Amelia Tiganus: “El lobby proxeneta reaccionará con fuerza si se ataca al negocio global virtual de la prostitución”

Amelia Tiganus
Si todo encuentro casual es una cita y en la vida tarde o temprano nos enfrentamos con lo que nos resulta ineludible, el 12 de noviembre de 2015 fue el primer día de activismo político de Amelia Tiganus. Yo participaba en el III Encuentros Internacionales sobre Fundamentalismos y Derechos Sexuales y Reproductivos organizados por Medicus Mundi Gipuzkoa y el Movimiento Manuela Ramos en Donostia-San Sebastián, con una ponencia sobre feminicidio. En el momento del coloquio con los asistentes, una joven se levantó de su asiento ante un auditorio de alrededor de 200 personas, dijo que había salido de la prostitución en Euskadi ocho años atrás y que no había hallado espacios públicos ni institucionales en los que se hablara de la prostitución como una forma de violencia machista. Estaba cansada de que le contestaran cuando iba a pedir ayuda o información sobre el tema: “¿Conoces la perspectiva del trabajo sexual?”.

Al día siguiente quedamos en una cafetería para una entrevista. Lo cierto es que esa entrevista nunca se publicó. No me impresionó su relato sino su manera de contarlo. Estaba frente a una superviviente de la prostitución que había decidido resignificar lo que había vivido como un acto político expansivo. Desde entonces, Amelia Tiganus, nacida en Rumanía hace 36 años, no ha parado de dar por toda España charlas, conferencias, cursos y talleres. Hoy es uno de los referentes más importantes del abolicionismo en este país. Una mujer brillante, profunda y valiente que tiene claro hacia dónde va.

Han pasado cinco años desde que nos conocimos. Amelia: ¿Cómo ves hoy la revuelta de las putas?

Esa idea ha madurado no sólo desde un punto de vista emocional sino también desde el intelectual-estratégico. Sigo en esa búsqueda de que no sea solo una idea en unas pocas cabezas o en un papel.

Cada vez está más cerca de convertirse en una auténtica revuelta global de las mujeres contra esta forma de violencia patriarcal, sobre todo porque por fin creo que mucha gente, también incluido el movimiento feminista, se ha dado cuenta de la importancia que tienen las voces de las supervivientes. Pero no como algo caído del cielo sino como la necesidad de trabajar con las supervivientes para que sitúen su propia historia en un contexto político, que adquieran conocimientos, argumentos y, de esta manera, estén más protegidas no solo de las críticas personales sino que también puedan defender aquello que ni siquiera sabían que existía. La mayoría de nosotras no pensaba que existía otra verdad debido a esa imposibilidad de vernos por fuera del propio contexto. Entonces es fundamental la participación activa de las personas comprometidas, ya sean del movimiento feminista o no, de ir a la par con nosotras. Lo que quiero decir es que me parece injusto que se espere algún tipo de heroísmo por parte de las supervivientes, que se conviertan en cabezas visibles, sin tener apoyo social. Supervivientes y no supervivientes tenemos que ir de la mano en esta lucha horizontal porque la prostitución es una institución que afecta a toda la sociedad.

También veo que la gente necesita una figura heroica que sale de la nada y lo soluciona todo. Pero esto no funciona así.

La revuelta de las putas

Artículo 'La revuelta de las putas', por Amelia Tiganus

Si tuvieras que hacer una evaluación de tu activismo en estos años: ¿qué es lo que más destacarías?

Lo más valioso ha sido quitarme el estigma, tanto el exterior como el interior porque el estigma es una cosa que no sólo viene de fuera; también se manifiesta de adentro hacia afuera, lo tenemos muy interiorizado.

Creo que todo esto ha ayudado a que otras supervivientes se vayan acercando poquito a poco a esta revuelta de las putas, observando cómo han sido las dinámicas que se han dado entre lo que yo he representado a lo largo de estos cuatro años y las reacciones por parte de la sociedad, del movimiento feminista, de los medios de comunicación… Mi experiencia puede representar una prueba de cómo va a ser tratada una posible superviviente si el día de mañana decide dar la cara. Es crucial que existan esos espacios empáticos y respetuosos para abordar la implicación de las supervivientes. Mi proceso personal ha sido de conocimiento, autoconocimiento, perfeccionamiento. Aún estoy en ello y estaré toda la vida en ello. La flexibilidad y la asertividad han sido fundamentales en este proceso personal de la revuelta de las putas.

Si tenemos en cuenta que en el patriarcado todas las mujeres somos prostituibles ¿tú te has encontrado con ese tipo de misoginia que muchas mujeres prostituidas sufren y llaman “putofobia”?

He identificado más putofobia en las mujeres que dicen defender la prostitución porque ese miedo, sabiendo que ellas son prostituibles, ese miedo a que quede en lugares abiertos y que haya más probabilidades de que sean ellas las que acaben ahí, hace que den por sentado que tienen que estar ahí. Y ese discurso se da también en mujeres que son progresistas, que son feministas pero tienen esa dicotomía entre las unas y las otras muy arraigada y, por lo tanto, se quieren diferenciar del lugar de la puta.

¿Entonces consideras que las mujeres que defienden la prostitución como un derecho no creen en la igualdad?

¡Por supuesto que no! Cuando hablamos de feminismo no hablamos sólo de igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres sino de la igualdad entre las propias mujeres. De ahí la importancia de luchar no sólo contra el patriarcado sino contra el capitalismo porque si yo me libero y me empodero pero contrato a una mujer sudamericana para que cuide de mis hijos mientras deja a los suyos en su país, ¿de qué tipo de igualdad o emancipación estamos hablando entre nosotras? Por eso puede que crean en la igualdad entre hombres y mujeres pero no creen en la igualdad entre las propias mujeres como sujetos de la lucha feminista y ahí está lo problemático.

Y luego está la putofobia dentro de las que se denominan anti-prostitución. Hay mujeres que tienen miedo a que su marido se vaya de putas y evocan en ese odio a la mujer prostituida y a la prostitución en sí pero sin hacer un análisis del sistema prostitucional, ni de la masculinidad hegemónica, ni del patriarcado… De hecho, existe un discurso racista y xenófobo sobre las mujeres no sólo prostituidas sino sobre las mujeres migradas “que vienen aquí a quitar los maridos a las españolas”.

Sin embargo yo creo que una vez que se articula un discurso abolicionista que se distancia del prohibicionista, la putofobia puede desaparecer. Donde más encuentro putofobia es en la comparación de la violación grupal de Sanfermines con la esclavitud sexual de una mujer prostituida. Siempre digo que nos tiene que doler de igual manera una joven madrileña violada por cinco hombres que una mujer rumana o colombiana violada por puteros -previo pago- en un prostíbulo o un piso. He escuchado muchas veces: “no compares, es muchísimo peor una violación como la de La Manada porque las que están en prostitución dan su consentimiento”. Existe una putofobia social, esa diferenciación entre las que valen la pena y las que no. Por las víctimas de agresiones sexuales múltiples se llenan las calles con el lema: “Si tocan a una, nos tocan a todas”, pero se sigue normalizando que la prostitución es un lugar en el que tienen que estar algunas, las otras. Como han declarado públicamente desde Barcelona en Común, que en el contexto de la pandemia de coronavirus defiende el trabajo sexual porque las migradas solo puedan ganar dinero en la prostitución. El pensamiento político detrás de este despropósito es: “qué buena gente soy, que le dejo a estas mujeres que se ganen la vida con esto”.

Es el colmo del discurso político colonial.

Claro, y además, esto de “qué buena gente soy, que yo empatizo con ellas”. No, eso no es empatizar, eso es misoginia y “ahí te quedas tú, sácate la vida adelante como puedas”.

Foto: Carlos Rosillo

Tengo la percepción de que la teoría abolicionista todavía está lejos de las supervivientes. En el movimiento feminista nos falta involucrarnos más con las mujeres prostituidas. ¿Tú qué piensas?

Creo que, sobre todo en Europa, en Occidente, el movimiento feminista se centra mucho en la cuestión intelectual y lo que surge de la academia. El problema es que solo llega a algunas mujeres, que pueden ser de distintas clases sociales, por supuesto, pero es un conocimiento denso que aún no está traducido a un lenguaje más coloquial. Lo digo porque hay muchísima gente, sobre todo mujeres adolescentes, que su día a día es tan duro, que no pueden ponerse a filosofar ni pueden leer libros con un lenguaje académico. A mí me dicen a menudo: “es que tú cuando hablas se te entiende”. Por lo tanto, esto es problemático porque las mujeres que generan todo ese conocimiento necesitan estudiar y analizar mucho, crear ese pensamiento que agradecemos porque es muy importante teorizar y conceptualizar, pero luego hace falta el trabajo de convertir ese conocimiento en popular.

Me di cuenta de esto que digo cuando estuve en Argentina: allí las académicas abolicionistas generan un pensamiento teórico-conceptual pero también articulan un puente entre la sociedad y la academia. Allí las activistas saben transformar ese lenguaje en un lenguaje popular que es accesible a todo el mundo para que pueda tener argumentos, opinar puede cualquier pero con argumentos es más difícil.

¿No alcanza con el paradigma racional?

No. No alcanza con el paradigma racional en los tiempos del capitalismo neoliberal… Volviendo a la pregunta que me hacías antes, yo no podía culpabilizar a las teóricas de que no estuvieran en los prostíbulos, de que no hablaran con las prostitutas o de que ni siquiera fuesen capaces de sentarse a comer con una prostituta, cosa que recomiendo mucho. A todo el mundo le vendría bien escucharnos, reflexionar sobre esta forma de esclavitud porque creo que tenemos una especie de clasismo interiorizado, hablando en general, que hace que aspiremos a identificarnos más con lo que dicen las académicas. Y yo digo esto en primera persona porque también caí en esa dinámica cuando mi lucha contra el estigma era muy inicial. Es cierto que cuando empecé me sirvió mucho empaparme de todo el conocimiento académico para resistir y tener argumentos. Pero, por otro lado, me distanciaba del lugar dónde iba a ser más útil, en el sentido del lugar donde podía generar auténticos cambios, que estaban en la calle, los barrios, los colegios, hablando de la transformación popular. Y, de hecho, he tenido la suerte de contar con mujeres auténticas que me han hecho ver que mi valor no estaba en difundir conocimiento teórico como tal sino en transformar la vivencia y la teoría en conocimiento y en inteligencia social. Pero esto es un trabajo que tenemos que hacer entre todas y no dejarlo en manos sólo de supervivientes o sólo de académicas. Las activistas tenemos que encontrar la manera de encontrar sinergias entre las académicas y las supervivientes.

Una de las cuestiones que más me molestaba cuando empezaste a dar charlas y conferencias -sucedió en varias ocasiones- es que no te quisieran pagar lo mismo que al resto de las ponentes. O no te preguntaban cómo presentarte ni te pedían tu currículum.

Me acuerdo perfectamente. No es sólo que me acuerde del pasado sino que los últimos desencuentros que he tenido con algunas compañeras justamente tienen que ver con esto. El movimiento abolicionista está deseando que las supervivientes den la cara, den su testimonio pero a veces pareciera que nos apoyan siempre que sea dentro de unos límites. Por ejemplo, a veces he sentido rechazo cuando más allá de contar mi testimonio me he dedicado a trabajar de ello y a analizar y conceptualizar el sistema prostitucional. Ahí me he encontrado con resistencias porque dentro del movimiento abolicionista también existen prejuicios y hay gente que piensa que unas expertas deben analizar el testimonio que dan las supervivientes. Y lo que no entiende esa gente es que las propias supervivientes necesitamos poner palabras a lo vivido más allá de mi yo y de forma más amplia, es justo lo que nos sana. No podemos contar nuestra historia en abstracto porque eso incluso nos puede volver a traumatizar. Contar nuestro propio relato nos humaniza. Que las supervivientes no hayamos podido ocupar ese lugar hasta ahora tiene que ver con el estigma que sufrimos, pero también con el racismo, el clasismo, el colonialismo… y todo eso lo tenemos que revisar a la hora de cómo nos relacionamos con las supervivientes.

Poco se habla en el movimiento abolicionista sobre cómo está atravesado el sistema prostitucional español por el racismo.

Sí. Y por ejemplo en Cataluña y en Euskadi niegan aún más ser racistas. Hay una hipocresía absoluta porque utilizan el buenismo de “no, si somos como de la familia” cuando se refieren a mujeres que trabajan como internas o “yo tengo una amiga puta”. Y ese es el propio racismo interiorizado, mientras dicen que son unas sociedades avanzadas en igualdad pero ocultan sobre qué bases se ha construido esa supuesta emancipación de las mujeres autóctonas.

Pareciera que existe un pacto social silencioso para que los puteros puedan tener ciertas prácticas sexuales despiadadas con “las otras”.

El propio racismo hace que en los pensamientos de la mayoría, las mujeres migradas sean vistas como mujeres sexualizadas y erotizadas. Son lo “exótico”, lo explican también Beatriz Ranea y Rosa Cobo. Esa diferenciación claramente alimenta ese pacto social implícito que hay y lo puedo hablar desde mi realidad aquí en Euskadi: los hombres cuentan con el permiso y el beneplácito no sólo de toda la sociedad sino de la propia familia. Una vez a la semana tienen permiso para juntarse con sus iguales en sus kuadrillas de hombres (con k), ir a cenar y acabar en el puticlub.

¿Y sabes si esa práctica se manifiesta en otros lugares de España?

Yo de otros lugares no sé porque esto va especialmente ligado al concepto de kuadrilla con k. Conozco muchas historias de hijos e hijas de puteros que recuerdan a su madre que iba el fin de semana al puticlub a quitarle a su padre el sobre del sueldo antes de que se gastara todo el dinero en el prostíbulo. Ahora, es cierto que la masculinidad patriarcal está fuertemente cuestionada y la mayoría de los hombres aquí no se resiste -aparentemente- al cambio pero ajusta el discurso a lo correctamente político para conservar el privilegio de irse de putas. He visto que en países de Europa del Este o de América Latina los hombres se resisten abiertamente y se encierran en ese papel tradicional de macho pero aquí disimulan para preservar ese privilegio.

Quizá las mujeres hoy en día no aceptan tener una relación con un putero pero eso no significa que los hombres hayan dejado de ir de putas. Y mucho menos en una época en la que la industria del sexo utiliza estrategias de marketing en las que ha convertido el sexo en algo impulsivo e instantáneo, y fomenta la sobreexcitación para que los hombres la canalicen en la prostitución como ocio y diversión. Hay que tener en cuenta que muchos de los puteros tienen doble vida. Antes lo hacían abiertamente porque podían, por el entorno, por el momento histórico. Pero ahora, como la prostitución se están moviendo a pisos y estos son clandestinos, a los puteros les viene mejor conservan la confidencialidad y la discreción. Todo esto sigue y está en auge, lo dicen estudios, no es algo que diga yo.

Amelia Tiganus en 'Salvados'

Entrevista a Amelia Tiganus en el programa 'Salvados' (La Sexta)

¿Tú crees que los puteros de hoy saben que lo que hacen es muy dañino?

Sí, y si lo saben es precisamente por los avances que ha conseguido el feminismo. Hemos avanzado pero a la vez estos flecos sueltos que inevitablemente quedan han hecho que descuidemos la manera en la que se relacionan los hombres sexualmente con las mujeres y no solo eso porque yo lo que veo es que el discurso feminista, tan necesario, se centra muchas veces en señalar lo negativo y tenemos que construir el relato y la alternativa positiva, es decir, no podemos decir todo el rato “esto está mal, esto está mal, esto está mal” sin crear alternativas. Esas alternativas solo se crean desde discursos del mal llamado feminismo neoliberal y por eso es tan atractivo y tanta gente cae en ese engaño individualista y neoliberal: “con mi cuerpo hago lo que quiero”. Tenemos que ser capaces de darle una vuelta a todo esto y construir en positivo también. Construir desde el drama me agota, me deja sin ganas, sin pasión. Tenemos que intentar construir desde lo positivo, sin negar el drama, para poder llegar a ese punto en el que la convivencia con los hombres sea igualitaria, respetuosa, amorosa.

¿Consideras que hay diferencias importantes entre sociedades respecto al lugar que ocupa la puta? ¿Ves, por ejemplo, diferencias entre Rumanía y España o países de América Latina?

Creo que hay diferencias importantes. En la sociedad rumana, donde las creencias y el fuerte poder que tiene la Iglesia en el propio aparato de Estado hace que la visión que se tiene de la prostituta siga estando en ese lugar en el que aquí igual estaba hace cincuenta años, en tiempos del franquismo, por ejemplo.

En España, a través del discurso capitalista patriarcal se nos vende la prostitución como algo transgresor, como la mujer superior que utiliza su poder, que con su sexo domina… Eso sí ha cambiado aquí y ese mensaje es más peligroso porque va dirigido abiertamente a las adolescentes, que son la nueva mercancía, el “producto” en fabricación. Y como ya las cadenas físicas son rechazadas por una sociedad del bienestar, se tejen esas cadenas psicológicas y se transforma esa subjetividad en la subjetividad de “puta”, de “para esto valgo y esto es lo que yo sé hacer”. Y ahí sí que es donde tendríamos que entender lo que dicen nuestras compañeras argentinas: “vienen a por nuestras hijas”. Pero no vienen con unas cadenas y con una furgoneta blanca, llegan a través de Instagram, TikTok y la propaganda del porno, los medios de comunicación, la publicidad…

¿Estamos cerca o lejos del abolicionismo en España?

Por un lado, estamos relativamente cerca porque en los últimos dos o tres años el movimiento abolicionista se ha expandido muchísimo y ha llegado a muchísimas personas. Estamos más organizadas y centradas y creo que es posible que consigamos medidas dirigidas a abolir la prostitución. Me gustaría pensar que esa medida es la Ley Abolicionista del Sistema Prostitucional que pedimos, aunque dudo que se consiga como tal.

En todo caso, tenemos que aspirar a ello y seguir exigiéndolo porque sabemos que los parches no solucionan nada y, sobre todo, dan lugar a alimentar el discurso contrario. Es decir, si tomamos ciertas medidas abolicionistas pero que no forman parte de una ley integral abolicionista el fracaso es seguro y, por lo tanto, las críticas al modelo abolicionista van a llegar y quienes son contrarios a la abolición van a utilizar ese fracaso generado por esos parches en contra del propio modelo abolicionista. Por lo tanto, tenemos que aspirar a que sea una ley integral. Con mucho esfuerzo y compromiso por parte de nuestros y nuestras representantes políticas, sí se puede lograr.
Por otro lado, en este momento de crisis económica, cultural, identitaria, la sociedad necesita continuamente del esfuerzo de militantes y activistas que integren en su lucha el por qué de esa ley y su importancia. No podemos dejarlo todo en manos de lo que es una ley. Tenemos que ganar el apoyo y la implicación de distintos sectores de la sociedad civil.
En cuanto a los representantes y las representantes políticas creo que tenemos que dejar claro que el movimiento feminista y, por lo tanto, el movimiento abolicionista, es un movimiento de la sociedad civil que pertenece a la sociedad civil. El gran problema es que los partidos políticos han hecho bandera de esta lucha y los partidos políticos lo que tienen que hacer no es autodenominarse abolicionistas o feministas sino cumplir las exigencias de la sociedad. El movimiento feminista está frente a los partidos políticos para exigir y los partidos políticos tienen que cumplir.

¿Te parece que el movimiento feminista y abolicionista deben mantenerse independientes del poder?

Sin duda alguna porque nosotras somos las que representamos al pueblo. No podemos ir de la mano. No es una invitación a la guerra pero tenemos que tener claro cuál es nuestro lugar para que esto no se convierta en una instrumentalización por parte de los partidos políticos. Por lo tanto, no nos sirve que haya partidos políticos que se denominen abolicionistas o feministas de discurso, lo que queremos es que demuestren que cumplen con las exigencias que reciben por parte del movimiento feminista. Solo entonces vamos a tener claro que se nos reconoce la validez como interlocutoras y que van a cumplir con lo que estamos pidiendo.

¿Qué opinas de las medidas anunciadas por el Ministerio de Igualdad hace unos días sobre penalizar todas las formas de proxenetismo?

Es una buena noticia que se cumpla con una exigencia del movimiento feminista que lleva más de 20 años luchando para cerrar los prostíbulos y que se tomen medidas de prevención, protección y reparación con las víctimas de prostitución. Pero cuidado: estas medidas son incompletas y llegan tarde. Me preocupa especialmente que a la hora de tipificar el proxenetismo en varias de sus formas, se pase por alto el proxenetismo 2.0. Ahora casi toda la explotación sexual se da a través de aplicaciones y webs dedicadas a ello. Ojalá no tardemos otros 25 años en conseguir una ley abolicionista. Tal vez al lobby proxeneta no le importe ahora cerrar los prostíbulos, es la crónica de una muerte anunciada debido a la pandemia, la digitalización… pero sí reaccionará con fuerza si pretendemos tocar el negocio global virtual. No podemos ir siempre un paso por detrás del lobby proxeneta porque el coste lo pagan millones de víctimas.

Webinar gratuito

Amelia Tiganus participará en el Webinar Gratuito organizado por Jai Jagat, Desde Abajo y Feminicidio.net.

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