Entre el 10 y el 20% de la población española ha sufrido abusos sexuales en la infancia y el 85% de los casos se producen dentro del ámbito intrafamiliar.
“Desde el primer momento en que alguien te pone la mano encima sin que tú quieras, se genera un sentimiento de vergüenza propia. Pero lo peor viene después: a los niños y niñas no se les cree, se dice que todo son fantasías”. Marta Suria (pseudónimo), autora del libro Ella soy yo, tenía cuatro años cuando su padre comenzó a abusar de ella.
“Es difícil darte cuenta de lo que está pasando porque no tienes herramientas emocionales y esa persona no es un monstruo todo el rato; también es tu padre, quien se supone que tiene que protegerte”, agrega Suria. El abuso sexual infantil es una de las grandes problemáticas invisibilizadas: entre el 10 y el 20% de la población española ha sido víctima de abusos sexuales en la infancia y seis de cada 10 agresores son conocidos por el menor. “Es el monstruo que abusa de ti, pero también es la persona que te lleva al cole, que te compra los juguetes, que vive contigo”.
La duración media de estos abusos son cuatro años, según un informe de Save The Children de 2017. Marta lo sufrió durante 25 años, después tuvo los recursos para independizarse y poder abandonar su casa.
El abuso intrafamiliar es el más frecuente, en un 85% de los casos: “Parece que cuando se habla de abuso sexual, sólo se piensa en los curas, pero el monstruo también está dentro de casa”, agrega Teresa, educadora social en un centro de menores y una de las promotoras de la campaña #InfanciaLibreDeAbusos. Teresa insiste en centrar el foco en los agresores sexuales: “Siempre se dice que uno de cada cinco niños o niñas ha sufrido abuso sexual intrafamiliar, pero nunca se habla de que en una de cada cinco familias hay un agresor”.
Miedo a denunciar
María Daza, jurista feminista, victimóloga y colaboradora de Feminicidio.net, expresa por su experiencia que “no se habla de ello porque duele y porque no se sabe qué hacer. Sigue costando mucho hacer valer la voz de las víctimas”.
Sólo un 15% de los casos de abuso sexual en la infancia son denunciados, aunque el 70% de las víctimas ha asegurado que se lo contó a alguien y, en la mayoría de casos, nunca se hizo nada.
El abusador, en la mayoría de los casos (86.6%), es un hombre: un padre, un tío, un hermano, un abuelo, un profesor, un catequista. Los abusos sexuales por parte del padre de Marta finalizaron cuando ella se independizó, a los 29 años: “Como niña, tampoco tienes los recursos económicos para salir de ese lugar. Además, da mucho miedo pensar qué puede suceder si lo haces: si tu madre no te respalda, ir a un centro de acogida. Es espeluznante”´.
Daza pone a la luz unos datos escalofriantes: “Según el INE en 2018 los menores de edad de ambos sexos eran 8.351.971. Un 10% puede haber sufrido violencia sexual en la infancia; con la previsión más optimista suman 835.197. Como no todos la habrán sufrido en el año anterior ni en el mismo año, siendo más optimistas aún y considerando que sólo la padezcan en un año de su vida, si dividimos por 18 tramos (de 0 a 18), obtenemos aproximadamente otras 46.400 víctimas de violencia sexual anuales en España”.
Madres detenidas por proteger a sus hijos
El único impedimento para las y los menores que sufren abuso sexual no es su falta de credibilidad. En el año 2016, tres madres denunciaron que su pareja abusaba de sus hijos. María Sevilla, Ana Mª Bayo y Patricia González fueron detenidas en 2019 por incumplir el régimen de visitas, después de que los padres de sus hijos quedaran absueltos.
“No se tienen en cuenta las evidencias físicas, incluso con sangrados anales”, agrega Teresa. “Está por encima el derecho del hombre de ejercer su paternidad que el derecho del niño a una vida sin violencia y abusos”.
Una de las prácticas más utilizadas en las sentencias es el Síndrome de Alienación Parental (SAP). “Es un mecanismo perverso de silenciamiento de las víctimas y de blindaje de padres abusadores, haciéndoles inmune frente a un sistema judicial que se convierte en encubridor del victimario”, señala Daza. Sólo el 30% de las denuncias interpuestas terminan en sentencia.
“Al ver que el Estado no protege a sus hijas e hijos, les protegen ellas, y terminan acusadas de secuestro y sustracción de menores en los medios de comunicación”, denuncia Teresa.
Procesos legales de tres años
Marta decidió denunciar cuando, con 30 años, empezó a recordarlo todo. Acudió a los Juzgados tres años después, tras un trabajo largo y complejo sumido por el trauma postraumático que deja el abuso infantil. Su familia le dio la espalda, pero su hermano, su tía y su prima le mostraron su apoyo. “Lo importante para mí fue acudir a denunciar y señalar a esa persona, era mi deuda con Martita”, relata. Fue una de los tres de cada 10 casos denunciados que llegan a juicio. Pero la sentencia falló a favor del abusador alegando falta de pruebas.
En todos los casos en los que el acusado ha sido absuelto, el informe pericial indica que el testimonio del menor no era creíble. “Ante la presunción de inocencia del abusador, las instituciones buscan en qué punto flaquea tu testimonio. Hay que partir de una presunción de verdad y que la misión del interrogatorio sea escucharte, entenderte y apoyarte”, denuncia Suria.
Los procesos judiciales duran una media de tres años y en el 86% de los casos la víctima tiene que declarar ante su abusador. En el año 2015, había 1.239 procesos judiciales abiertos por abuso sexual infantil y sólo 229 terminaron en sentencia.
Consecuencias psicológicas
Ansiedad, insomnio, culpa, hostilidad, depresión. El abuso sexual infantil y el trauma del proceso judicial conllevan secuelas que pueden ser crónicas. Sonia Vaccaro, psicóloga clínica y forense, señala: “Las niñas y los niños a veces se culpan por creer que ellos lo provocaron. Una niña de 15 años, abusada por su padre desde los tres, me llegó a decir que creía que así era el amor de padre”.
“Venden el abuso sexual como un juego, como una atención especial, como una forma de amor secreta”, agrega María Daza. También se produce una disociación durante el trauma como un mecanismo de supervivencia. “Eso representan ‘las dos Martas’ en mi libro: la que vive el proceso de recuperación y la que recuerda su vida como era antes”, señala Suria.
Además, el abuso sexual infantil afecta en el desarrollo psicosexual del menor de forma traumática. “Es la irrupción de una sexualidad adulta en el mundo de una niña o niño que no tiene forma de procesarlo. Las personas que sufrieron abusos de niños no se convierten en abusadores, crecen repitiendo conductas que les hacen sensibles a sufrir violencias de otros”, incide la psicóloga.
Marta tenía trastornos alimenticios, odio hacia su propio cuerpo, pero los profesionales a los que asistió no detectaron la raíz del problema. “El abuso no tiene punto y final, es una experiencia que ya forma parte de ti y que te marca”, añade. “Aquella barbaridad, ese personaje y todas las secuelas que eso te deja de por vida tienes que gestionarlas para que no ejerzan poder ni control sobre tu vida”.
Una Ley Orgánica contra el abuso infantil
Los delitos contra la libertad y la indemnidad sexual aún no son públicos, como refleja el artículo 191 del Código Penal. Se precisa de la denuncia de un representante legal del menor para su tramitación. Las organizaciones que defienden los derechos de la infancia inciden en una Ley Orgánica contra el abuso infantil, que se centre principalmente en la prevención, la detección, la formación de profesionales, la perspectiva en los procesos judiciales y en los recursos para las víctimas.
“Los niños y las niñas no pueden coger un megáfono, alguien lo tiene que hacer por ellos”, reclama Marta, que ahora se dedica al ámbito de la resiliencia y utiliza esas herramientas para comprender su propio proceso.
La educación social también juega un papel importante en el enfoque de derechos de la infancia. El respeto a los niños y niñas desde que son pequeños, no forzar a que el o la menor le dé un beso a alguien si él o ella se niegan y educarles para que sea consciente de que tiene decisión sobre su cuerpo.
“Hay que partir de la premisa de creerles, de darles asistencia psicológica especializada, incluyendo el incesto como categoría central”, alerta Sonia. “También hay que dar herramientas a los adultos. Si un niño dibuja un pene y habla de un monstruo que le hace daño, hay que estar alerta”, añade Teresa.
La formación de los profesionales tanto en psicología, educación, como en los procesos judiciales, también es uno de los principales focos de solución. “En ocasiones, obligan a los menores a convivir con su abusador. Esto sucede cada día: la justicia revictimiza”, denuncia Vaccaro. “Es urgente implementar una justicia adaptada a la infancia, mandato que el Consejo de Europa está pidiendo desde hace casi 10 años”, concluye.