“Nos necesitamos todas: hagamos la revuelta de las putas”

El sexagésimo quinto período de sesiones de la Comisión de la Condición Jurídica y Social de la Mujer de Naciones Unidas (#CSW65) que se celebra desde el 15 de marzo pasado hasta el 26 de marzo -este año de manera virtual por la pandemia de COVID-19-, en el 2021 tiene como tema principal “la participación de las mujeres y la adopción de decisiones por ellas de forma plena y efectiva en la vida pública”. Amelia Tiganus participó en representación de Feminicidio.net-La Sur en el evento paralelo “El empoderamiento de las supervivientes de trata y su impacto en la lucha contra la trata de personas” organizado por Rescue Freedom International. Lamentablemente se quedó sin tiempo suficiente para exponer su discurso, declinó acortarlo y prefirió que se cedieran los pocos minutos que quedaban para culminar el evento, a preguntas del público a sus compañeras supervivientes que intervinieron. Compartimos el relato de su testimonio que preparó.

Muy buenas tardes a todas y a todos. Es un honor participar en este acto y compartir este espacio virtual con mis hermanas supervivientes y ustedes. Hoy he venido a hablarles de “la revuelta de las putas” y de lo que significa para mí, parte fundamental de mi proceso de empoderamiento y resiliencia.

Hace cuatro años escribí el articulo ‘La revuelta de las putas’ y en estos momentos estoy escribiendo mi primer libro con el mismo nombre, que estará disponible a partir de septiembre de este año.

Mi proceso de empoderamiento empezó cuando descubrí el Feminismo y situé mi historia personal en un plano profundamente político.

Comprender que mi historia no era algo anecdótico sino una consecuencia del gran entramado político, económico, social y cultural que cada año arroja a la prostitución a millones de niñas y mujeres a nivel mundial, me ayudó no solo a liberarme de la culpa, del miedo y de la vergüenza sino que también me ofreció las herramientas intelectuales y discursivas para identificar, reconocer y denunciar la prostitución como una forma atroz de violencia machista.

Tardé muchos años en poder identificarme como víctima. Porque hacerlo implicaba defenderme como no culpable. Debido al machismo y la misoginia que lo impregna todo en este mundo patriarcal es lo que nos toca hacer a las mujeres víctimas de violencia machista, especialmente a las víctimas del sistema prostitucional. Este sistema que nos prostituye a las mujeres. No a todas. Principalmente a las mujeres más empobrecidas y vulneradas del planeta. Aunque en este sistema todas somos prostituíbles por el mero hecho de haber nacido mujeres.

En estos momentos somos las únicas víctimas que debemos demostrar nuestra inocencia ante una maquinaria criminal perfectamente integrada en los Estados, sus Instituciones, y el mercado global. La identificación y criminalización de los proxenetas y los puteros depende injustamente de demostrar nuestra inocencia tras denunciar la injusticia. Un reto difícil si valoramos el hecho de que las marcadas como putas somos culpables y responsables del mal propio y ajeno, por definición. Una definición patriarcal, claro está.

Debo confesar que el victimismo es algo que detesto profundamente y al no encajar en el estereotipo de ‘víctima perfecta’ que la sociedad espera que seamos me ha sido muy complicado diferenciar entre victimista y víctima y entender que ser víctima es un concepto jurídico y político muy importante, que se refiere a una persona inocente que sufre o ha sufrido la vulneración de sus derechos humanos y civiles por parte de un victimario, o varios, y por parte del propio Estado y de la sociedad como parte del mismo.

Las putas se fabrican. He desarrollado este concepto al reflexionar sobre mi historia personal y también al darme cuenta de que las historias de las mujeres prostituidas tienen un punto en común. La pobreza puede ser un factor importante. Pero la violencia sexual sufrida en la infancia y adolescencia es también otro factor clave. No todas las mujeres pobres acaban siendo prostituidas. Ni todas las mujeres que han sufrido la violencia sexual en edades muy tempranas. Pero de las que acabamos en la prostitución todas hemos sufrido abusos y agresiones sexuales como ritual de creación de la puta, con su consiguiente estigma.

Nací en Rumanía, en una familia de clase obrera. Soy la mayor de dos hermanas. No sufrí la pobreza económica aunque sí las carencias afectivas que pueda sufrir una criatura cuya madre y padre se pasan el día trabajando para sacar adelante a su familia. Era muy buena estudiante. Soñaba con ser profesora o médica. Mi vida cambió cuando a los 13 años sufrí una violación múltiple. A raíz de ese episodio tan violento todo se trastocó. No solo por el terrible acto llevado al cabo por esos cinco violadores. Sino porque la propia sociedad, mi propio entorno, me estigmatizaron, me marginaron expulsándome del núcleo social que tanto necesitamos los seres humanos para sobrevivir. Así me fabricaron como puta. Entre todos. Y para ser la puta de todos y de todas. Porque no solo fui la puta de los puteros y proxenetas que utilizaron mi cuerpo durante los cinco largos años en los que estuve en esos campos de concentración que son los prostíbulos. Utilizaron mi cuerpo, algunos para divertirse y otros para enriquecerse, transfiriendo de esta manera el poder de unos a otros con mi cuerpo como mero instrumento, reduciendo mi humanidad a tres agujeros penetrables.

También fui la puta de todas esas mujeres que se niegan a reconocernos como sus iguales y no como las otras. La dicotomía milenaria y patriarcal entre las no putas (que gozan de reconocimiento social) y las putas (que sufrimos el estigma) sigue muy presente y será nuestro mayor obstáculo a la hora de conseguir la emancipación de las mujeres y las niñas.

Mi resiliencia y mi empoderamiento tienen que ver con esas mujeres valientes que aunque nunca estuvieron en el lugar donde yo sí, fueron capaces de verme como una igual y de reconocerme como a una persona valiosa y mucho más que un cuerpo a disposición de la satisfacción sexual de los hombres. Y así me lo hicieron saber (al contrario que las defensoras de la prostitución como un trabajo). Ellas, las abolicionistas, se atrevieron a transgredir el estigma de la puta y con ello rompieron con la dicotomía que nos discrimina a las mujeres y nos enfrenta a unas contra otras: buena-mala, privada-pública, santa-puta.

Con las mujeres abolicionistas aprendí a vivir y dejé de sobrevivir en la competitividad férrea en la que se nos adiestra en la prostitución. También aprendí a trabajar en equipo. Colaborando. A las víctimas y supervivientes del sistema prostitucional se nos tacha muchas veces de tener actitudes egoístas e individualistas. Eso no es del todo cierto. Esas actitudes tienen que ver con la soledad, el miedo, el abandono y la autosuficiencia extrema hechas callo. Por eso necesitamos que se nos escuche y se nos tenga en cuenta como interlocutoras válidas y expertas en una realidad no solo pensada y reflexionada sino también vivida. Y juntas hacer esa revuelta de las putas, reconociéndonos todas como hermanas.

Para ello es necesario incorporar la mirada no asistencialista, poniendo en valor una perspectiva emancipadora que acompañe y potencie la autoafirmación y la resiliencia desde un enfoque feminista.

Es necesario romper la dicotomía patriarcal entre las mujeres y dejar de ser “la otra” y “la otra de la otra” del hombre, considerado sujeto en el sistema patriarcal, parafraseando a Simone de Beauvoir. Esta dicotomía entre la buena y la mala mujer, la privada y la pública, la que goza de reconocimiento social y la que sufre el estigma, nos debilita como sujeto político de lucha feminista por la emancipación de las mujeres y las niñas. Es urgente reconocernos como todas mujeres y transgredir la lógica milenaria que ha alimentado la rivalidad entre las mujeres por la supervivencia, y el dominio divisorio en base a nuestra capacidad sexual y reproductiva. Entendernos por separado, como ‘las unas’ y ‘las otras’, nos perjudica a la hora de aplicar la ética y la política feministas, y sigue alimentando al sistema patriarcal.

También es necesario potenciar la capacidad de resiliencia. Potenciar las conexiones y las buenas relaciones interpersonales es un primer paso imprescindible en el proceso de resiliencia. Para ello, formar parte de un grupo de iguales, de mujeres al margen de la ya mencionada dicotomía, ayudará en la manera de interpretar y responder ante retos futuros, aceptando el cambio como parte de la vida. Así como perseguir metas planteando objetivos realistas y tomando acciones decisivas en situaciones adversas.

Un entorno que nutre la visión positiva y la confianza en una misma y en el grupo permite desarrollar la capacidad para resolver problemas y enfrentarse a eventos dolorosos o situaciones estresantes desde una perspectiva más amplia y positiva en la cual se pueda visualizar lo deseado y el camino para lograrlo, dejando en un segundo plano las preocupaciones ante los miedos que puedan surgir. Todo ello sin perder de vista las propias necesidades y sentimientos, y el autocuidado a través de la participación en actividades físicas, emocionales e intelectuales que preparan el cuerpo y la mente para hacer frente al proceso de resiliencia y a trascender las experiencias difíciles.

Tenemos mucho que aprender las unas de las otras y juntas acabar con la violencia sexual. Esa cuestión prioritaria en la agenda feminista de la Cuarta Ola. Lo que nos une es el hecho de ser mujeres y de sufrir la violencia sexual en el ámbito privado y público.

Como mujeres privadas o públicas, hagamos pues la revuelta de las putas, para recuperar nuestra condición de sujeto de nuestras propias vidas y del feminismo.

Para todo ello es necesario exigir y lograr políticas publicas destinadas a la prevención, protección y reparación de las víctimas. Y no me refiero solo a ayudas económicas. Son necesarios el acceso a una vivienda, la formación, la terapia, el trabajo, el acompañamiento psicosocial, el asesoramiento jurídico…todo ello como una cuestión de Estado y no de bondad caritativa por parte de asociaciones. No es una cuestión caritativa. Es una cuestión de justicia social y de paz para las mujeres y las niñas.

Y para que esa paz llegue es necesario abolir la prostitución, perseguir y castigar a los proxenetas y puteros, educar a las generaciones más jóvenes en la ética feminista así como a la población en general y a todos los actores especialistas que intervienen en este problema social.

Tuve que encontrar un sentido a tanto dolor para poder seguir. Y lo he encontrado. Quiero dejar el mundo como me hubiese gustado encontrarlo cuando empecé este viaje llamado vida. Por ello y porque quiero honrar la vida y sola no lo puedo hacer. Porque nunca nadie se salva solo. Juntas estamos escribiendo una página de la Cuarta Ola. Nos necesitamos todas: hagamos la revuelta de las putas. Por las niñas del hoy y las mujeres del mañana. Por un mundo sin prostitución.

¡Muchas gracias!

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