“La historia de las víctimas de violencia sexual en la infancia está marcada por la lucha, no por la impunidad de los agresores”

Marta Suria (pseudónimo) fue abusada sexualmente por su padre durante 25 años. La autora del libro ‘Ella soy yo’ relata su historia y denuncia cómo la justicia española le dio la espalda.

¿Cómo decides escribir el libro Ella soy yo?

Al principio no era un libro. Eran fragmentos de cuando yo empezaba a recordar todo lo que sufrí. Tenía muchas nubes. Venía a mi mente todo eso que no era capaz de verbalizar y, mucho menos, aceptar. Hasta que llegó un momento en el que me di cuenta de que parte de mi reparación personal era compartirlo y hacerlo público. Perder esa vergüenza. Ella soy yo, a mí también me pasó. De ahí salió el libro.

El título es un reconocimiento a mí misma, a que eso me ocurrió a mí. Yo sufrí abusos de pequeña y durante muchísimos años, como en la mayoría de casos. Una se empeña en olvidarlo, en dejarlo atrás, hasta que llega un momento que todo te cubre y no te queda otra que trabajar el tema y afrontarlo. El título sale de ahí, de ese reconocimiento personal.

¿Qué edad tenías cuando sucedió la primera vez?

Cuatro años. Duró veinticinco años. En el libro reflejo mi proceso personal. A medida que avanzas son hechos que yo voy recordando.

¿Por qué utilizaste un pseudónimo?

Lo publiqué antes de saber el resultado judicial. Por protección legal decidí junto a la editorial publicarlo con pseudónimo. Por si, como fue el caso, el juez no me daba la razón, evitar una acusación por difamación.

Por eso no puedo salir con mi nombre y con mis apellidos. En ese momento ya llevaba siete años en el proceso terapéutico y avanzaba con fuerza el movimiento feminista con su “hermana, yo sí te creo”. Todo eso me ayudó mucho. Ahí decidí que, aunque fuese con pseudónimo, mi historia saliera a la luz.

¿Está implícita una cuestión vinculada a la violencia de género?

Claro. No sé si cuando hablamos de violencia de género, inconscientemente como colectivo y por alguna razón, nos olvidamos de las niñas. A veces denunciamos una violación o la trata y la explotación de niñas, denunciamos la pederastia en las escuelas y por parte de curas, pero cuando son miembros de la familia los agresores, que lo son en la gran mayoría de casos, hay un silencio.

El movimiento feminista tiene afortunadamente mucha fuerza, pero este tema es algo que queda relegado. No entiendo cómo siendo una de las formas más salvajes de violencia machista no se habla de ello.

¿En qué momento eres consciente de que estás sufriendo abusos sexuales?

La verdad es que no te puedo responder a eso. El otro día escuché a una superviviente hablando y decía que el 48% de las víctimas recuerdan lo sucedido años después. Se llama amnesia disociativa. En esos momentos tu cerebro guarda todo eso en un cajoncito dentro de tu cabeza. No recuerdo lo que pasó durante esos años. A los 30 años empecé a recordar. No sé cómo lo vivía cuando era pequeña.

En el libro hablas de las “dos Martas”. ¿Se refiere a ese proceso disociativo?

Eso es. El libro trata de eso. No es un libro cronológico, sino un intento de plasmar mi experiencia. Está ordenado en capítulos pares e impares. Los impares te cuentan cómo fusionan todos esos recuerdos y todo el proceso desde el inicio a la recuperación y qué implicaciones tiene la familia, las terapias que hago, todo el proceso. Mientras que en los capítulos pares cuento mi vida como la recordaba antes.

Para mí escribir eso y estructurarlo así me hizo darme cuenta de que hasta mis 30 años viví como si eso no existiera, como si eso no me hubiera pasado a mí. A raíz de escribir, me di cuenta de que esos capítulos pares, de esa Marta que no recuerda a Martita, sí que estaba presente, lo que pasa es que había señales que yo no sabía leer y que mi entorno no supo o no quiso ver.

¿Qué tipo de señales?

Problemas con mi cuerpo, con la alimentación, aislamiento social, odio hacia mí misma, hacia la familia, hacia todo el mundo. Son esos capítulos pares donde estaba la Marta que no recuerda, esa presencia está a través del cuerpo.

¿Cómo fue que llegaste a la consulta psicológica por lo que te pasaba?

En el libro aparece Mónica, que es mi psiquiatra. Pasé por muchos psicólogos hasta que la encontré. Cuando tenía 20 años estuve en tratamiento psicológico por bulimia y este tema nunca salió. Jamás. No incidieron en la raíz, que era el abuso.

Ese ella soy yo es cuando las dos Martas se encuentran. Una parte muy importante en este proceso de unión fue el paso de denunciar. Pero no tanto por la búsqueda de justicia, sino dar ese paso que no pude dar cuando era pequeña que fue alzar la voz. Denunciar lo que está sucediendo y decir que aquí estoy yo y que yo misma me voy a proteger. ¡Esto no puede suceder!

¿Te acompañó alguien a denunciar?

He tenido mucha suerte por decirlo de alguna manera. Cuando hablamos de abusos en la infancia dentro de la familia es un proceso muy difícil de gestionar también para el resto de familiares. En la mayoría de casos hay familiares que te piden que no hables, otros que sigas hacia delante, otros directamente te acusan de mentir y no quieren saber más de ti. Y ese es uno de los mayores miedos no sólo de la víctima, sino de la sociedad y el tema por el cual no hablamos de esto. Ese miedo a que se desintegre tu familia. Ese lugar al que perteneces y te define, que te identifica. En mi caso yo tuve suerte: mi hermano, una prima y mi tía, decidieron apoyarme hasta el final. También una muy buena amiga.

¿Qué se sentenció en el juicio para fallar a favor del agresor?

Lo que pasa en la gran mayoría de los casos: el 70% de los casos de abuso en la infancia se archivan. La justicia argumenta que es por “falta de pruebas”. Tu palabra no pesa lo suficiente. En estos casos se usa el SAP, que no está respaldado por la Organización Mundial de la Salud y es negligencia médica.

Yo tuve la oportunidad de recurrir la resolución judicial. Pero no lo hice. El proceso judicial fue tan duro que pude verle las entrañas al sistema judicial. Está todo podrido. Cuando llegó el resultado, para mí estaba claro de que no iba a invertir más energía ni más salud en un proceso que está contaminado. Lo importante para mí fue acudir a la justicia y señalar a esa persona y no callar. Esa era mi deuda con Martita. Para mi proceso, yo ya había ganado. Había roto el silencio y el miedo y me había enfrentado. Luego decidí canalizar mi energía y mi salud en vivir otra vida y disfrutarla.

¿Qué fallos encuentras en el sistema a la hora de denunciar?

Los plazos legales son muy lentos y no van de la mano de tu terapia y de tu trabajo. Cuando llegó el momento de ir a juicio ya había reorganizado mi vida. Tuve que soportar interrogatorios interminables. Una y otra vez. Cuando has entendido cómo ha funcionado todo, llega la resolución judicial. Y ves las noticias: “¿la falda era muy corta?”, “¿qué estaba haciendo tan tarde?”. Este tipo de preguntas no son anecdóticas, son la técnica constante.
¿Alguien realmente escucha los testimonios? ¿Se es consciente del proceso al que se va a someter esa persona y la falta de recursos que va a tener que enfrentar? ¿El miedo que eso supone? Yo invertí tres años en ello.

No sólo es la revictimización; son los jueces, los policías, los psicólogos que escriben los informes…te presentas a la sociedad y los medios de comunicación no hablan de una mujer que ha denunciado, hablan de la víctima y de todo lo que sufrió. Nada de lo que ha conseguido. Nos hablan mucho de educar para prevenir, pero no para acompañar y escuchar a las víctimas. Siempre se buscan culpables. El único culpable es el agresor y luego está la responsabilidad colectiva de acompañar y reparar.

¿Por qué la credibilidad de la víctima se pone en duda?

Yo creo que la credibilidad de la víctima siempre se pone en duda. Da igual la edad que tengas. En función de la edad, siempre hay argumentos. Si eres adolescente, ibas provocando o no debías ir sola. Si eres adulta, no supiste poner límites. En el caso de si eres niña, eres fantasiosa o los niños mienten y se inventan cosas.

No se trata el proceso psicológico que conlleva ese trauma. Si a una mujer adulta no se cuánto tiempo necesita para entender tener palabra y denunciar, imagínate a una niña que ni siquiera ha aprendido esas palabras y ni siquiera entiende qué está sucediendo. La gente se sorprende cuando escuchan que alguien empezó a recordar a los 20 años o que no ha podido hablar antes. Y cuando alguien habla tantos años después, se pone aún más en duda la credibilidad. Siempre hay un argumento que consiguen comprar. Cuando eres menor te dicen que es producto de “tu fantasía” o tu capacidad de “inventar”. Cuando eres mayor, se cuestiona porque hablas ahora, después de tantos años…

¿Cómo utilizas tu experiencia en el activismo?

Tras publicar mi libro, ha crecido esa necesidad de visibilizarlo y de crear conciencia mucho más allá de mi caso concreto. Pero el miedo sigue estando ahí. Cada pasito conlleva superar un miedo. Mi activismo es anónimo dada la situación.

El resultado judicial no forma parte de mi historia personal porque no me pertenece. Eso forma parte de la historia de todas, no de Marta. Para mí, el final no ha sido perder el juicio sino estar aquí, compartiendo mi historia. Con mi familia, mi trabajo, mi vida. Con energía. Viva. Y con ganas. Ese es mi final, no aquel final terrorífico, que hay que atribuirle a la justicia, a los gobiernos y a los señores que están en el poder tomando estas decisiones.

Los resultados judiciales no tienen nada que ver con la experiencia vital de las víctimas y de las supervivientes. La historia de ellas está marcada por la lucha. Es importante tejer redes entre asociaciones feministas y las que trabajan el tema de la infancia. Los niños y las niñas no pueden coger ese megáfono, alguien lo tiene que hacer por ellos.

'Ella soy yo', por Marta Suria
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