército de integristas patriarcales y sus efectos de manera aislada y sin atender a sus causas ni a su prevención.

El terrorismo sexual, a diferencia de otras formas de terrorismo, goza de un nivel elevado de tolerancia, minimización y resistencia a ser reconocido. Lo cubre un velo de impunidad social que los poderes del Estado respaldan.

El terrorismo sexual se ejecuta con una performance que se repite simultánea y constantemente en diversos puntos geográficos del planeta. En cada atentado nos da un doble mensaje contradictorio. Por un lado, existe una normalización de la repetición del acto terrorista. Aparece en las noticias de la tele y los periódicos como un suceso de violencia más. Se lo describe de forma insignificante, se lo desactiva y desmarca del interés general pero no porque se trate de un hecho extraordinario sino porque bajo la premisa de que “siempre ha ocurrido y siempre ocurrirá” hay una justificación de la violencia y un mecanismo de negación que pone en evidencia un síntoma: el miedo y el terror que nos provoca a las mujeres su normalización. Normalización tampoco es sinónimo de invisibilidad. El terrorismo sexual actualmente es visible como nunca antes lo fue pero no se lo reconoce como tal. No es un paradigma de análisis de la violencia patriarcal.

Por otro lado, cuando se manifiesta, puede tratarse de un hecho extraordinario, escindido de un orden social. Se lo asocia a una monstruosidad ajena, propia de seres anómalos y diabólicos, portadores de una maldad hueca y sin sentido que en su perversión límite, su cometido es, por ejemplo, hacer daño a niñas pequeñas e inocentes. El relato se viste de pueril y pareciera que el problema se concentra y se soluciona con extirpar el tumor, confirmar la excepción. En el mensaje se diluye que la inmensa mayoría de terroristas sexuales son hombres y sus víctimas, mujeres. El fenómeno es una amenaza a la que no nos queda más remedio que acostumbrarnos.

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