Cuenta Beatriz Ranea que una de sus motivaciones para analizar la demanda de prostitución –en otras palabras, a los puteros– fue caer en la cuenta, siendo aún estudiante, de que sus propios compañeros universitarios, “chicos alternativos que iban a cambiar el mundo”, ejercían como prostituidores con absoluta despreocupación. Por qué hay hombres que pagan por utilizar sexualmente a mujeres como una forma de ocio, obviando la vulnerabilidad, el miedo y la violencia en la vida de ellas, y qué relación tiene esto con la construcción de la masculinidad, es el eje de una investigación social de la que nace su último libro, Puteros. Hombres, masculinidad y prostitución.
– ¿Qué es la cultura putera?
– La cultura putera la podemos definir como el entramado de valores y productos culturales que sostienen el consumo de prostitución: desde los típicos chistes sobre ir de prostitución que intercambian los hombres en chats de WhatsApp, a las producciones mainstream como Pretty Woman, o toda la serie de películas que romantizan o convierten en algo muy banal la prostitución. Todo ello tiene mucho que ver con con la normalización de un tipo de masculinidad que no cuestiona la prostitución, sino que la ensalza.
– ¿Y por qué dice que esta cultura putera está bien asentada en España?
– Porque España es uno de los países que más demanda prostitución, tanto en el ámbito europeo como en el mundial. No sólo por hombres que residen en el Estado español, sino que también nos hemos convertido en uno de los países más “atractivos” para esto que se denomina el turismo sexual: hombres que viajan por negocios o por vacaciones y que entre sus actividades de ocio incorporan el consumo de prostitución. Al igual que otras autoras –por ejemplo, Graciela Atencio tiene un un texto titulado “La cultura putera mata mujeres en España”–, sostengo que hay una normalización exacerbada de esta práctica por parte de los de los hombres.
– ¿La cultura putera, en casos extremos, llega al asesinato?
– La cultura putera, todo el entramado proxeneta y la sociedad en su conjunto lo que hacen es devaluar a las mujeres prostituidas, hasta tal punto que son víctimas ausentes del relato social. No se les da importancia, son mujeres en los márgenes de la sociedad. Y sufren muchísimo estigma. Las experiencias en prostitución hacen que las mujeres estén atravesadas de gran violencia en muchos casos, siendo el extremo el feminicidio, una realidad que pasa muy desapercibida en la sociedad. Las víctimas de feminicidio por prostitución ni se lloran, ni los culpables son perseguidos. Éstos tienen gran impunidad.
“Las víctimas de feminicidio por prostitución ni se lloran, ni los culpables son perseguidos”
– ¿Qué políticas públicas necesitamos para no ser uno de los principales lugares de demanda y de turismo de explotación sexual? ¿Qué debemos hacer?
– Muchísimo. La prostitución es un síntoma de todas las desigualdades y además las magnifica. Vemos la desigualdad de género, la desigualdad de clase, la desigualdad por etnia y origen. Vemos cómo están muy conectados el capitalismo, el patriarcado, el colonialismo y el racismo. Para dar pasos hacia una reducción y posterior eliminación de la cultura putera y de todo el entramado proxeneta hay que tocar muchas piezas. Necesitamos políticas públicas valientes e integrales, y por supuesto que estén dotadas de recursos, porque sin ellos se quedan en papel mojado. La parte más importante es dar cobertura de protección a todas las mujeres, no sólo víctimas de trata con fines de explotación sexual, sino también a las mujeres que no cumplen con los requisitos de la trata, pero que han acabado en los espacios de prostitución por la intersección de diferentes ejes de desigualdad.
“La prostitución es un síntoma de todas las desigualdades y además las magnifica”
Uno de los puntos que hay que tocar es cuestionar la masculinidad putera, ese modelo normativo de masculinidad. Creo que lo estamos haciendo, porque hoy más que nunca se está interpelando la masculinidad, por el auge del feminismo y de debates en los que se ha puesto en el centro de la agenda la necesidad no sólo de transformar a las mujeres, sino también de implicar a los hombres. Promover otra forma de ser que se acerque al feminismo, a la igualdad, o por lo menos que desentierre el sexismo del imaginario masculino. Eso se tiene que hacer con políticas que aborden la cuestión de la masculinidad con educación sexual. Esto es algo que cuesta muchísimo sacar en el debate público, porque los sectores más conservadores de la sociedad oponen mucha resistencia. Pero si no hay educación sexual desde temprana edad, el vacío que deja es llenado por el imaginario de la pornografía.
– ¿El marco legal debe abordar trata y prostitución?
– Por supuesto, nadie se opone a abordar la trata en todas sus formas. No sólo hablamos de trata con fines de explotación sexual, también de trata con fines de explotación laboral, y que en ocasiones están unidas. Es necesario un marco legal que refuerce la lucha contra la trata centrado en las víctimas, y por otro lado un marco que problematice la prostitución como violencia sexual. No son incompatibles, porque si la trata es un delito que nadie se va a oponer a perseguir, la prostitución es el melón que cuesta más abrir, sobre el que cuesta mucho más generar consenso social.
“Si la trata es un delito que nadie se va a oponer a perseguir, la prostitución es el melón que cuesta más abrir”
– ¿Define la prostitución como violencia sexual?
– Dentro de los debates contemporáneos, hay perspectivas que la sitúan en el marco de lo que se conoce como “trabajo sexual”. Pero por los componentes que tienen la prostitución y, sobre todo, si nos fijamos en las prácticas de los hombres que la demandan, la prostitución es violencia sexual. Más allá del debate que siempre acaba en que “si ellas son libres para prostituirse”, lo que me interesa es poner el foco en el significado que tiene para ellos acceder al cuerpo de una mujer que no les desea. Algo que fuera de los espacios de prostitución consiguen mediante intimidación, violencia explícita o manipulación, dentro de esos espacios de prostitución lo consiguen mediante una transacción económica. Por tanto, están pagando por el consentimiento de las mujeres y obviando, por supuesto, el deseo, la subjetividad o lo que ocurre en la vida de las mujeres. Estamos consiguiendo cambiar el marco para ensanchar el reconocimiento de las violencias sexuales, pero lo que ocurre socialmente es que hay una frontera. Todos estos avances que estamos haciendo fuera se quedan en suspenso dentro de los espacios de prostitución. Una misma práctica masculina fuera de la prostitución la identificamos como agresión y dentro está permitida.
“Si nos fijamos en las prácticas de los hombres que la demandan, la prostitución es violencia sexual”
“Una misma práctica masculina fuera de la prostitución la identificamos como agresión y dentro está permitida”
– El propio Gobierno ha reconocido el problema de la pornografía y el acceso de menores. ¿Qué relación hay entre prostitución y pornografía?
– La relación entre pornografía y prostitución la he estudiado en cuanto a cómo se construye el imaginario de los varones que las demandan: cómo perciben a las mujeres a través de la representación de la pornografía. Los hombres que consumen prostitución son los que luego son padres de familia, jefes, compañeros de trabajo, estudiantes de universidad… y son los mismos que también pueden consumir pornografía. Es decir, son hombres que transitan entre diferentes escenarios, donde las mujeres aparecen en una situación de jerarquía respecto a ellos. La pornografía no es la causa de que exista la prostitución, pero sí es cierto que la pornografía contribuye a generar un imaginario sociosexual. La pornografía que más se consume erotiza la violencia, vemos fuertes contenidos de violencia explícita. Es una forma de entender la sexualidad que sitúa las mujeres en un plano de clarísima subordinación y falta de consentimiento.
Encontramos que sí que hay hombres que van a buscar reproducir ese imaginario en los espacios de prostitución, o no van a saber relacionarse sexualmente con mujeres fuera de esos espacios. Sobre todo son hombres que no han tenido acceso a otro modelo de sexualidad, vemos chicos jóvenes cuyo imaginario sexual se construye a través de la pornografía.
– Esta extensión de la cultura putera, ¿afecta también a las relaciones de pareja, fuera de estos contextos? ¿Estamos cultivando una sociedad en la que las relaciones son menos igualitarias?
– Estamos en un momento de cambio social, en el que hay diferentes formas de relación que cohabitan. Por un lado, a la ola del feminismo se han sumado algunos hombres, que intentan transformar sus relaciones con las mujeres, y por otro lado nos encontramos esa reacción antifeminista, patriarcal, que aboga por sostener un modelo de masculinidad totalmente contrario a relacionarse en igualdad con las mujeres. Yo no creo que en términos generales seamos una sociedad más desigual, porque si miramos atrás estamos transformando algunas ideas. Pero sí creo que nos encontramos en un momento en el que distintas miradas compiten por la hegemonía: la mirada más feminista y la mirada antifeminista a la relaciones.
“Vemos chicos jóvenes cuyo imaginario sexual se construye a través de la pornografía”
–¿Qué opina de la canción “Zorra” para Eurovisión? ¿Es cultura putera, es cultura empoderadora?
– No diría que es cultura putera. No tengo una opinión clarísima y reivindico mi derecho a la duda en estos momentos. Hay que interpretarla como una canción pop petardo y creo que es demasiado elevarla a himno feminista, pero tampoco creo que haya que denostarla, porque puede tener cierto efecto –no digo inmediatamente– de resignificación. Resignificar un concepto depende del lugar desde donde se enuncia. El término suffragettes era muy peyorativo, hasta que la sufragistas de la línea de Emmeline Pankhurst se apropiaron de él. Creo que hay posibilidades de trabajar la resignificación.
Conectando con esa idea estoy pensando en Amelia Tiganus, en su libro en el que habla de la revuelta de las putas, está intentando cambiar el significado de la palabra, y Sonia Sánchez también la utiliza. La relación con esas palabras que han sido utilizadas para hacernos tanto daño no es fácil, y más para las supervivientes, por eso no tengo una respuesta clarísima.
Puta, zorra, son conceptos que tratan de humillar a todas las mujeres, cualquier mujer en cualquier contexto los ha recibido como insulto. Zorra y puta tienen una carga tremendamente negativa. En la cultura patriarcal, el máximo insulto para las mujeres es puta, el máximo insulto para los hombres es hijo de puta. Es una palabra dura de transformar.
– Ya que hablamos de palabras, es coeditora, junto a Rosa Cobo, de Breve diccionario de feminismo. ¿Cuál es su palabra favorita de ese diccionario?
– Sororidad. En el diccionario cada término está escrito por una autora, y yo quise elegir éste. Porque sororidad es un concepto creado desde el feminismo, que pone las alianzas y la solidaridad entre mujeres en el centro de la mesa y que hay que reivindicar siempre. Sin necesidad de que estemos en todo de acuerdo, ni siquiera que nos caigamos bien, pero sí de que seamos capaces de tejer alianzas. Más aún en este momento de cambio social, en el que la ultraderecha capitaliza la reacción antifeminista, en el que o avanzamos o nos hacen retroceder.
Estamos en un momento “de cambio social, en el que la ultraderecha capitaliza la reacción antifeminista, en el que o avanzamos o nos hacen retroceder”
Poner el foco en el putero
Beatriz Ranea Triviño, Doctora en Sociología y Antropología, es profesora en la Universidad Complutense de Madrid. Su último libro, Puteros. Hombres, masculinidad y prostitución (Catarata, 2023), es el hilo conductor de su reciente conferencia en Madrid, invitada por la Comisión para la Investigación de Malos Tratos a Mujeres (CIMTM), asociación pionera en la intervención con las víctimas de violencia machista y del sistema prostitucional, con un posicionamiento claramente abolicionista.
La investigación doctoral de Ranea es la que da origen a este ensayo. En el libro analiza uno de los elementos más invisibilizados del sistema de la prostitución: los puteros, los hombres que pagan por prostituir mujeres. ¿Por qué la prostitución aparece como una alternativa de supervivencia en la socialización de las niñas, pero no en la de los varones? ¿Cómo explicar la invisibilidad y tolerancia hacia los puteros? ¿A qué se debe que esta demanda sea mayoritariamente masculina, cuál es la relación entre prostitución y masculinidad?, son algunas de las cuestiones que plantea la línea de trabajo de la autora. Ranea analiza la cultura y las prácticas puteras, tras entrevistar a mujeres prostituidas, puteros y proxenetas, como un acercamiento al significado de la prostitución para los hombres, en el cruce de intereses entre capitalismo, patriarcado y racismo.
En las entrevistas a las mujeres en prostitución, Ranea explica que las experiencias de ellas están atravesadas por el miedo y la violencia. Sin embargo, para los prostituidores una “mala experiencia” tiene que ver con sus deseos o expectativas no satisfechos. “Ese contraste nos sirve para ver cómo ellos están en una situación de privilegio y ellas de vulnerabilidad”, explica. El libro forma parte de los aún escasos estudios acerca de la prostitución con el foco en la demanda masculina, y en palabras de la autora, “pretende ser también una llamada al cambio y a la reflexión por parte de los hombres”.