Samira Lombardo (Tenerife, 1985) es el pseudónimo que protege la identidad de esta superviviente española de la trata sexual y de la prostitución. Ha sufrido secuestro, tortura y violaciones a manos de los proxenetas y de los prostituidores antes de ser rescatada, en uno de los casos más crueles de la historia reciente de nuestro país. “La prostitución te hace la mente añicos”, afirma Samira, víctima y testigo de los graves delitos de las redes criminales que la explotaron durante 19 años, desde que era menor de edad. Madre de dos hijos, hoy es abolicionista y forma parte de Las Independientes, una asociación integrada por superviventes para la restitución de mujeres en prostitución.
– ¿Qué es para usted Las Independientes?
– Las Independientes han sido mi arropo después de salir del mundo de la prostitución. Me han enseñado muchísimas cosas sobre el feminismo y la abolición, a luchar por nuestros derechos. Me han ayudado a dar voz a todo aquello que viví, a darle fuerza a mi relato. Son una parte de mí.
– ¿Por qué es abolicionista?
– Porque no quiero que nadie vuelva a pasar todo lo que he vivido. Para que mucha gente pueda entender cómo funciona la prostitución desde dentro. Porque quiero sensibilizar a jóvenes para que el día de mañana no se conviertan en captadores, o captadoras, o formen parte de ese sistema prostitucional. Hoy en día están haciendo captaciones a través de los centros de menores, o de internet. Son chicos de familias desestructuradas, sin dinero, a los que reclutan dándoles cosas materiales. Les dicen “mira, convence a tu amiga” –o compañera de clase o del centro–, porque les interesa esa chica, y entonces la invita a dar una vuelta y ahí ocurre la captación. A cambio de un móvil se puede conseguir una chica para la prostitución, y por menos. A veces por ropa. No sé cómo los tratantes conocen la ublicación de los centros de menores, porque muchas veces es confidencial. Pero se enteran y van a por ellos. Esto lo estamos viendo aquí, en Canarias. Hemos acudido a los responsables y estamos intentando evitar nuevas captaciones.
– En su caso, ¿cómo empezó todo, dónde y cuándo fue llevada a la prostitución?
– Yo era una niña de una familia muy humilde y no teníamos ingresos en la casa. Alguien me ofreció participar en unas fiestas privadas para jueces, abogados, policías y altos mandos militares. Nos decían que solamente había que pasear por esas fiestas, que nada iba a pasar –éramos unas niñas–. Pero una vez allí era todo una mentira. Nos convertimos en el juguete de aquellos señores que pagaban muchísimo dinero por nosotras.
– ¿Quénes eran ustedes?
– Éramos otras dos niñas amigas mías y yo. Teníamos quince años. Nos sometían a infinidad de agresiones físicas, psicológicas y verbales. Como éramos niñas de barrio realmente no sabíamos ni responder a aquellos hombres de altísimo nivel social. Se reían de nosotras, ese era el juego, y luego nos metían en las habitaciones. Ahí cada uno hacía con nosotras lo que quería, porque ellos habían pagado, como nos decía la persona que nos llevaba. Estábamos asustadas, ese fue mi primer contacto con el sistema prostitucional: señores desnudos acostados por toda la casa… era algo que nunca había visto y ni comprendía, yo no sabía qué era “cocaína”. Había bandejas enormes llenas de droga. La persona que nos llevaba nos guiaba y nos decía “Le has gustado a ese señor, ve que él va a hablar contigo”. Él te daba un dinero, entrabas y hacías lo que pedía. Al llegar a casa tenía una sensación muy rara, de dolor, de vacío. Pero tenía dinero para ayudar a mi familia.
Nos decían que solamente había que pasear por esas fiestas, que nada iba a pasar –éramos unas niñas–. Pero una vez allí era todo una mentira. Nos convertimos en el juguete de aquellos señores
– ¿Qué le dijo a sus padres?
– A mi madre sí se lo conté, pero a mi padre no. Teníamos para pagar la comida, el agua, la luz, el gas, pero ella estaba en contra, me dijo “eso te va a destruir, no quiero que vayas más”. Ella no soportaba la idea, yo llegaba llena de moratones por todo el cuerpo, de marcas en el cuello. A veces pasaba mucho tiempo sin salir de casa tras una de aquellas fiestas. Hasta que nos llamaban para otra, y mi familia volvía a no tener dinero, ni comida, y teníamos otra vez el pago del agua y la luz atrasados. Mientras tanto estudiaba peluquería y estética, aún era muy joven para trabajar. Sabía que no estaba bien, pero la necesidad me movía. Tenía que ayudar a mis padres como fuera, ambos estaban enfermos, además tengo un hermano con una discapacidad. La casa se iba a pique.
– ¿Qué ocurrió tras esa etapa de las fiestas?
– Cuando ya me hice mayor de edad conocí a una chica colombiana. Ella sabía que yo no tenía dinero. Entonces me ofreció ir a un chalé, un “24 horas”. Allí había muchísimas mujeres. De ahí pasamos a los “sube-baja”. Me propusieron viajar y conocí a Kamila (hoy es también superviviente y parte de Las Independientes). La “mami” nos trataba muy mal, nos rociaba con agua si nos dejábamos dormir, nos obligaba a estar a dieta. Cada una tenía que tener un rol: una chica con curvas, una muy delgada, una morena con curvas, una chica rubia… tenía que haber para todos los gustos.
– ¿Los proxenetas las clasificaban en estas categorías?
– Sí, según la demanda que hubiera. Para los proxenetas somos mercancías, somos dinero. No somos personas. Y esa mercancía siempre tiene que estar ahí para hacer caja.
– ¿Qué son un “24 horas” y un “sube-baja”?
– En los “24 horas” teníamos que estar encerradas casi todo el tiempo, nos dejaban solo una hora para salir si teníamos que ir al banco o a comprar, y siempre a diferentes horas cada chica. No podíamos coincidir fuera o retrasarnos porque seríamos multadas. Los “sube-baja” son lugares con precios muy bajos, en los que la mujer pasa todo el día subiendo y bajando –suelen ser de dos plantas–. En esos lugares puedes hacer entre cuarenta o cuarenta y cinco “clientes” en un día. No permiten descansar en ningún momento, son totalmente abusivos, el trato es muy malo.
Para los proxenetas somos mercancías, somos dinero. No somos personas. Y esa mercancía siempre tiene que estar ahí para hacer caja
– ¿Hay otros tipos de lugares en los que haya sido explotada?
– Sí, el nightclub. Es el sitio en el que te hacen beber con el cliente, aunque no seas bebedora. Le decimos “flirtear”, coquetear. La chica tiene que llegar a él y presumirlo, de ahí llega otra “señorita” detrás a coquetearlo, y luego otras –pueden ser diez o más– hasta que el putero decida con cuál se queda. Con eso él se siente súper grande y especial porque mujeres de todo el mundo le llegan a pedirle una copa. Luego se va a los reservados donde va a gastar más dinero, porque va a comprar champán o bebidas más caras.
– ¿La trasladaron de una ciudad o de un país a otro?
– Cuando vieron que era amiga de Kamila rompieron esa relación, porque yo era más joven, no tenía conciencia de lo que venía detrás. Una chica rumana y su proxeneta me explicaron que íbamos a ir a un sitio mejor y que iba a bailar en barra nada más y que nadie me iba a tocar. Al llegar me quitaron mis documentos, mis llaves, mis cosas. Nos pusieron una funda en la cabeza, nos ataron y nos metieron en un furgón. De ahí pasamos de sitio en sitio. Fui vendida muchísimas veces. Escuchaba la venta y llegué a entenderla aunque hablaban en rumano o en búlgaro, porque eran diferentes mafias.
– ¿Entonces sufrió secuestros, atada y encapuchada?
– Sí, en cada traslado te atan de manos, de pies para que no des patadas ni hagas ruido, y te encapuchan para que no sepas dónde estás. Sin móvil, sin DNI, sin nada. La primera vez éramos tres mujeres dentro del furgón, hacía mucho calor. Creo que el sitio era una nave industrial, nunca lo supe porque de ahí salí para otro en las mismas condiciones. Después, por las noticias, he sabido que estuve dentro y fuera del territorio español, pero realmente nunca ubiqué dónde. Solo supe en qué lugar estaba en la última casa.
Al llegar me quitaron mis documentos, mis llaves, mis cosas. Nos pusieron una funda en la cabeza, nos ataron y nos metieron en un furgón. De ahí pasamos de sitio en sitio. Fui vendida muchísimas veces
– ¿Cuanto tiempo cree que permaneció así?
– Fueron tres años. Lo sé por la ausencia de mi casa, por mis padres. Los criminales nos obligaban a llamar a nuestras familias. Los padres sabían que algo pasaba, que no era normal, porque hablábamos llorando, se nos rompía la voz. Los tipos entonces cortaban rápido, y así la familia, aunque sabía que pasaba algo, entendía que estabas con vida. Ellos te dicen que les pidas que se tranquilicen, que eres adicta a las drogas y por eso no quieres volver a casa. Alguna vez me obligaron a visitarlos, me llevaron con una mujer y tres hombres. Quisieron que captara a más mujeres aquí, a lo que me negué absolutamente. Y me trajeron a casa para ver a mi familia y a mi hijo pequeño. Mamá sabía que algo raro pasaba porque la otra mujer no se separaba nunca de mí.
– ¿Su familia puso alguna denuncia?
– Sí. Mi madre fue a la Guardia Civil y dio mi última ubicación. Gracias a esa denuncia se activó un largo proceso para dar con ellos, porque eran varias redes compinchadas. Fue un gran golpe contra el sistema prostitucional y la trata. Nos rescataron la Guardia Civil y equipos especiales. En ese momento yo llevaba tres meses encadenada porque había intentado escapar. Dormía en el suelo, desnuda. Me hacía mis necesidades encima y me tiraban baldes de agua o me daban manguerazos. Era violada cada día por hombres que pasaban. Para ellos era algo morboso en su mente pervertida, tener a una chica joven encadenada y hacer con ella lo que quisieran.
– Tras el rescate, ¿qué ayuda recibió?
– Los que me rescataron lloraban mientras me limpiaban y me quitaban las cadenas, por lo impactante para ellos del estado en el que me encontraron. Tras el rescate me revisaron los médicos, hicieron sus informes. Me alojaron en un hotel y me tomaron varias veces declaraciones. Había una psicóloga y policías, porque todavía las rescatadas estábamos en peligro. Después me dieron el pasaje a Canarias y no tuve más asistencia psicológica y psiquiátrica, ni más arropamiento.
Era violada cada día por hombres que pasaban. Para ellos era algo morboso en su mente pervertida, tener a una chica joven encadenada y hacer con ella lo que quisieran
– ¿Sigue teniendo miedo?
– Sí. Estuve mucho tiempo sin salir de la habitación. Mi madre me ayudó a mantenerme cuerda, en todo el proceso ella fue mi gran apoyo. No creo que pueda volver a dormir una noche entera nunca, aunque tomo tratamiento. Esos tres meses encadenada rompieron mi mente. Aquello me destruyó por dentro.
– ¿Qué reclama a los representantes y partidos políticos?
– Que aprueben la ley de abolición. Que las víctimas de trata y prostitución sean indemnizadas, respaldadas, arropadas. Que pudiéramos crear centros de apoyo completo, incluyendo el psicológico. Además de sensibilizar a los jóvenes, las supervivientes podríamos ayudarlas y acompañarlas en esto.
–¿Por qué cree que las supervivientes podrían hacer bien ese papel?
– Porque hemos pasado por muchas etapas dentro de ese sistema. Unas son casi un secuestro, otras son de maltrato. Estas etapas se convierten en una gran cadena dentro de nosotras. Es muy importante que ellas nos vean a las que hemos pasado por ese momento.
– ¿Qué le diría a la gente que dice que la prostitución “es un trabajo”?
– No es “un trabajo”, es una esclavización. Es imposible de llevar psicológicamente. La prostitución te hace la mente añicos. Cada día que pasa te destruye mental y moralmente. Los abusos continuos, el trato indigno, te convierten en algo que no eres realmente.
La prostitución te hace la mente añicos. Cada día que pasa te destruye mental y moralmente
– ¿Qué es lo que considera un trabajo digno?
– Un trabajo que puedas desempeñar normalmente sin que nadie abuse de ti. Donde nada te recuerde aquel infierno.
– ¿Considera que el Estado le debe una reparación?
– Eso es lo que reclamamos desde Las Independientes. Desde que mi madre falleció, cuido de mis hijos, mi hermano dependiente y mi padre. No recibo ninguna ayuda, pese a que estoy reclamándolo. Lo que estoy sufriendo es violencia institucional. Lo que he pasado ha sido gravísimo. Necesitaría ayuda para restablecerme física, mental, moral y económicamente, para retomar mi vida.
– ¿Tiene un mensaje para las jóvenes?
– Una vez que entras en el sistema prostitucional, es muy complicado salir. Resulta una trampa que vas a pagar psicológica, física y moralmente el resto de tus días. Hay que acabar con este infierno.